Si el pasado mes de marzo tuvimos la oportunidad de presenciar una ópera como La nariz, en abril el Teatro Real abre sus puertas a Nixon in China, de John Adams (con libreto de Alice Goodman), segunda apuesta consecutiva de grandes títulos, no muy frecuentes, de óperas del siglo XX. Con un profundo trasfondo político, narra la visita de Richard Nixon y su comitiva a China en 1972, pero, como nos relata Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, “la ópera es una reflexión sobre las vulnerabilidades de los hombres más poderosos del planeta, sobre las vidas emocionales de esos políticos y sus entornos; y sobre la soledad de estos hombres que, quizás pese a ellos mismos, se han alejado totalmente de la realidad de sus respectivos pueblos”. En este encuentro hemos tenido también la oportunidad de encontrarnos con quienes protagonizan al matrimonio Nixon (Richard y Pat) en esta producción de John Fulljames, el tenor Leigh Melrose y la soprano Sarah Tynan, que enfocan con claridad la temática de esta fundamental ópera americana: “la ópera de Adams es una investigación sobre el viaje de Nixon a China, no un documental histórico”.
Y podemos asegurar que Nixon in China es una ópera clásica: “los personajes tienen la altura y el carácter icónico de los personajes mitológicos de las óperas clásicas europeas”. En Nixon in China, “América busca sus propios mitos”.
SARAH TYNAN & LEIGH MELROSE
Se alza el telón, momento mágico… ¿Qué nos vamos a encontrar con Nixon in China?
Memorias... Y cajas, ¡muchas cajas! La producción se desarrolla en un archivo y los archiveros estudian el pasado. Suena quizás algo seco y polvoriento, pero se convierte en un hermoso despliegue de cajas y eventos, de recuerdos y tiempo.
¿Cuál es su relación con la ópera del siglo XX?
Ambos interpretamos ópera actual y disfrutamos mucho cantando música contemporánea. Sarah tiene más afinidad por el repertorio barroco y belcanto, y es Leigh quien está más arraigado en el repertorio del siglo XX y en las nuevas óperas de creación actual.
En marzo, el Teatro Real representó La nariz de Shostakovich, y ahora Nixon in China, ¿qué tiene la ópera del siglo XX que impacta tanto en el público, especialmente desde el punto de vista teatral?
La ópera del siglo XX puede acceder a lugares psicológicos más oscuros y quizás más complicados que estilos de siglos anteriores; esto puede hacerlos muy emocionantes y maravillosos. Los compositores actuales no están limitados por formas anteriores y mundos sonoros y esta libertad puede resultar en un drama poderoso. La música también puede ser más visceral desde el poder que imprime Puccini hasta la angularidad de alguien como Zimmermann, por ejemplo.
Y para dos cantantes como ustedes, ¿hay más libertad interpretativa, teatralmente hablando, a la hora de abordar papeles de óperas del siglo XX?
¡Sí y no! A veces hay libertad: libertad de precedentes o libertad de tradición. Sin embargo, algunos compositores escriben música extremadamente dura y, por lo tanto, los requisitos para la preparación, las tesituras a veces extremas y la naturaleza a veces perturbadora de los temas modernos significan que hay requisitos mentales y físicos difíciles para realizar dicha música.
Podría llamarles a ambos señores Nixon, qué honor para esta revista tener la capacidad de la resurrección y entrevistarlos, ya que en la ópera, usted, Leigh, hace de Richard Nixon, menuda responsabilidad…
Sí, es una gran responsabilidad realizar un personaje histórico. La gente todavía recuerda su apariencia y gestos, y la historia de Richard Nixon todavía arroja una larga sombra en la política. Sin embargo, ahora estamos a una distancia temporal de estos acontecimientos, por lo que es posible dar una interpretación de él en lugar de una recreación exacta. Después de todo, la ópera de Adams es una investigación sobre el viaje de Nixon a China, no un documental histórico.
Y usted, Sarah, hace de toda una primera dama, Pat Nixon…
Si bien los hombres tienden a dominar la historia, es importante recordar que las mujeres jugaron un papel importante en los acontecimientos, incluso si sus roles estaban ocultos. Pat fue absolutamente crucial para el éxito de Richard, especialmente en China; ella es fundamental en la obra, abriendo el corazón emocional de la ópera.
Quizá muchos lectores no sepan que son además pareja en la vida real…
¡Sí! Llevamos más de 20 años juntos. Este es un momento divertido en el que podemos estar como una pareja real en el escenario, algo que no nos pasa a menudo…
¿Cómo es la escritura vocal de sus personajes?
Para mí (habla Leigh) Nixon está muy bien escrito. La mayor parte del papel es en el primer acto y si puedo mantener con calma el ritmo y recuerdo todas las repeticiones, estaré bien (risas). Para mí (habla ahora Sarah) es un caso de elevarse por encima de la música percusiva y cantar líneas fluidas más largas; en realidad, son dos papeles muy distintos.
La etiqueta minimalista, ¿es justa? ¿Favorece a John Adams? ¿Por qué minimalista?
“Minimalista” parece un poco restrictivo para John. Mientras hay repeticiones y pasajes de material oscilante, su sentido del drama real significa que él es algo más. Y hay muchas escenas que están compuestas a través del diálogo; el minimalismo en el estilo de Glass o Reich no parece ser lo suyo. Sin embargo, hay momentos de quietud con figuras repetidas en la orquesta y las voces que significa que tiene un enfoque mínimo, pero estos momentos se utilizan para un efecto dramático. El personaje real de Richard Nixon, en momentos exigentes, tenía un leve tartamudeo y de esta manera, en la ópera, en momentos de estrés, Nixon repite frases torpemente que le aporta un color y una caracterización adicional.
La china que se intuye en el libreto de Alice Goodman, ¿es el gran gigante de nuestros días?
Sí, ciertamente podemos ver los comienzos de una China despertando en el escenario mundial a través del propio libreto de Alice. Ella está dispuesta a descubrir la naturaleza del poder y su alcance, y esto se refleja en los lados chino y americano de la ópera. A menudo parece que de lo que se está hablando es del aquí y ahora, en lugar de hechos que ocurrieron hace cincuenta años.
Les pediría, como he hecho con Joan Matabosch, que también nos cuenten son highlights de la ópera…
La escena del banquete es maravillosamente emocionante, especialmente durante los coros de "¡salud!". Y luego el ballet y los momentos del "Cerdo". John tiene un impulso rítmico tan propulsivo, que muchas escenas son simplemente estimulantes, especialmente cuando utiliza la orquesta completa y el coro junto con todos los solistas.
Y acto a acto, ¿cómo se desarrolla la acción?
El primer acto es principalmente Nixon, hombres y política, mientras que el segundo es más femenino y artístico. El tercer acto es quizás menos estructurado y se convierte en una serie de recuerdos, a medida que los personajes reflexionan sobre quiénes son, sus actividades y cómo los verá la historia. Como resultado, pasamos de lo concreto a lo abstracto, del realismo a los sueños. Podemos ver que nadie es perfecto, correcto o incorrecto. Se vuelve mucho más una exploración de lo que es el ser humano y de cómo envejece.
Y ya que están ustedes en Madrid en una temprana primavera, ¿qué les gusta hacer en esta fantástica ciudad?
¡Nos encanta Madrid! Nos encanta la comida, nos encanta el vino, la gente, la verdad… ¡Nos gusta todo!
JOAN MATABOSCH
Tras La nariz, el Teatro Real mantiene con Nixon in China una línea de óperas infrecuentes del siglo XX pero muy esperadas, ¿cuesta programar o convencer para llevar a cabo estos interesantísimos proyectos?
Desde luego que programar La nariz o Nixon in China es, para un teatro, más complicado que limitarse a los títulos previsibles. Pero atreverse con estos títulos es precisamente lo que hace que un teatro sea de primer nivel. Sobre todo, lo importante es que estos son títulos que han quedado aparcados en la historia artística reciente del Teatro Real y deben reivindicarse. Programarlos es un acto de responsabilidad. Y actualmente el extraordinario equipo del Teatro Real (técnicos, producción, parte musical) tiene una competencia y una experiencia sobrada como para asumir estos títulos con la mayor normalidad. De hecho, es muy gratificante ver cómo los trabajadores del teatro los hacen suyos y los defienden con el mayor entusiasmo. En el caso de Nixon in China, es remarcable el éxito que ha acompañado a la obra desde siempre. Va a ser su estreno en España, pero no creo que se la pueda calificar de “ópera infrecuente”. Es tal vez la ópera americana más programada de las últimas décadas. Tuvo una gestación curiosa, al revés de lo habitual en el mundo de la ópera. Lo normal, en un proyecto operístico, es que el director de escena entre en el proceso una vez el libreto está escrito y la música compuesta. Nixon in China se creó al revés: un compositor y un libretista que no se conocían entre ellos accedieron a un matrimonio concertado por un director de escena. Fue Peter Sellars quien puso las bases del trabajo para el triángulo de creadores que iba a desarrollar el proyecto a partir de diciembre de 1985. Alice Goodman acabaría suministrando uno de los mejores libretos que se han escrito para un compositor americano. Es un texto perfecto para lo que se pretende, claro en el lenguaje que emplea, pero complejo en la significación que late detrás de lo que narra. Es casi un modelo de lo que debe ser un buen libreto de ópera.
¿Cómo es básicamente el estilo de John Adams?
La música de Nixon in China es tonal y reposa sobre colores y efectos. Adams utiliza una base, para la orquestación, que recuerda a las orquestas swing de los años 1930. Dice él mismo que llego a escuchar a Duke Ellington, y seguramente esto le influyó en el tratamiento de la percusión, que para él es una especie de Big Band. No es una orquesta enorme, pero el tratamiento del sonido hace que sea una auténtica barrera. Y, por eso, el mismo Adams dejó muy claro que esta es una ópera en la que la amplificación de las voces es imprescindible, y así se hace siempre.
Si uno cierra los ojos, esta música tiene un profundo sentido cinematográfico…
Lo que tiene la música de John Adams es algo de lo que se han olvidado la mayoría de los compositores contemporáneos: tiene sentido del humor. Y mucho. Me atrevería a decir que es una de las características más valientes de su música. Hacer música seria no tiene por qué implicar renunciar al potencial satírico de los sonidos, como tan bien nos acaba de mostrar Shostakovich con su Nariz.
Hay personajes de mucha entidad y muy interesantes, como Richard Nixon, su esposa Pat, Mao Tse-tung y su esposa Madame Mao, Henry Kissinger… ¿Nos habla un poco de ellos y de la presencia y desarrollo de cada uno en la obra?
El personaje de Richard Nixon se distingue por un estilo enérgico, incisivo y nervioso, que solo se suaviza cuando evoca recuerdos ligados a su esposa Pat. Sus frases melódicas atropelladas pueden entonces detenerse en líneas más flexibles, más amplias, incluso con momentos de lirismo. Pat Nixon, su esposa, es un personaje crucial, hasta el punto de que todo el segundo acto está estructurado de manera que vamos a percibir la acción dramática desde su perspectiva. Han programado a la “first lady” una jornada agotadora que ella va a cumplir impecablemente, con una profesionalidad intachable: debe visitar una fábrica de elefantes de vidrio, una comuna modelo de cría de cerdos, un hospital del pueblo, una escuela, el Palacio de Verano y las tumbas de la dinastía Ming. Vamos a comprobar que Pat, en el fondo, detesta la política. Pero que es capaz de hacer todo lo que se espera de ella con una sonrisa constante, mucha humildad, una enorme sensibilidad para percibir señales que, sin preocuparse por analizarlas ni por comprenderlas, despiertan su infalible intuición en el momento de reaccionar. Sus orígenes son modestos, más todavía que los de su marido, y a lo largo de la visita manifiesta una cierta empatía con el pueblo chino, o al menos consigue que se filtre esta sensación gracias a su carácter espontáneo, cálido, capaz de sentirse inmediatamente cómoda ante cualquier interlocutor. A su manera, Pat contribuye decisivamente al deshielo de las relaciones chino-americanas. Por la tarde, los Nixon asisten a una representación del ballet revolucionario mega “kitsch” El destacamento femenino rojo, una parodia de panfleto propagandístico, concebido por la mismísima (cuarta y última) esposa de Mao Tse-tung, la temible Jiang Qing, de pasado sulfuroso, dogmática, ambiciosa, radical en sus opiniones, intransigente, colérica, que se hizo detestar por todo el país por su papel en la Revolución Cultural. Confluyen ficción y realidad cuando, en el ballet, Pat Nixon cree ver en escena a su propio marido y a su hombre de confianza, el consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger, interpretando a un acaudalado latifundista que parece una versión autóctona del Ubú rey de Jarry, ante quienes la iracunda Madame Mao proclama su determinación de exterminar los “elementos contra-revolucionarios” e instiga a los bailarines a alzarse en armas. En el momento de los hechos, Mao Tse-tung se encuentra en el ocaso de su vida convertido, en su país, en un icono, casi un semi-dios, atrapado él mismo por el culto a la personalidad que ha instaurado, rodeado por tres secretarias que son el símbolo del aparato del partido y de su rigidez, que repiten y amplifican la más mínima de sus palabras, a veces incluso adelantándose a las frases que va a pronunciar, como para evitar que este Mao ya más filósofo que político se salga del dogma y del discurso oficial. A menudo Mao (un tenor) se expresa en una salmodia, como si diera a sus pensamientos eruditos un carácter sagrado, con máximas que inserta en su discurso como la de “Founders come first, then profiteers” (“Primero vienen los fundadores, y luego los aprovechados”), que provoca un cierto desconcierto a su alrededor.
¿Y Henry Kissinger?
Es el único personaje ridiculizado, un bajo bufo con una escritura vocal inspirada, seguramente, por el Leporello mozartiano. En la ópera juega un rol tangencial, a pesar de que en la realidad fue un artífice decisivo del encuentro entre Nixon y Mao. Maniobró en la sombra, lejos de los medios, y logró para Nixon un gran éxito diplomático. Dice Alice Goodman que, para escribir el libreto “acudí a la Cambridge University Library y leí muy profundamente todo lo que encontré, mucho sobre Mao, libros locos sobre Nixon, pero nada publicado después de 1972, cuando se realizó la visita a la China. Hice una excepción con las memorias de Kissinger de 1977: él acabó siendo el único personaje que acabó disgustándome, y no es casualidad que sea un bajo bufo”. Por el contrario, Zhou Enlai, el primer ministro chino, obtiene un tratamiento muy emotivo. En esta ópera de personajes con egos desbordantes, como los de Mao, Nixon y Jiang, el contrapunto lo pone Zhou Enlai, discreto, reservado, con tendencia a desaparecer siempre que no resulta imprescindible y que cuando no logra esfumarse y tiene que intervenir siempre lo hace con proposiciones ponderadas, lúcidas, conciliadoras, diplomáticas, aunque no exentas de convicciones revolucionarias. Él es quien va a clausurar la ópera con un sentimiento que, frente a las dos parejas presidenciales, no es de nostalgia sino de cuestionamiento sobre la legitimidad de sus acciones pasadas.
¿Cómo es la producción de John Fulljames, del que vimos una fabulosa Street Scene en el Teatro Real en 2018?
Saturados de escenas brillantes, ceremoniales, conyugales, cómicas y satíricas, los actos primero y segundo de Nixon in China han catapultado la ópera de John Adams hacia lo más alto de la popularidad que ha logrado un compositor contemporáneo. Pero la auténtica clave de la obra se encuentra en el tercer acto, cuando la radiografía del mediático evento y la persistente ironía sobre el culto a la persona y la manipulación de la opinión pública en la arena política, cede el paso a la esfera de lo íntimo, ya sin distancias, protocolos institucionales, caretas ni filtros. El acierto de la puesta en escena de John Fulljames es atreverse a explicar toda la obra desde la perspectiva de este tercer acto que, en algunas propuestas teatrales más centradas en los elementos anecdóticos y mediáticos de los actos anteriores, casi parece que está de más. La perspectiva histórica que ya comenzamos a tener respecto a los acontecimientos del año 1972 hace que la propuesta de la dramaturgia sea ahora especialmente pertinente. Como explica Fulljames “hoy ya sabemos cómo han pasado a la historia los hechos de la visita de Nixon a China”.
Nos hablaban Sarah y Leigh que la producción se desarrolla en un archivo y los archiveros estudiando este pasado…
La trama de este evento propagandístico crucial que sentó las bases del mito de la política global está documentado con un inmenso material de archivo que, en la puesta en escena de Fulljames, va a convertirse en la perspectiva desde la que vamos a reconstruir los hechos. La acción dramática transcurre entre las enormes estanterías de cajas marrones anónimas de unos archivos estatales, llenos de información histórica sobre el evento y sobre sus personajes, manipulados por conservadores, administradores y funcionarios con guantes blancos. Se expone ante nosotros la mistificación de Mao, embalsamado y atravesando el escenario en su ataúd, que es una nevera de cristal. Y lo que vamos a ver es, al margen de lo que realmente aconteció, lo que ha registrado, fijado y documentado la historia sobre lo sucedido. La historia y los personajes emergen desde los oscuros recovecos del almacén de documentos históricos, entre papeles, fotografías, imágenes de películas, registros y anales que se muestran y emiten de múltiples maneras, a veces en pantallas, a veces mediante retroproyectores empleados en tiempo real.
¿Podríamos llamar minimalista a Adams?
Sobre John Adams se ha hablado de minimalismo repetitivo, de post-modernidad, de poliestilismo, pero todos estos intentos de definir su estilo no logran ocultar la singularidad de un compositor mucho más complejo de lo que parece a primera vista. La gran influencia de Adams fue, desde luego, Steve Reich. Y de ahí la fascinación por el minimalismo repetitivo, la presencia de un continuo instrumental, la repetición de células que se transforman progresivamente y la superposición de estratos que, a veces, dan la sensación de combinar diversos tiempos. Se le puede calificar de minimalista por la energía eufórica de su música y por la pulsación vibratoria de sus ritmos, pero se aleja mucho de los lugares comunes del minimalismo en muchos otros aspectos. Lo que si cuadra con John Adams es la etiqueta de genuinamente americano. Y lo explica él mismo cuando dice que ha sido educado en una casa en la que no se separaba a Benny Goodman de Mozart.
Siempre que se piensa en un presidente americano y uno chino, se tiene la sensación de conexiones continuas con la situación política actual…
La ópera expresa situaciones que tienen mucho que ver con la actualidad, pero no por la nacionalidad de los respectivos presidentes. Lo relevante es que finalmente nos encontramos ante personajes vulnerables, humanos, agotados, que tienen dudas sobre los caminos que han escogido y sobre sus acciones del pasado. La ópera es una reflexión sobre las vulnerabilidades de los hombres más poderosos del planeta, sobre las vidas emocionales de esos políticos y sus entornos; y sobre la soledad de estos hombres que, quizás pese a ellos mismos, se han alejado totalmente de la realidad de sus respectivos pueblos. Lo explica el mismo John Fulljames: “La ópera explora la naturaleza efímera del impacto de estos hombres poderosos y su fascinación con respecto a su propia mortalidad y su legado. Esta es una ópera sobre la impotencia de los poderosos ante la historia”. John Adams escribe que “en el último acto, tanto el texto como la música se centra en la vulnerabilidad de los personajes, su deseo desesperado de volver atrás, a los tiempos en los que la vida era más simple y los sentimientos menos condicionados por los compromisos. Durante este acto, los cinco personajes principales están casi paralizados por sus pensamientos más secretos”.
Tres actos y dos horas y media aproximada de música, ¿cuáles son sus highlights?
Tiene muchos highlights. Uno de ellos casi al principio: el soberbio coro “The people are the heroes now”, con esa vitalidad comunicativa que es el sello del compositor. También la primera gran aria de Nixon, que comienza con una serie de irónicas repeticiones neuróticas sobre la palabra “News”, que dibuja perfectamente a ese personaje obsesionado con convertirlo todo en un gran circo mediático, cuyo punto de vista, que es el televisivo y periodístico, va a dominar el primer acto. Ya en el segundo acto, al personaje de Pat Nixon se le reserva una de las arias más bellas de la ópera, “This is prophetic!”, su ocasión de afirmar los valores en los que se ha asentado su personalidad nostálgica, “transformada (escribe Ross) en poeta de las virtudes americanas”. Una maravilla de escena. Y, desde luego, la endiablada aria final del segundo acto de Madame Mao, “I am the wife of Mao Tse-tung”, compuesta para la “coloratura" estratosférica de la mozartiana Reina de la Noche y cantada, como ella, rodeada de tres damas, es arrolladora: frases melódicas cortadas, saltos a tesituras intempestivas, notas sobreagudas emitidas como una ametralladora. El estado cercano al éxtasis histérico no deja de tener un punto, a la vez, de bravura y de comicidad. Y, así, el segundo acto culmina con una escena tan grandilocuente en lo teatral como en lo vocal. El tercer acto es todo intimidad, humanidad y vulnerabilidad. Se han acabado los efectos teatrales y la ópera termina en un ambiente camerístico, sin catarsis, sin final feliz, sin moraleja, con Zhou Enlai, un ser íntegro y lúcido provisto de un inmenso poder, que revela toda su fragilidad y simplemente se pregunta “How much of what we did was good?”, es decir, “De todo cuanto hemos hecho, ¿qué fue realmente bueno?”
¿Entendemos Nixon in China como una ópera americana en la mejor tradición del estilo comenzado con Porgy and Bess?
Alex Ross dice que la música de John Adams “se parece a los paisajes que la rodean: un mosaico de sonidos familiares presentados de modo inesperado, como esta fanfarria de Hollywood, llamativa a más no poder, que desemboca en un pasaje hipnótico, de pulsación inestable, o esta marejada de armonías wagnerianas que disloca un cuarteto de saxos. Así son las sonoridades del romanticismo a la americana: concretas, actuales, honrando a Mahler y a Sibelius al tiempo que se someten al procesador del minimalismo, pillando al vuelo la pelota del jazz y del rock sin perder de vista las innovaciones de la postguerra. Un caleidoscopio de sonoridades, mezcladas y filtradas por una voz reconocible de inmediato, entre exuberancia y melancolía, a veces actual, a veces clásica, trazando su ruta en el corazón de una cultura recompuesta”. No se puede explicar mejor.
El cine se ha ocupado mucho más de figuras sociopolíticas del siglo XX, pero la ópera no tanto, ya que vive más de la ficción, ¿puede ser este Nixon in China que vamos a ver desde el 17 de abril en el Teatro Real la más significativa ópera sobre un personaje político real del siglo XX?
Esta es una ópera inmersa en el mundo del swing, influenciada por el gran repertorio operístico europeo y también por los musicales de Broadway y la música popular americana de los años 1930. Seguramente sea, como dice usted, la ópera más significativa sobre personajes políticos reales del siglo XX, pero hay que tener en cuenta que en la ópera estos personajes tienen la altura y el carácter icónico de los personajes mitológicos de las óperas clásicas europeas. No es tan diferente como pueda parecer. América busca sus propios mitos, y desde luego que son personajes más recientes que los mitos europeos, como no puede ser de otra manera. De hecho, la gran polémica cuando se estrenó la ópera fue que se negaba a ser el fácil artefacto político que podían lanzarse, en Estados Unidos, demócratas y republicanos. Los demócratas lamentaron que no se hiciera más explícito que el presidente Nixon había sido condenado por la Historia por sus mentiras durante el Watergate, que ni aparece mencionado. Mientras que los conservadores consideraron inaceptable que Mao Tse-tung tuviera un barniz poético y filosófico, cuando se sabía de sus crímenes desde hacía tiempo. En aquel momento se quería convertir una obra de arte en un panfleto electoral. Afortunadamente, en la actualidad ya podemos disfrutar de Nixon in China sin estos condicionantes. Y en este sentido hacerlo desde España, más lejos, también es una ventaja.
Gracias por su tiempo, ha sido un placer.
por Gonzalo Pérez Chamorro
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