La música enlatada
Una visión objetiva sobre RITMO en sus 90 años
por Ángel Carrascosa Almazán
Consejero editorial de RITMO
(Publicado en la revista RITMO de Noviembre 2018 - num. 923 - Especial 90 Años)
En “La música enlatada”, uno de los mayores expertos discográficos de este país, se centra en la historia fonográfica, que ha estado estrechamente ligada a la historia de RITMO: “Cuando llegué a la revista, el disco LP de música clásica estaba en plena expansión: por aquellos años se habían hecho, se hacían y seguirían haciéndose muchas y muchísimas de las grabaciones más importantes y admiradas que todavía hoy disfrutamos los melómanos”. Discotecas básicas, discotecas “a ciegas”, innumerables ensayos discográficos y críticas, son el legado de uno de los críticos más importantes de la marca “Ritmo”.
Desde 1975 he estado escribiendo en RITMO, donde debuté con la crítica de la Aida de Verdi dirigida por Muti (con la recientemente desparecida Caballé, y Domingo, Cossotto, Cappuccilli y Ghiaurov, nada menos). Aunque, por supuesto, también he comentado conciertos, representaciones de óperas y diversas cosas; creo que he sido el colaborador de larga duración más ligado al mundo del disco (y no solo por haber trabajado 17 años en la industria fonográfica). También fui (perdón por la inmodestia) el único ganador del Premio Nacional de Crítica Discográfica, allá por 1980, 1981 y 1989, en las tres ocasiones en que fue convocado (certamen que, lástima, desapareció pronto).
Expansión, edad de oro del disco
Cuando llegué a RITMO, el disco LP de música clásica estaba en plena expansión: por aquellos años se habían hecho, se hacían y seguirían haciéndose, por bastantes años, muchas y muchísimas de las grabaciones más importantes y admiradas que todavía hoy disfrutamos los melómanos.
A lo largo de estos años la evolución del disco y similares me cogió de lleno. Por entonces, a mediados de los 70, las tomas de sonido solían ya ser muy buenas: era lo que nos parecía a muchos, sobre todo por comparación con las de dos o tres lustros antes. Por cierto, los LP eran a menudo, casi siempre (hoy lo sabemos fehacientemente) traicioneros: no daban idea de lo estupendas que eran muchas de las tomas de sonido de aquellos años, ¡ya desde la segunda mitad de los años 50! (Hoy lo sabemos gracias a los mejores reprocesados, que redescubren algunas tomas de sonido que parecían flojas en los discos de vinilo de entonces. Ejemplo: la Cuarta Sinfonía de Mahler por Klemperer, grabada en 1961, se la hice escuchar en un digital remastering francés de 2011, sin decir qué versión era, a un amigo melómano y fan de la alta fidelidad, y creyó que era una grabación digital que acababa de publicarse, y de las buenas).
Pero como decía, con frecuencia el prensado de los LP era por aquellos años deficiente, más aún en algunas de las fábricas españolas. Por eso, cuando podíamos salir al extranjero nos comprábamos discos fabricados en Alemania o en el Reino Unido. Pero los surcos finales de cara solían distorsionar, incluso a veces en estos buenos prensados foráneos: aquello constituía para muchos, entre los que me incluyo, una verdadera cruz. También había aficionados que (por economía, por comodidad o por otros motivos) preferían las cassettes, que llegaron a vender la mitad, o casi, de ejemplares que los discos de vinilo. Para escuchar en el coche sí que las cassettes eran muy socorridas, muy útiles. Solo el CD acabaría con ellas, de plano, para este menester.
Avances técnicos
El LP de tomas digitales supuso un avance indudable, pero fue efímero, pues dio paso muy pronto al Compact Disc. A su llegada, el disco compacto fue (hoy se suele olvidar) muy controvertido: había quienes sostenían que sonaba artificial, falso, que era demasiado perfecto (¡!), otros hasta aseguraban echar de menos los ruidillos (o ruidazos) de fondo de los LP (“¡me he acostumbrado a ese refrito y lo echo de menos en el CD!”), otros afirmaban que los CD producían un sonido de plástico frente al de cristal de los discos leídos por una aguja (léase diamante), etc. Yo tuve más de una y más de dos discusiones con algunos conocidos, sosteniendo siempre la supremacía del CD, que no distorsionaba en los finales de cara, que no tenía ruido de fondo (en las grabaciones digitales de origen), que no se estropeaba ni se desgastaba por el contacto con la aguja...
Lo indudable es que todos estos aguafiestas se fueron batiendo en retirada y hoy no quieren recordar ni que les recordemos aquello que andaban diciendo. Pero bueno, este tipo de personas a los que yo considero retrógradas no desaparecen: son los padres de quienes ahora están volviendo a los LP, a los vinilos, más caros y muy vulnerables, por mucho que puedan sonar mejor que los de antes. Son los que están convencidos de estar a la última moda (el otro día, en la tienda de la FNAC de Callao, en Madrid, escuché lo siguiente a dos chicos jóvenes: -“Ah, ¿es que lo quieres comprar en vinilo?” -“Sí, es más fashion...”). La única ventaja, en mi opinión, de estos nuevos vinilos pueden ser las portadas, grandes, anden o no anden...
El disco, instrumento de formación
Bueno, antes de seguir: ¿por qué siempre he estado especialmente vinculado al disco? Pues bien: recuerdo que uno de los primeros libros musicales que cayó en mis manos, allá por Jaén a mediados de los 60, trataba de intérpretes, y eso de la interpretación musical me llamó poderosamente la atención. Comencé a comprar discos protagonizados por los directores, instrumentistas o cantantes que más elogiaban allí, y en general me interesé por comparar versiones discográficas (sobre todo con discos que tenían algunos amigos) y, desde muy pronto, me fascinó el hecho de que había diferencias considerables sin que cambiase una sola nota. Por supuesto, la mayor parte de las versiones de los músicos más encumbrados por aquel libro y otras lecturas me parecieron estupendas, pero también me llevé algún chasco, lo que me llevó enseguida a desconfiar de ciertos juicios.
Arturo Toscanini y Jascha Heifetz cayeron enseguida de sus pedestales. (El Concierto de Beethoven por Heifetz y Munch me pareció horripilante, sobre todo tras conocer el de Menuhin y Furtwängler. Y una anécdota: en Radio Jaén había por entonces un programa, creo que diario, de música clásica -algo impensable hoy- y aquel locutor anunciaba siempre: “Van a escuchar tal obra cantada, tocada o dirigida por tal músico”. Pero si ese tal intérprete era Toscanini, ¡y solo si era él!, decía con gran énfasis: “...por el gran maestro Arturo Toscanini”). Así que me fui volviendo escéptico, y crítico. Muy pronto me di cuenta que, por ejemplo, la Sinfonía Pastoral de Beethoven por Furtwängler y la Filarmónica de Viena (la de EMI) me gustaba muchísimo más, ¡hasta parecía música mucho mejor!, que la primera versión que había yo conocido, la de Willem van Otterloo con la Sinfónica de Viena (un disco que no me compré, sino que me habían regalado). De modo que pronto fui consciente de lo importantes que son los intérpretes para hacer que suene una composición musical (y mientras no suene no es música, sino papel). Solamente los discos te permitían comparar varias versiones de la misma obra, una tras otra. Y todo este asunto nunca ha dejado de apasionarme.
No perdamos de vista que los discos, junto con Radio Clásica (antes Radio 2), han constituido durante más de medio siglo el mayor medio de difusión de la música clásica, para más del 90% de los interesados en ella, puesto que para escuchar decentemente música en directo había que vivir en una gran ciudad... y disponer de dinero para ir al auditorio o al teatro de ópera.
Las escuchas a ciegas
A este respecto, una de las actividades más interesantes que promoví en RITMO fueron las “discotecas básicas a ciegas”, que organicé y que los lectores de hace años recordarán: consistían en reuniones de varios críticos a los que se les hacía escuchar varias grabaciones de una misma obra, sin revelar los nombres de los intérpretes. Obras que, lógicamente, no podían durar más de 15 o 20 minutos. Fueron unas experiencias muy reveladoras, porque mostraron algunas ciertas diferencias de criterios o puntos de vista entre unos críticos y otros, pero, sobre todo, grandes coincidencias en señalar las mejores y las peores versiones. Invité a críticos de otras revistas, la mayoría de los cuales, por cierto, rehusaron asistir.
Por varias razones aquellas reuniones no duraron mucho tiempo: uno de los motivos principales fue porque algunos críticos (debo decir en justicia que más los invitados de fuera que los de RITMO) quedaron en evidencia al juzgar como versiones malas algunas que habían comentado antes elogiosamente, y viceversa. ¡Escuchando de ese modo desaparecían por fuerza todos los prejuicios, y eso a algunos no les convenía en absoluto! Ni ellos, ni otros que habían comprobado lo que podría pasarles, volvieron a aceptar intervenir. Nunca olvidaré cómo se enemistó conmigo un crítico que había criticado negativamente un disco que a mí me entusiasmaba: al cabo de unos meses se lo grabé en una cassette y le engañé diciendo que se trataba de otros intérpretes; la escuchó y me dijo que le había gustado muchísimo. Desde que le conté que le había tendido una buena trampa, no me volvió a dirigir la palabra…
Más avances. Presente y ¿futuro?
Pero siguiendo con el devenir de los diferentes soportes para música (y para música con imágenes), el vídeo VHS (el sistema que se impuso frente a competidores que algunos consideraban superiores) fue pronto mejorado por el Laser Disc, unos discos con aspecto de LP (30 cm de diámetro) pero metálicos, mucho más pesados y bastante más caros, que además requerían un reproductor específico. En su día nos parecieron un avance importante: albergaban hasta una hora por cada cara, se veían mejor que los VHS y podían sonar bastante bien. Pero fueron muy efímeros, hasta el punto de que muchos aficionados jóvenes ni siquiera han oído hablar de esos discos láser. Porque pronto el DVD arrasó con ellos. Este permitía, en un espacio más pequeño y manejable, mayor duración (una ópera mediana puede caber en uno), una calidad de imagen y de sonido bastante superior, subtítulos en varias lenguas, ausencia de desgaste e incluso un precio más bajo.
Todavía hoy el CD y el DVD son los soportes más habituales para escuchar y ver música. El DVD ha sido muy mejorado por el Blu-ray, pero, extrañamente, muchos melómanos lo desconocen y ni siquiera saben que todos los reproductores de Blu-ray leen también DVD y CD. Lo que no se imaginan esos es que su calidad técnica puede y suele ser formidable, mucho mayor que la del DVD, y que hasta a menudo salen más baratas ciertas grabaciones, pues hasta las más extensas óperas de Wagner caben en un solo disco, mientras que su publicación en DVD exige dos o tres.
También hubo intentos, efímeros, de sustituir la cassette analógica por una digital, y el CD por el DVD de audio, intentos no (o apenas) más duraderos que el Laser Disc, y otros que aún perduran pese a su escasa implantación, como el Super Audio CD (SACD) o el Blu-ray de audio. Para que se hagan una idea, la en justicia famosa Tetralogía completa de Wagner por Solti, convenientemente reprocesada, cabe en un solo disco de este último sistema, y además sale más barata que la caja con los 14 CD correspondientes...
No debemos olvidar que escuchar y ver un buen concierto o una estupenda ópera en estas condiciones que ofrece el Blu-ray sigue constituyendo realmente un sueño para quienes durante tanto tiempo hemos padecido los soportes antiguos.
Bueno, pues todo esto que les he contado está hoy patas arriba, debido a las posibilidades que ofrece la informática (con los discos duros) e Internet de escuchar y ver todo desde casa. Veremos cuál es el porvenir de los soportes físicos. Pero eso debería ser tema de otro artículo, y esa es receta para otro chef...