Música clásica desde 1929

Editorial

¡Papi, qué entretenido…!
Noviembre 2012 - Núm. 857

¡Papi, qué entretenido…!

Es costumbre universal de las diferentes culturas que pueblan nuestro planeta contar un cuento a los niños más pequeños, justo antes de que les alcance el sueño, cuando a regañadientes sus padres han conseguido meterlos en la cama. Nuestro niño imaginado, que es un niño de un futuro no muy lejano, y que será padre en un futuro no menos lejano, escucha atentamente el cuento que le cuentan sus padres. Hijo mío, hubo un tiempo en que en los cuentos había músicos, profesores, escritores, editores, estudiantes y otros personajes que formaban parte de otro cuento, más general, llamado Cultura, una princesa que, a su vez, constituía uno de los motores educativos fundamentales de la sociedad, que generaba beneficios sociales a cada país que apostaba por ella, además de generar empleo desde su propio palacio, ya que producía puestos de trabajo y riqueza”. “Y a esa princesa que tú llamas Cultura, ¿por qué ya no la podemos encontrar en los cuentos, papis?”. “Hijo mío –le contesta uno de sus padres–, un buen día un grupo de señores muy bien vestidos y aparentemente bien educados, aparentemente cultos, decidieron de repente que ya no era un deber educativo mantener a nuestra princesa en activo y seguir apostando por ella, tras tantos años de esfuerzos para verla crecer. Decidieron que tu princesa, la Cultura, fuera un entretenimiento, no más, y decidieron comenzar a suprimirla. Comenzaron por las instituciones, algunas con muy pocos medios, como las bibliotecas, a las que les quitaron las ayudas para que siguieran difundiéndola; para que tu princesa siguiera igual de bella y estando en todas partes. Continuaron con las tiendas y con quienes, viviendo honradamente, hacían de la cultura su medio de vida, bien vendiendo libros o discos; porque les aumentaron los impuestos, hasta ahogarlos en sus modestos planes económicos”. “¿Por eso ya no vamos a aquella biblioteca tan bonita a leer y a escuchar música, y en su lugar tenemos que pagar para acceder a ese otro horrible edificio de granito, con esos señores tan malvados –contestó el niño–?”. “Sí hijo, sí, por eso cerraron aquel centro cultural en el que te encontrabas con tu princesa, por falta de dinero para mantenerlo abierto para la población, y por eso vamos muy poco al edificio de granito. Tu padre piensa que la educación cultural debe ser un servicio público y no que, para servir al ciudadano, tengamos que pagar por ella, además de pagarla en nuestros impuestos”. “¿Y a mi profe de música? ¿Por qué tampoco no puedo verlo más?, continúa preguntando el niño, ya con el sueño acechándole–”. “A tu profe –contesta el padre– lo echaron de su trabajo porque, después de eliminar todo lo bautizado con el nombre de ´entretenido´, se decidió eliminar a los que enseñaban lo ´entretenido”. Pero hijo, duérmete ya, por favor, y sueña con tu princesa”.

Permítansenos semejantes fantasías. En la actual situación socioeconómica, no parece disparatado imaginar una historia como esta. Desde RITMO, la revista más antigua de este país y, desde luego, uno de sus padres culturales, nos parece lícito criticar la “política” cultural del actual gobierno, que, literalmente, está eliminando la cultura de la sociedad. Y nos parece que está al borde de lo intolerable algo que hemos leído recientemente en un periódico nacional, no otra cosa que se suprima ya desde la base. Cortar las ramas de un árbol nos parece un atentado, pero talarlo es un crimen. El actual Gobierno ha rebajado, cuando no sencillamente suprimido, las ayudas a la educación musical, que es la que produce los músicos del mañana, los lectores de música del mañana, los asistentes a los conciertos del mañana o los compradores de música y libros musicales del mañana. Para que una sociedad sea mínimamente culta e instruida; no confunda el canto con el griterío; y para que cuando opine sobre música no desafine y se convierta en el hazmerreír de, por ejemplo, la Alemania en la que tanto nos gusta ahora fijarnos, hay que invertir (y no gastar, como ellos creen) en Cultura. Hay que seguir fantaseando con las más bellas princesas, como el niño de nuestra historia.
 
Seguramente, nadie va a responder ante la catástrofe cultural y educativa que se está provocando; solo con los años comprenderemos el desastroso resultado de tales políticas. Y entonces, cuando el daño ya esté hecho y sea irreparable, nuestro niño será ya único entre todos. Porque irá a la escuela, por supuesto privada, con un “tuper” bajo el brazo, y será de los pocos que hayan entendido lo que sus padres le contaron una vez en el cuento, ya que sus compañeros dispondrán cada vez de menos neuronas activas y conocerán menos princesas. Entrará entonces en el colegio, donde la clase de música se habrá convertido en clase de “entretenimientos económicos sostenibles a ras de costa”, y se sentará junto a un niño, tarugo, que se pasará el día diciendo: “profe, yo quiero ser ministro”.

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