Nos estamos volviendo un poco cansinos, es verdad. No nos cansamos de repetir, una y otra vez, que los dichosos recortes (en algunos o bastantes casos mejor llamarlos cancelaciones) están ahogando al sector cultural de este país. Cultura y educación, entendidas como los Ginger Rogers y Fred Astaire de la sociedad, que deben de ir siempre sincronizadas y en armonía, como una pareja de baile, se encuentran en un momento crítico. Pero no son las únicas.
La sanidad y los servicios sociales, imprescindibles para mantener la cordura general, están generando una alarmante preocupación en la sociedad, que recibe día tras día señales de que para casi todo hay que rascarse el bolsillo, o, en caso contrario, recibir una peor atención que la que se ofrecía hasta la fecha. Y en un país como España, acostumbrado a tener una sanidad de primer orden y generalmente gratuita, es cuando menos preocupante.
Hablar pues de defender la cultura y de solicitar continuas inversiones en ella, cuando los enfermos sufren continuos retrasos en sus atenciones, que hasta llegan a poner en peligro sus vidas, o las familias con personas con graves minusvalías comienzan a dejar de percibir ayudas económicas para atender a sus enfermos, puede parecer un asunto ligero y frívolo, pero no es así. La cultura ayuda a un pueblo a entenderse mejor unos con otros, a ser más ciudadanos y a concebir el civismo como una herramienta de cohabitación feliz y armoniosa. Pero también hay datos económicos que la respaldan. Veamos.
En un reciente informe del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, llamado Anuario de Estadísticas Culturales 2012, se habla bien claro, con hechos y datos, de los beneficios económicos que aporta la cultura.
El informe recoge, entre otras cosas, el importante aporte del sector cultural al PIB de los últimos años y cita textualmente que “un 19,7% de los turistas vienen a España por motivos culturales”. Está claro, y cualquier neurona con corbata ministerial debe entender que suprimir la inversión en cultura supone reducir el flujo turístico a nuestro país, que se nutre del turismo como uno de sus ejes económicos fundamentales. Hasta aquí, bien.
En otro punto, el Anuario destaca que “el empleo en el ámbito cultural ascendió en el segundo trimestre de 2012 a 452.700 personas, lo que supone un 2,6% del empleo total de nuestro país”. De nuevo otra cuestión de Perogrullo. Recortar en cultura es suprimir en puestos de trabajo y ampliar el número de parados. Sin comentarios.
Prosigue el anuario citando que “el gasto medio de los hogares españoles en bienes y servicios culturales fue de 828,3 euros anuales”. Si se reducen los servicios culturales o se elevan los costes para acceder a ellos (la sombra de la privatización), los hogares, que también tienen reducciones de ingresos, dejarán de gastar (invertir) en cultura, ya que el Anuario destaca que “escuchar música, leer e ir al cine son las actividades culturales realizadas con mayor frecuencia por la población española”. Es decir, música, lectura y cine. Tres pilares culturales directamente asociados a la formación educativa del ciudadano.
Y un dato muy importante que se dice en el Anuario: “El número de visitantes a bibliotecas ascendió a 216 millones”. 216 millones de visitas, 216 millones de personas accediendo a las bibliotecas para leer y retirar libros, consultar bibliografías, revistas musicales o escuchar música. 216 millones de impulsos culturales, qué se dice pronto.
De nuevo regresamos al mismo asunto de la cultura y la educación, nuestros Ginger Rogers y Fred Astaire. Recurriendo al cine, como otro de los pilares culturales y económicos junto a la música, la mítica pareja, si recordamos, siempre bailaba con una sonrisa perpetua en sus rostros. Los datos nos demuestran que la cultura es, además de un derecho adquirido y una mejora para la ciudadanía, una inversión económica. Acertarán, pues, quiénes defiendan la sonrisa en esta pareja de baile.Seguramente, nadie va a responder ante la catástrofe cultural y educativa que se está provocando; solo con los años comprenderemos el desastroso resultado de tales políticas. Y entonces, cuando el daño ya esté hecho y sea irreparable, nuestro niño será ya único entre todos. Porque irá a la escuela, por supuesto privada, con un “tuper” bajo el brazo, y será de los pocos que hayan entendido lo que sus padres le contaron una vez en el cuento, ya que sus compañeros dispondrán cada vez de menos neuronas activas y conocerán menos princesas. Entrará entonces en el colegio, donde la clase de música se habrá convertido en clase de “entretenimientos económicos sostenibles a ras de costa”, y se sentará junto a un niño, tarugo, que se pasará el día diciendo: “profe, yo quiero ser ministro".