A pocas semanas de la entrega anual de los premios más importantes a la industria cinematográfica (aunque quizá no al arte cinematográfico), representados por las célebres estatuillas doradas, una vez más aparecen como escondidas, casi inadvertidas, las nominaciones al Oscar a la mejor Banda Sonora Original. Y todavía están más en la sombra las correspondientes a la mejor Canción Original. Si tenemos en cuenta que la música ha sido y es elemento fundamental en la difusión y éxito de muchas películas y viceversa (grandes músicas, gracias al cine, han conocido su éxito popular), no terminamos de comprender los porqués de la poca presencia mediática de los Oscar musicales.
Reparamos en estos premios porque algunas de las bandas sonoras nominadas para esta edición son músicas sinfónicas de primer orden: véase, por ejemplo, la compuesta por Hans Zimmer para la deslumbrante cinta Interstellar de Christopher Nolan. Estas composiciones no suelen estar presentes en las temporadas sinfónicas de las orquestas, a excepción de aquellas que no son de primerísima fila y que, con la intención de atraer al público, programan conocidas bandas sonoras de la historia del cine. También se ha dado el caso, a modo de fiesta, de grandes y conocidas orquestas que programan bandas sonoras en conciertos especiales, “familiares”, como los llaman. Esto ha ocurrido en nuestro país hace pocos meses. Quizá para remediar la falta de imaginación y criterio de algunos programadores, vendría bien un soplo de aire fresco recuperando estas partituras, algunas de ellas, insistimos, con músicas de primer orden, en programaciones de temporada y no especiales. Por todo ello, y al hilo de estos premios, nos haríamos la siguiente pregunta: ¿sería bueno que hubiese premios tipo Oscar simplemente para la música, sin estar vinculados al cine? En fin, ya sabemos que los premios, como la crítica misma, son subjetivos, pues están supeditados a las decisiones de las personas que forman el jurado. Pero se da con ello la imagen de decisiones consensuadas y no al dictado del criterio y tendencias de un solo individuo, y, en todo caso, producen un efecto mediático muy positivo para la cultura y la música.
Volviendo la mirada a nuestro país, los Premios Líricos Teatro Campoamor de Oviedo, ya concluida su novena edición, premian a todo el espectro lírico (canto y ópera) de los eventos acontecidos en nuestro país durante todo el año. Podríamos decir que son los Oscar españoles de la lírica, y que en muchas ocasiones han servido para descubrir talentos o para desarrollar carreras o reconocer a estas mismas en figuras ya consolidadas y, en cierto modo, legendarias, como ha sido este año el caso de Zubin Mehta. Y desde luego muy destacables son, por su importancia y relevancia, los Premios Nacionales de la Música que concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, centrándose exclusivamente en dos modalidades: un premio a la interpretación y otro a la composición.
Existen, y hay que reconocerlo, otros premios más o menos vistosos, concedidos por asociaciones culturales o entidades que destacan anualmente a músicos en proyección, pero que se circunscriben finalmente en el mismo entorno de donde proceden, es decir a un sector muy concreto y que apenas irradia su expansión hacia otros medios o parcelas de la sociedad. Por otro lado, hay actualmente en España importantes instituciones privadas que, fijándose en la música clásica, conceden becas, ayudas y reconocimientos que, aunque en muchos casos están trabados de condicionantes, movimientos en la sombra y dudosas maniobras para beneficio del que menos lo necesita o lo merece, con exclusiones muy llamativas, sirven para seguir apuntalando el maltrecho esqueleto de nuestra vida musical.
Reconociendo el mérito de todos estos premios e iniciativas, pues, echaríamos en falta la organización de unos renovados Premios Nacionales de Música que apoyasen no solo a esta o aquella modalidad, sino a un gran abanico de “conceptos premiables” (música de cámara o sinfónica, orquestas, solistas instrumentales, música de vanguardia, difusión y crítica musical, ediciones discográficas y editoriales...); unos premios que reflejasen la actual gran riqueza y pluralidad de la música clásica en nuestro país; unos galardones que huyeran del gremialismo, que tuvieran en cuenta los géneros más destacados, tanto para creadores como para intérpretes; una especie de grandes Oscar españoles para la música clásica en donde todos los sectores creativos pudiesen tener sus parcelas de reconocimiento al esfuerzo y talento desarrollados, y en los que, junto a un jurado plural, pudiesen colaborar organismos públicos y privados, asociaciones, profesionales, etc., con financiación mixta y apoyo de los medios de comunicación. Con total seguridad, el resultado cultural y mediático de estos nuevos premios compensaría con creces el esfuerzo de su organización.
Desde esta revista veríamos necesarios, en fin, reconocimientos a nivel nacional más específicos y plurales para la música, porque conllevarían una manera de destacar que la creación musical está más viva que nunca; y que es múltiple, rica y variada. Como todo en Cultura, acometer iniciativas nuevas es cuestión de actitud, talante y buena voluntad. No olvidemos que si el trasfondo y las formas de los premios no convencen a la sociedad, estos pueden llegar incluso a ser rechazados, como así ha sucedido recientemente. Proponemos más, mejores y más interesantes partidos; la pelota del Oscar a la música clásica en España ya ha sido lanzada al aire.