Música clásica desde 1929

Editorial

Con la que está cayendo
Julio-Agosto 2014 - Núm. 876

Con la que está cayendo

“Con la que está cayendo…”. Hay que ver, qué capacidad tiene este pueblo para resumir con extrema brevedad aquello que solo debería poderse explicar mediante un discurso grande y detallado; y hay que ver qué arte se gasta para transformar la realidad, mezquina y abstrusa, a base de destellos de una pretendida genialidad que parezca rozar lo heroico, cuando no lo sublime. Brevedad y altura moral, en lo ético y lo estético, parecen acompañar este tipo de máximas, popularizadas además a gran velocidad, diríase que como un práctico y multiuso prêt-à-porter adecuado para ser utilizado a granel hasta por el más ignorante. En el caso de esta frase en concreto, el pueblo ha encontrado, además, una manera sencilla de revolverse dialécticamente contra lo establecido sin tener que recurrir a la violencia; al contrario, haciendo uso de una fina ironía para decir sin decirlo que muchos de los males que nos rodean se deben a la falta de liderazgo general en las cúpulas de las organizaciones que controlan los quehaceres humanos. En todas y cada una, incluidas las culturales. (Las políticas, sin duda las más espectaculares y vistosas, habrían de ser tratadas en una página similar a esta pero en otro tipo de publicación).

Liderazgo en el quehacer cultural. Casi nada. Pero es crucial. Porque en un mundo en el que la creación está tan injustamente globalizada (¿qué música es más hermosa, la que hacen moverse a las marionetas sobre el agua en los pequeños teatros de la península de Indochina o la Quinta de Beethoven?) o se inventa, organiza y gestiona la entrega de la cultura al pueblo con sentido, o este seguro que va a acabar teniendo como máximo objetivo creativo en su vida perderse por los parques a chatear con los amigos. Con sentido. Con sensatez. Con racionalidad. Con altruismo selectivo. También sin pretensiones intelectuales que conduzcan al sectarismo, pero con la suficiente anchura de miras para que las diferentes maneras de hacer tengan su oportunidad.

Todas estas cosas (y alguna más, seguramente) deberían caracterizar esa actividad que en genérico entendemos como programar una temporada de conciertos y actividades musicales. Y como en las últimas semanas se ha producido la del CNDM (Centro Nacional de Difusión Musical), un organismo público sobre cuyas espaldas deben de recaer exactamente las responsabilidades que definen los conceptos que encierran las palabras cuyas iniciales conforman su acrónimo (Centro, Nacional, Difusión y Musical), sería casi un delito de lesa información crítica que una publicación como esta no diera su opinión al respecto.

En esa presentación se nos entregó un libro con la descripción de los conciertos y actividades programadas. Pero en el acto, que duró casi dos horas, no se leyó. ¿Por qué? Pues con toda probabilidad porque la brutal extensión de su contenido no lo permitió, simplemente por falta de tiempo. Nosotros no vamos aquí y ahora a dar cifras. Pero sí a constatar alguna referencia crítica.

Nos parece una suma de actividades de gran calidad general, de enorme número, muy variada tanto en los planteamientos estéticos y estilísticos, como en la elección de los intérpretes y magníficamente ajustada a un presupuesto público más que razonable. A veces, al borde de lo inexplicable, particularmente si el análisis se realiza desde una perspectiva de negocio. Sin embargo, nos parece este (el de la venta de música como actividad empresarial) un terreno que no invade, pues pensamos (lo hemos expresado más de una vez desde esta página) que la cultura, y la música en particular, han de tener un componente público ineludible en una sociedad moderna. Claro que también hemos planteado en ocasiones, por supuesto, que es intolerable usarlas  para (mediante inversiones bárbaras) hacer política. Cada uno en su sitio.

Y en su sitio nos ha parecido que está esta programación, a pesar de que interesadas malas lenguas hayan cuestionado su validez, aludiendo a un cierto olor a burbuja musical. La pregunta sería: ¿hay público para una actividad tan frenética? Hasta ahora los datos de ocupación en las anteriores temporadas hablan por sí solos. Pero es cierto que ahora la oferta está ya al límite. Es esa una crítica lícita, evidentemente, pero en todo caso habría que posponerla, debido al mencionado notable aumento.

Un último comentario, para enlazar con el inicio de este texto. Al  hacer aquella reflexión sobre los lugares comunes en que se instalan las máximas de moda y sobre los liderazgos en las actividades humanas, pensábamos en la dirección del CNDM. Lo que se ha hecho en temporadas pasadas y un proyecto como el ahora presentado (con vocación central, pues la sede está en Madrid; con auténtica vocación nacional, pues sale a un buen trozo del país; y de altísimo poder difusor de todo tipo de músicas) serían impensables sin un fuerte y comprometido  liderazgo. Perdónesenos la digresión, pero la vemos necesaria y conveniente: al contrario de lo que sucede en nuestro deprimido mundo político, en el mundo de la gestión de la música clásica sí hay en España un claro, potente y eficaz liderazgo al marcar los vectores fundamentales en la difusión de la misma como objetivo público. Tiene nombre y apellidos, y, junto a un pequeño pero extraordinariamente eficaz equipo, dirige una “cosa” llamada CNDM.

De manera que sí, “con la que está cayendo”, pero el problema no es que tengamos más o menos lluvia, sino que decidamos mojarnos de verdad o no.    

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