Música clásica desde 1929

Editorial

Marca España
Julio-Agosto 2013 - Núm. 865

Marca España

Anécdota 1. Hace unas semanas, en uno de esos programas de televisión que convocan a tres millones largos de espectadores, un personaje de la farándula convertido en político a tiempo parcial explicó a todo aquel que estuviera dispuesto a escuchar de qué sencillísima manera este país podría salir de la crisis económica: “Si todos nos pusiéramos de acuerdo para consumir solo productos españoles, en unos meses, solucionado el problema”.
 
Comentario a la anécdota 1. Además de la intrínseca carga demagógica de este tipo de proclamas y de la dudosa capacidad de este o cualquier otro mensaje para aunar las voluntades consumidoras de cuarenta y tantos millones de personas, parece lícito recordar que, tras tantos años de esfuerzo y trabajo para conseguir aplastar aquello de “Spain is different”, hemos ya llegado a entender de una vez por todas que la calidad no tiene nacionalidad. Y por lo que a esta publicación atañe, la calidad musical.
 
Anécdota 2. Los lectores más maduros de esta revista recordarán aquella cabecera de RITMO que, hasta principios de la década de los 80 del siglo pasado, rezaba “Españoles en el Extranjero”. Era un tiempo en el que el susodicho extranjero lo conformaban, entre otros, países que hoy son nuestros socios.
 
Comentario a anécdota 2. Algo se habrá avanzado, pensamos, para que hoy, al reseñar un concierto protagonizado por uno (o varios) españoles en cualquier ciudad situada más allá de los Pirineos, o del mismísimo Atlántico, no sea necesario referirnos a la ubicación geográfica de una sala situada entonces para casi todos nosotros a miles de kilómetros. Físicos, pero sobre todo ideológicos.
Debate de calidad. Pero resulta que entre los primeros ochenta y hoy la música española (mejor dicho, la música hecha en España) ha cambiado de manera radical, por las razones que durante todo este tiempo han ido siendo comentadas mes a mes desde esta página: más y mejor educación (no la suficiente, pero sin ninguna duda más y mejor), más auditorios, más orquestas, más vida musical independiente en suma. Lo que, a su vez, motivó el fin de un debate que en esta revista tuvo un protagonismo de primera línea: para que la música producida en España sea más y de mayor calidad ¿es necesario discriminarla positivamente? Cuando se hace una programación equis ¿se debe primar al artista español? La línea oficial  (como decía nuestro añorado don Antonio) de esta revista giró durante décadas alrededor de una defensa numantina de la música española. Sin embargo, muchos de los críticos que se expresaron en ella desde principios de los ochenta defendieron abiertamente el criterio de la calidad como vector direccional fundamental, cuando no único: mejor extranjero bueno que español regular.
 
Cierre (o no) del debate. Parecía que este debate se iba acabando, porque estaba claro que año tras año desaparecían diferencias. Los cantantes, los grupos de cámara, las agrupaciones de música antigua, los cuartetos de cuerda, los solistas, todos; nacidos y educados en Utrecht, París, Múnich o en Madrid, Sevilla o Valencia; todos debían de ser tratados igual. Éramos ya Europa, el mundo, y competíamos como tal. Los de allá y los de acá. Pero, de pronto (o no tan de pronto), llega la crisis. Todo patas arriba. Y ese estado de cosas, también. Se vuelve a hablar mucho, demasiado, de la necesidad de que haya más artistas españoles en nuestras programaciones, cuando esos artistas deberían de estar presentes en los conciertos como una consecuencia lógica de su calidad, sin duda a su vez consecuencia del establecimiento de las políticas culturales, de educación y ayuda que se habían ido instrumentando. Lo que genera de nuevo, aunque reabierto de manera tramposa, el viejo debate: tal programador es muy bueno porque llama a muchos artistas españoles; tal otro, no, porque no hace eso.
 
Conclusión (provisional, naturalmente). Pues sencillamente, no hacer una cuestión política, e incluso ideológica, del asunto. Más música, menos nacionalidad. Más Europa y más mundo. Nuestros músicos están preparados para esa competencia. Démosles trabajo, ayudémoslos, promocionémoslos, pero con la misma exigencia artística que a los foráneos; en igualdad de condiciones; sin pedir el carnet de identidad. Y, sobre todo, sin caer en los paternalismos de antaño. Y si no que se lo pregunten a un señor de apellido Afkham, que pronto va a aterrizar en la principal orquesta pública de este país.
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