Música clásica desde 1929

Editorial

¿Master qué?
Septiembre 2015 - Núm. 888

¿Master qué?

La televisión ha mostrado cómo un individuo puede ejercer una profesión creativa y de alta dificultad técnica, tras “formarse” en varios programas de máxima audiencia, estructurados bajo el formato de concurso. En el mundo de la música clásica también disponemos de concursos en los se determina el grado de maestría del músico, a los que se accede con una mayor preparación que la de los temerosos participantes, con mandil y espumadera, y que desarrollan sus manipuladas creaciones culinarias bajo la férrea atención de un irritado “maestro”.

España es un país que lidera, junto a otros como Italia, Francia o Alemania, el ranking en cuanto a número de concursos musicales, especialmente para piano, instrumento que goza de muy buena salud en nuestro entorno, al menos en lo que a estos certámenes se refiere. Caso reciente ha sido el Internacional de Santander, “Paloma O’Shea”, que se ha desarrollado en agosto tras un exhaustivo proceso de selección. Algunos de estos concursos están adscritos a federaciones y asociaciones internacionales, consolidando así un apoyo mutuo, y que cuentan con la presencia y colaboración de conservatorios de todo el mundo, que son las canteras que nutren de concursantes.

Quizá sea una pequeña contradicción que el concepto fundamental sobre el que se sustenta un concurso de música, premiar al mejor, sea una subjetividad absoluta de los miembros de su jurado, ya que en la música lo mejor para uno no lo es siempre para el otro. De hecho, los mismos jurados, en sus debates internos mantienen posiciones muy dispares, no estando de acuerdo en muchos casos con el resultado final.

Por otro lado, sí hay objetividad en la gran cantidad de música que puede escucharse en los concursos. Música que hace rebosar la vida cultural de la ciudad donde se celebra. Tomando una medida estándar, si el concurso se desarrolla durante una semana, el público tiene la oportunidad de escuchar unas veinte horas de música en variadas interpretaciones. Es un hecho que algunos concursos despiertan del letargo musical y cultural a la localidad donde tienen lugar, no siempre una plaza destacada por ello; sirvan como ejemplo Lleida, Jaén, Ferrol o Almería, por poner cuatro modelos de pequeñas ciudades, sin abundante vida musical, donde se desarrollan destacados concursos. Estos maratones musicales propician más aficionados y melómanos, ya que suelen complementarse con charlas, ensayos y otras actividades culturales. Por ello, las instituciones públicas, con el apoyo del capital privado y de los medios de comunicación locales y especializados, apoyan estos certámenes garantizando su continuidad, como un elemento más de promoción cultural y musical en las ciudades donde se celebra.

Ahora bien, la pregunta que planteamos en el titular, jugando con el nombre del conocido programa televisivo de cocina, es la siguiente: ¿un premio madura al músico? O, aún mejor, ¿se convierte en un maestro quién es premiado en un concurso? La respuesta está muy clara, no. La maestría se alcanza con la edad, el trabajo continuado y el esfuerzo en el tiempo, a pesar de demostrar en muchos casos cualidades arrolladoras sobre un escenario en un momento determinado. Pero sí influye un matiz: si todo aquel que concursa desarrolla su capacidad competitiva, ésta mejora su rendimiento musical, ya que ha sido puesto a prueba junto con los de otros intérpretes de la cantera internacional. Son conocidos los casos de grandísimos pianistas que nunca han participado en concursos, así como grandes concursantes que luego no han llegado a ser pianistas de renombre. No necesariamente un concurso debe formar parte de la carrera de un músico, pero sí le ayuda a un mejor posicionamiento en su manera de hacer música y, si resulta premiado, es indudable que este galardón le proporcionará más conciertos y mejorará su vida profesional.

Recientemente, el cellista español Pablo Ferrández, galardonado con un cuarto premio en el Internacional Tchaikovsky de Moscú y con opciones de haber optado a un premio superior, fue felicitado por Gidon Kremer, que lo consoló por no haber recibido mayor reconocimiento y que valoró “el coraje de haberse plantado ante tanta gente para mostrarse tal como es”. Quizá sea esta la incógnita. Si se es ya un maestro, ¿son los maestros del jurado capaces de reconocer que quien está tocando ya toca mejor que alguno de ellos? Ustedes mismos… Larga vida a los concursos. 

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Política, políticos y música
Junio 2011 - Núm. 842
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