Inmersa en la grabación de las Sonatas para piano de Feinberg y recién llegada de una gira por China, la pianista búlgara Anna Petrova mantiene su sonrisa frente al cansancio y la intensa actividad. Su pasión es hacer música y contagiar el arte, para el que no cuenta ni las horas ni los días; son tantos los proyectos en los que se halla inmersa, que enumera uno a uno todo lo que tiene en perspectiva y le faltan los dedos de sus manos para citarlos. Aunque se considera “una persona sencilla, a la que le gusta pasar el tiempo con su familia y amigos, viajar, el cine, el karaoke, bailar y leer”, su conocimiento es amplio y diverso y su cultura extensa, que aplica a una mejora interpretativa continua, “la música no existe aislada, exenta, sino que está inserta en una multiplicidad de fenómenos de todo tipo: históricos, políticos, técnicos, estéticos, sociales, etc. Cuanto más lo entiende uno, más cargado de significado será lo que haga con la música”, afirma la pianista, que mantiene una estrecha vinculación con nuestro país, sobre el que afirma sentir verdadero amor, del mimo modo que lo siente interpretando música de cámara. Formada principalmente en Nueva York, asume que ella es una suma de la multiculturalidad de esa ciudad con sus orígenes eslavos y la estrecha relación con el arte de su entorno familiar.
¿Se ha alimentado bien en China? Porque acaba de regresar de una intensa gira de dos semanas por el país asiático… Cuéntenos…
¡Sí! Me encanta la gastronomía asiática, a la que me acostumbré en mis 9 años de estudiante en Manhattan. Y sí, tuve una gira de 8 conciertos, 4 de ellos en Pekín y el resto en Tianjin, Wuhan, Dalian y Shijiazhuang. También ofrecí una serie de clases magistrales a alumnos de todas esas ciudades. Fue una experiencia fascinante estar en China, se siente cómo lo más cercano a visitar otro planeta. Era mi segunda vez allí, pero he tenido más tiempo para conocer el país y sus gentes. Toqué un programa compuesto en su totalidad de autores rusos: Scriabin, Rachmaninov, Prokofiev y Feinberg. Casi con toda seguridad, puedo afirmar que todas mis interpretaciones de la música de Feinberg en China fueron estrenos. Algo que me impresionó mucho fue un niñito chino, estudiante de piano, al que di clases en Pekín. Sabía quién era Samuil Feinberg, a través de su precoz lectura del conocido libro de Harold Schonberg, The Great Pianists, y había escuchado interpretaciones grabadas de Feinberg como pianista. Con total naturalidad, el niño me dijo que le hacía mucha ilusión esperar al lanzamiento de mis discos con la integral de las Sonatas para piano de Feinberg. Yo estaba en shock, pues Feinberg es prácticamente desconocido en Occidente, incluso por grandes melómanos, músicos y críticos especializados.
Y ahora, para nuestros lectores, quién es Anna Petrova, además de una importante pianista internacional…
Pues diría que una persona sencilla, a la que le gusta pasar el tiempo con su familia y amigos, viajar, el cine, el karaoke, bailar y leer. Una amiga leal, una profesora de universidad, una hija, una hermana, una amante de los animales y de la naturaleza, una amante de mi país y de otros muchos, una melómana, una persona a la que le gusta mucho reír...
Está ligada con España, por ejemplo, con el festival Málaga Clásica…
Mis lazos con España se remontan al verano de 2006, que visité el país por primera vez para ver a la familia de mi entonces novio y también para participar en el curso para pianistas y directores de orquesta que desde 2004 organiza la Fundación Eutherpe y Margarita Morais en León. Continué yendo a los cursos de León durante los cinco veranos siguientes. Esos cursos fueron una de las más grandes experiencias humanas y musicales de mi vida, donde aprendí tanto y donde crecí y me desarrollé como músico. Además es allí donde aprendí a hablar castellano; me enamoré de León (y también de tomar por las noches pan con morcilla leonesa, en su famoso barrio húmedo). Además de este primer vínculo, están mis grandes amigos Anna-Margrethe Nilsen y Jesús Reina, grandes violinistas y personas, compañeros de estudios en Nueva York. Ellos volvieron a vivir a España tras su periplo neoyorquino y fundaron el festival Málaga Clásica, en el que llevo participando desde su creación en 2013, tocando las más bellas obras de la literatura camerística con colegas maravillosos y en la mágica Málaga. Por último, en junio de 2018 fundé, junto a otros músicos, la Escuela Internacional de Música Alberto Jonás en Valencia, que se ha convertido en el sitio donde desarrollo mi actividad docente cuando visito España.
¿Qué opina de las grabaciones discográficas? ¿Nos habla de las suyas?
Las grabaciones son un poco como esas mariposas disecadas que la gente pone en pequeños cuadritos en sus casas, o las flores que se secan y que guardamos como instantes de un tiempo pasado. No son algo que esté realmente vivo, sino más bien son un objeto artificial, congelado en el tiempo, donde la expresión y el anhelo que animó todo, queda pausado, como en una fotografía. Siempre que tocamos una obra, lo hacemos, claro está, de manera diferente, dependiendo de una infinitud de variables: nuestro estado de ánimo, el clima, la acústica de la sala, etc. Por todo esto, grabar música, cualquiera que sea, y tratar de encapsular algo, un instante mágico de la misma, en un formato que después sea accedido en numerosas ocasiones posteriores y en contextos distintos del de la grabación, es sin duda algo muy artificial, porque como oyente o como intérprete, nuestra conexión emocional con la música grabada estará sujeta a múltiples cambios; el impacto nunca será el mismo que el del vivo. Sin embargo, dicho todo eso, creo que las grabaciones sí son una muy buena manera de dejar algo de legado. El tipo de arte que nosotros practicamos es algo tan terriblemente efímero, que quizás el soporte discográfico nos ofrezca una oportunidad para dejar algo de testimonio sobre nuestra actividad artística, un pequeño rastro. Al mismo tiempo, también es un medio imprescindible para dar a conocer patrimonios musicales olvidados, ignorados o censurados. Es un repositorio de una parte del repertorio que se debiera conocer más y ser más accesible. Ahora acabo de terminar un proyecto discográfico con obras de compositores rusos y búlgaros, A Slavic Heart, el cual saldrá este mes en el sello Melos. Todas las obras del disco son piezas que tienen un lugar especial en mi corazón. Otro proyecto importante es la grabación integral para Naxos de las 12 Sonatas de Samuil Feinberg, en el que estoy actualmente inmersa.
Toda una “rareza” muy interesante…
Fue el primer pianista de la URSS en tocar el Clave Bien Temperado de Bach completo en concierto. Además, fue profesor de piano en el legendario Conservatorio de Moscú desde el año 1922 hasta su fallecimiento en 1962, formando a innumerables pianistas que incluso hoy día siguen en activo. Se le conoce muy poco en Occidente, ya que las autoridades del país sólo permitieron que saliera del mismo en dos breves ocasiones, en 1936 a Viena y en 1938 a Bruselas. Sus 12 Sonatas para piano son un reto increíble, pero un reto que ofrece una gran recompensa artística. Sus primeras obras estaban profundamente influidas por Scriabin. Después, su estilo se hace más disonante y modernista, para pasar en sus últimos años a un estilo de límpidas texturas neoclásicas, siguiendo una línea estética impuesta por los preceptos del realismo social que imperaba en la URSS, obras austeras y aparentemente simples. Ahora, después de pasar los obstáculos iniciales, estoy preparada para grabar el primer volumen (6 de las 12 Sonatas) para Naxos, algo que pensé que jamás ocurriría y de lo que me siento ciertamente orgullosa.
¿Dónde está la columna vertebral del repertorio de Anna Petrova?
Viniendo de un país eslavo como Bulgaria y un país en la órbita y área de difusión rusa, gran parte de mi formación guarda relación con las grandes obras maestras rusas, tanto literarias como musicales. Esto no quiere decir que no estudiara también el canon austro-germano, como Beethoven, Bach o Schumann, pero también Liszt y Chopin, y muchos autores contemporáneos. Sin embargo, siempre he sentido una especial predilección por la música de origen eslavo. Con mi formación en Nueva York, mi gusto y horizonte estético se amplió y se hizo mucho más ecléctico. En mis años de estudiante allí, descubrí y me enamoré de Debussy, sus delicadas texturas, su colorido tímbrico y armónico, el refinamiento de su escritura. También a Mompou, Szymanowski, Janácek, Enescu, y escuché a pianistas de jazz como Brad Mehldau, Keith Jarrett y Bill Evans, además de musicales de Broadway, boleros, Bebo y Chucho Valdés, flamenco y todo tipo de música, incluyendo al gran clarinetista de música folklórica búlgara Ivo Papazov, a quien considero un auténtico genio. Mi último disco ha sido de compositores de origen eslavo, pero los siguientes proyectos serán diferentes, sorprendentes e inesperados. Me encantan los retos artísticos y anhelo la oportunidad de descubrir a genios desconocidos.
¿Y qué relación guarda con la música contemporánea?
Me encanta interpretarla. Desde edad tempranísima lo he hecho. En este sentido, en los últimos años me he centrado sobre todo en la música para piano de Ligeti y Thomas Adès. Pero también he tocado en concierto música de Cristóbal Halffter, Christof Weiss, Fernando Arroyo, Andrew Paul MacDonald, Jean-Luc Fafchamps, John Burge, Kelly Marie Murphy, Lowell Liebermann y muchos otros, todos ellos autores vivos. He tenido también la ocasión de trabajar con los propios compositores, que me ha afectado enormemente a la hora de asimilar sus obras. Uno de los más grandes placeres y honores de mi vida musical fue trabajar con Lowell Liebermann su Sonata para viola y piano, que interpretaré con la violista Molly Carr (Carr-Petrova Duo) en nuestro debut en el Carnegie Hall en otoño. Otro trabajo reciente que he encargado fue a través de mi Dúo y nuestro Proyecto para refugiados Novel Voices. Encargamos al compositor mexicano-estadounidense Arroyo Lascurain que compusiera una pieza inspirada en las diferentes culturas populares (música, danza y poesía), que escuchamos en nuestros viajes a los campamentos de refugiados. El resultado es una pieza llena de color local y hermosísima, con influencias árabes y búlgaras, mezclada con la pasión natural de Arroyo por la música de cine.
¿Novel Voices?
Le explico… Lo que he tratado de hacer en este proyecto, más bien, y principalmente como una idea inspirada por mi compañera la violista Molly Carr, es ayudar a aportar una pequeña diferencia en la vida de personas individuales a través del proyecto Novel Voices. Molly es la fundadora de una organización sin ánimo de lucro llamada Project: Music Heals Us, que presenta conciertos en hospicios, casas de retiro, centros para personas sin hogar, prisiones y otros lugares que puedan tener dificultades para acceder al arte. Novel Voices es un proyecto creado para ayudar a crear concienciación, a través del arte, acerca de las vidas en lucha y a las luchas en el mundo entero, mientras se educa a sus participantes y a los públicos. Cualquier ciudadano puede involucrarse.
¿Qué importancia concede a la formación cultural del intérprete?
Mucha. Sobre todo para poder descifrar una partitura; cuanto mayor sea el marco de referencia, el horizonte de uno, el recipiente de conocimientos relacionados, más riqueza y flexibilidad tendrá el intérprete a la hora de recomponer la partitura y ofrecérsela a un público. La música no existe aislada, exenta, sino que está inserta en una multiplicidad de fenómenos de todo tipo: históricos, políticos, técnicos, estéticos, sociales, etc. Cuanto más entiende uno de todo esto, más cargado de significado será lo que haga con la música.
¿Cuáles son sus hábitos y gustos culturales?
Una de las cosas que más me gustan es el teatro, al que me he acostumbrado a ir desde pequeña, tanto en Bulgaria como en EE.UU y España. También, por tradición familiar, me gustan las exposiciones de arte, porque me crie junto a amigos pintores, amigos de mis padres. En casa siempre había un pintor cenando o comiendo con nosotros, desde pequeña, y me acostumbré a sus conversaciones sobre arte y pintura, que me influyeron mucho. Sobre todo porque Plovdiv, mi ciudad natal en Bulgaria, es una de las mecas de los pintores búlgaros, y mi casa parecía ser, durante mi infancia, su centro de reuniones, donde descansaban de sus trabajos diarios. Esto fue una gran suerte para mí. Además, mi mejor amiga es una gran pintora, escultura, vidrierista y restauradora, y he podido, a través de ella, adentrarme muy profundamente en todo ese mundo y en sus relaciones con la música. También, por supuesto, me encanta a ir a conciertos, también recitales de piano, cosa que muchos de mis colegas no siempre comparten, pero que para mí resulta imprescindible.
Usted es muy activa en la música de cámara, siendo miembro de varios grupos y ensembles. ¿Es importante para el músico, para el pianista en este caso, hacer música de cámara y no solo desarrollar la carrera en solitario?
Me apasiona tocar con otros músicos, es realmente mi amor más intenso en la música. Me encanta el repertorio camerístico y el desafío de ser lo suficientemente musical, personalmente flexible y emocionalmente inteligente para lograr una interpretación coherente entre dos o más personas. Mis conjuntos preferidos son el dúo o el trío; es cuando siento que puedo fundir completamente mi mundo-visión-ideas artísticas junto con la de los otros músicos, y puedo crear algo que me parece completamente mío pero que al mismo tiempo se comparte entre más personas y que es suyo también. Tengo dos conjuntos profesionales: el dúo Carr-Petrova, que existe con la violista Molly Carr, y el Trío Iris, con la clarinetista Christine Carter y la violista Molly Carr. Nos encanta crear nuestros programas con conexiones interesantes. Mi último programa del dúo, Novel Voices, está compuesto por obras de compositores que de alguna manera han sufrido adversidades e injusticias: las persecuciones de Weinberg por parte de los nazis, la discriminación de Clarke como mujer, la denuncia de Khachaturian como formalista por el partido comunista. Mi Trío acaba de lanzar su primer CD con un programa que hemos estado tocando en el último año, Hommage and Inspiration, con Tríos de Mozart y Schumann más obras escritas en reacción directa o inspirada por éstas; de Christof Weiss, Conversaciones entre amigos, inspiradas directamente en el Kegelstatt de Mozart, y Hommage à R.Sch. de Kurtág, inspirado directamente en los Märchenerzählungen Op. 132 de Schumann.
También es importante desarrollar una actividad pedagógica para seguir creciendo como músico…
Sí, me he dado cuenta que para mí enseñar es tan importante como estudiar y como tocar en público. Me encanta poder ayudar a los jóvenes en su camino musical: inspirarlos y posiblemente cambiar su forma de pensar sobre la música y el arte en general. La enseñanza es un trabajo muy enriquecedor y requiere una gran cantidad de energía emocional y física, pero también me ayuda a cristalizar mis gustos artísticos y métodos técnicos y, en general, me convierte en un mejor músico. Actualmente soy profesora titular de piano en la Universidad de Louisville, donde tengo 10 estudiantes de piano y 3 grupos de música de cámara. Cuando tengo algún momento libre, también doy clases en mi propia escuela, como mencioné antes, en Valencia, la Escuela Internacional de Música Alberto Jonas, donde me reúno con estudiantes españoles con talento y trabajo con ellos con mucho gusto.
Usted reside en Louisville, Kentucky, aunque la ciudad donde se “cultivó” fue Nueva York… Qué diferencias hay entre EE.UU y la Europa del Este donde usted comenzó su formación, su Bulgaria natal.
Las diferencias principales residirían en lo siguiente: en Europa del Este hay una tradición un poco más homogénea, sólida, no tan afectada por influencias exteriores, y sobre todo de carácter ruso. En EE.UU, sin embargo, prima el eclecticismo, y sobre todo en Nueva York, ya que es una ciudad de inmigrantes. En mi misma escuela en Nueva York había profesores que provenían del Conservatorio de Moscú, otros del Conservatorio de París, de Viena, etc., creando un ambiente muy poco dogmático, flexible y rico en posibilidades diversas. De mis dos principales profesores de piano en Nueva York, uno fue alumno de Rufolf Serkin y el otro de Sergei Tarnowsky. Así que en Nueva York pude tanto ahondar en la formación rusa que ya había recibido, como añadir nuevos horizontes con tales influencias, como las de André-Michel Schub o mi profesora de música de cámara, Sylvia Rosenberg.
¿Cuáles son sus modelos pianísticos?
Mis ídolos pianísticos son muchos. De niña me fascinaba Sviatoslav Richter. Vi la película de Monsaingeon sobre Richter en el verano de 1998 y pensé que no era posible que existiera un artista al piano más completo que él. Más tarde, en Nueva York, mis ídolos musicales eran mis profesores, ambos pianistas fantásticos (Horacio Gutiérrez y André-Michel Schub), pero también Argerich, Perahia, Lupu y Barenboim. También descubrí a los grandes pianistas del pasado: Cortot, Rachmaninov, François, Annie Fischer, Joseph y Rosina Lhévinne, Gieseking, Josef Hofmann, Moiseiwitsch, Maryla Jonas. ¡Pero sobre todo Horowitz! Creo que nunca ha habido, y probablemente nunca volverá a haber un mago como él en el piano. Es uno de mis mayores dolores en vida que como músico nunca haya podido escucharlo en vivo.
Como músico y como pianista, toda su carrera depende de sus manos. ¿No es una condición que puede limitar su vida diaria y su actividad en otros campos?
¡Absolutamente! Me he privado de hacer muchas cosas en mi vida por tener cuidado con mis manos. Pero no me arrepiento. Al mismo tiempo, me gusta pensar que ser músico es mucho más que tocar el piano. Y si algún día, por alguna circunstancia desafortunada y completamente terrible, no pudiera seguir tocando, imagino que la música siempre continuaría llenando toda mi vida: enseñando, escribiendo, escuchando, etc.
¿Cree que el arte y la música son elementos imprescindibles para una sociedad moderna?
Sin duda. El arte es el reino, el ámbito del matiz, del detalle, de lo minucioso. Pero tristemente, a veces parece que vivimos siempre esclavos de la brocha gorda, de no hilar fino. Esto genera conflicto muy fácilmente. El arte nos recuerda lo mejor de lo que es capaz el ser humano. Es un testamento de lo mejor, y si lo perdemos de vista, perdemos de vista esas posibilidades de lo bueno. En un momento como el que vivimos, el arte es fundamental, algo a lo que agarrarse mientras pasa la tormenta.
¿Cuáles son sus proyectos más inmediatos?
Mis proyectos inmediatos son la grabación de la integral de las Sonatas para piano de Feinberg en Naxos y la grabación de la Sonata para 2 pianos y percusión de Bartók con el pianista Josu De Solaun para IBS Classical. Con el Duo Carr-Petrova tendré pronto el lanzamiento de nuestro primer CD, Novel Voices, en septiembre, para el sello Melos. Así como nuestro debut en el Carnegie Hall el 28 de octubre de 2019 y una gira por China después de eso. Con el Trío Iris me espera una gira de dos semanas por Canadá en noviembre y el lanzamiento de nuestro álbum Homenaje e inspiración. Además, tocaré como solista con la Orquesta de Louisville el Concierto de Grieg y con la Orquesta de Port Angeles el Concierto n. 2 de Saint-Saëns. ¡Será una temporada completa, pero llena de música hermosa!
El día que no estudia, qué le gusta hacer…
A veces, en realidad, los días que las personas suelen tomarse como un día libre son los mejores para practicar al piano. Practicar a veces se vuelve tan placentero y deseable como un día libre o un pasatiempo, sobre todo cuando no tengo tiempo y estoy viajando demasiado o estoy enterrada en correos electrónicos... Cuando decido que necesito un día libre para refrescarme, me encanta ir de excursión. Las montañas o simplemente caminar en un bonito parque, jugar con mi perro Benji, leer, ver películas, bailar y pintar y, en general, hacer cosas con mis manos: jardinería, manualidades, etc. Y, por supuesto, mi nuevo entretenimiento (que solo me permito con mis amigos más cercanos y con personas con quienes he disfrutado de al menos un cóctel): el karaoke.
Gracias por su tiempo, ha sido un placer.
www.annapetrovapianist.com
por Gonzalo Pérez Chamorro