Desde hace unos cuantos años, al menos en España, aunque también la idea se ha desarrollado en otros países, se instauró la moda en algunos festivales y temporadas musicales anuales de programar y diseñar en base a un leitmotiv, a un apellido que unificase estilos, obras, géneros y hasta, en algunos casos, llegando a la especialización de sus intérpretes.
Un ejemplo que este año es muy visible, al ser el aniversario de El Quijote, cuyo desarrollo cultural-musical ya ha sido presentado por el Ministerio, es que esta efeméride motiva la programación de un buen número de obras musicales cervantinas y quijotescas. Pero este caso, que es uno de los muchos relacionados con las variadas onomásticas de compositores o motivos musicales como el citado, es un apellido que se adivina de mención obligatoria, al menos en nuestra piel de toro. La imaginación del programador y su equipo van más allá de estas coincidencias, ya que se busca captar la atención del espectador, del posible oyente, del que tiene que rascarse el bolsillo para, en una variada oferta cultural y musical, decidir dónde y con quién se gasta su dinero. Se trata de vender un producto cultural amparándose en un pegadizo apellido. Puede valer para todo un año, como ha hecho por segunda vez consecutiva y acertadamente la Orquesta y Coro Nacionales de España, que bajo el apellido “malditos” ha creado su temporada 2015/16, o puede ser para un solo mes, como hace incansablemente y con el mismo acierto la Fundación Juan March en sus mini ciclos musicales, algunos tan solo de tres conciertos.
El Centro Nacional de Difusión Musical también engloba en ciclos con apellidos sus variados conciertos, unificando temáticamente la música y, alcanzando de este modo, la especialización, asunto clave para atrapar la atención del espectador, que a veces prefiere ir direccionado hacia un camino estilístico concreto que escuchar aleatoriamente músicas de muy diversos géneros y procedencias en muy pocos días, desconcertándose de este modo su apetito musical.
Lo que nos ha llamado la atención recientemente, es que un importante y consolidado festival de la Comunidad de Madrid, el “Festival Internacional de Arte Sacro”, con nada menos que veintiséis ediciones a sus espaldas, utilice su asentado apellido “sacro”, que es una guía y referencia a la fidelidad de sus seguidores, para, en una inventiva programación, diseñar un nuevo festival que en muchos aspectos nada tiene de “sacro”. ¿Qué tiene que ver el jazz de John Coltrane con la música religiosa de François Couperin? ¿Y las últimas Sonatas para piano de Franz Schubert con la polifonía sacra de los siglos XX y XXI? Si este Festival se ha caracterizado, empleando con acierto su apellido, ha sido en centrar todo su programa en la música sacra, que es, en la historia de la música, un potente motor temático. Y si se ha querido ampliar las variedades estilísticas, desde esta revista aplaudimos esta y todas las inventivas que mejoren y refresquen la programación, pero siempre desde un respeto a su apellido, en esta edición un desacertado “sacro”. Schubert y Coltrane tienen cabida en el festival, claro que sí, pero el apellido “sacro” para ellos es absolutamente inapropiado.
Tal vez habría sido el momento de eliminar, o quizá, mejor, modificar el apellido “sacro” por otro que ampliase las posibilidades estilísticas del veterano Festival, pero no se ha hecho, programando más allá de lo que el apellido invita a imaginar. ¿Quizá ha sido por un desajuste de calendarios, fechas o diseños? ¿O quizá por una incertidumbre final en su realización de última hora? Sea cual sea la razón, esta es la nueva línea por la que parece ir este Festival que pretende ahora convertirse en referente de cierta modernidad con un apellido que ni le va ni le viene, cuando el apellido, como hemos visto, sí que importa.