En el mundillo futbolero se conoce como “el clásico” al partido (o, en plural, los partidos) que cada temporada juegan el Real Madrid y el F.C. Barcelona. Como en otros asuntos, este término quiere determinar una rivalidad más de las muchas que hay entre las dos ciudades más importantes del país. Pero, como nuestros lectores y la gente en general saben, ambas ciudades también tienen los dos teatros de ópera más prestigiosos, los que más debate levantan y los que generan más páginas en la prensa musical española: el Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu.
Si uno de esos dos equipos de fútbol decidiera a mitad de temporada hacer público el nombramiento como entrenador del que todavía es responsable del otro, de su máximo rival en “los clásicos”, la noticia sería un escándalo y generaría páginas y horas de radio y televisión, por otra parte muy poco sabrosas, acaparando todos los medios deportivos y a casi todos los no deportivos del país. Pues bien, curiosamente, algo así ha sucedido en el Teatro Real, de Madrid, y el Gran Teatre del Liceu, de Barcelona.
Tristemente, el relevo del director artístico del Teatro Real por el del Teatro del Liceo vino condicionado por la enfermedad de Gerard Mortier, que acabó sucumbiendo a ella el pasado marzo. Descanse en paz (RITMO dedicó el mes anterior unas bellas páginas a su memoria). El mencionado relevo tuvo como actores principales a Mortier, desde Madrid, y a Joan Matabosch, desde Barcelona. Este fue nombrado director artístico del Real mientras lo era del Liceo y mientras Mortier lo seguía siendo del de Madrid. En cuestiones deportivas habría sido la bomba, y aunque en cierto modo lo fue, ya que generó bastante polémica, al poco tiempo el molino dejó de ser movido por un agua pronto pasada.
Como recordarán nuestros lectores, Joan Matabosch (ya instalado en su despacho en el Real) tuvo la amabilidad de conceder una entrevista a RITMO (véase número anterior). En ella, y entre líneas, dejó claro que la estructura de un teatro debe sustentarse gracias al apoyo financiero de su propia fundación, que es la que ha de sujetar los cambios sustanciales de renovación interna y consiguiente ajuste presupuestario. Y, decía él, que eso se ha hecho en el Teatro Real de Madrid y, sin embargo, no en el Liceu de Barcelona. Así las cosas, hemos de recordar que ambos teatros, junto a algunos más que con los años se han proyectado internacionalmente, están obligados a representar la salud escénico-operística del país, por lo que es fundamental que muestren una imagen saneada desde todos los ángulos.
Matabosch hizo una gran labor en Barcelona; la que (sobre todo de manera inmediata) desarrolle en Madrid está por ver, ya que se ha encontrado con una temporada a medias y la siguiente, ya presentada, no es completamente suya. Este es un señor que sabe mucho de música, que sabe de teatro y que sabe hacer temporadas de ópera, pero a buen seguro que sus decisiones no harán llover a gusto de todos. Corre la opinión de que es un “clásico”, de que sus predilecciones se encuentran en la ópera belcantista y de que suele arriesgar poco, todo lo contrario que su predecesor en Madrid. Es decir (siguiendo con el símil futbolístico), si en el Real antes había un entrenador ofensivo que encajaba muchos goles, ahora se apuesta por uno más defensivo y seguro pero menos brillante. ¿Es así?
En RITMO creemos (especialmente tras vernos con él cara a cara en su despacho) que el señor Matabosch sabe muy bien qué equipo tiene y cómo tiene que jugar los partidos. Sería un desperdicio contar con tal “plantilla” y tal “estadio” y no aprovechar sus posibilidades. Debemos de dar tiempo, cerrar polémicas pasadas y estar atentos ante nuevos levantamientos de telón. Vuelve “el clásico”.