Música clásica desde 1929

Editorial

Educación musical
Abril 2015 - Núm. 884

Educación musical

Hemos comentado en reiteradas ocasiones que la incesante búsqueda de nuevas audiencias, por parte de los distintos gestores musicales de la vida musical española, es un trabajo bastante difícil, por no decir imposible. Cuando se programan repertorios complejos, fuera de las obras más populares, el rechazo del público es muy evidente. Cuando se buscan relaciones entre la música y otras artes, provocando una suma de intereses, mejoran los resultados de audiencia, pero quedan lejos de las previsiones de sus gestores. Los jóvenes, incluso con programas de música barroca, que en algunos casos respondían a la novedad del intérprete (contratenores de moda, etc.), años atrás muy demandados, tampoco atienden ahora a la llamada del espectáculo. Mayoritariamente cosechan grandes éxitos de audiencia aquellos formatos de conciertos que ofrecen música clásica “para todos”, empaquetada dentro de un marco cultural-popular a precios más reducidos.

Observamos que el público aficionado a la música clásica de toda la vida está desapareciendo, quizá por razones naturales de su edad, y no somos capaces de incorporar a las nuevas generaciones. Los jóvenes están muy alejados del interés y disfrute musical en el marco de la actual oferta clásica. Las clases medias, con la terrible crisis económica que sufren, tampoco se encuentran para muchas florituras musicales. Las salas de conciertos, los teatros de ópera, o las pocas tiendas de discos que nos quedan, suelen nutrirse de clientes jubilados, mayores de 65 años que, aunque no pueden cubrir los aforos, mantienen mínimamente encendida la llama de la cultura y del negocio musical.

En este estado de cosas, nos encontramos con temporadas de conciertos muy consolidadas que, en los últimos años, no están llegando a los mínimos de ventas que garanticen su viabilidad económica y de futuro. En Madrid, nuestro querido y admirado Alfonso Aijón, ofreciendo los mejores programas, orquestas y artistas desde sus ciclos en Ibermúsica, está perdiendo gran parte de ese público que durante tantos años le siguió fielmente. Grandes auditorios en donde la "media-entrada" está siendo la nota dominante en la temporada. Teatros de ópera que, en cuanto se salen de una programación “ortodoxa”, pierden clientes y les sobran muchos abonos. Novedades discográficas de altísimo interés, cuyas ventas hace pocos años eran de varios cientos y, ahora, en el mejor de los casos, de varias decenas de unidades.

Evidentemente, el detonante de esta tremenda caída del consumo de música clásica en el país ha sido la grave crisis económica general, a la que hay que sumar la absurda subida del impuesto del IVA a la cultura que, parece ser, será corregida en breve. Cuando el dinero corría sin freno por los bolsillos del ciudadano y de los gestores culturales todo marchaba bien, todo se tapaba. En esos tiempos, la cultura y el ocio musical han venido utilizándose, en muchos casos, como un adorno más dentro del alocado estilo de vida en la época de la opulencia y el derroche. Ir a la ópera, asistir a un concierto, disponer del abono para tal o cual ciclo, festival o teatro, era un signo de distinción social y cultural. Ahora ya no hay dinero para adornos, aunque sean culturales; a la música solo se acerca el público realmente preparado para el ejercicio intelectual de escuchar y disfrutar del espectáculo por sí mismo.

Pues bien, si al perder la música su aureola “chic”, por falta de fondos, se ha caído una gran parte del público que sostiene su industria, esto se debe a que ese público no tenía la cultura musical necesaria para acceder inteligentemente a la audición y el disfrute musical. En otros países de nuestro entorno también tienen similares problemas, pero no tan acusados, pues en esos países siempre se ha cuidado con esmero e interés la cultura y la educación musical, como un elemento imprescindible en la formación del individuo, generando una base sólida de aficionados que supera con creces a ese público “chic” que, por supuesto, también abunda más allá de los Pirineos.

Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que nuestra situación actual proviene de la falta de educación musical. Un problema prioritario al que deberían atender nuestros gobiernos con urgencia. Pero mal vamos, pues la nueva ley que regulará la educación de nuestros hijos rebaja, casi elimina, la presencia de la música en la escuela. Hasta ahora, las enseñanzas artísticas y musicales eran obligatorias en primaria (6 a 12 años), con al menos una hora semanal en cada curso. Con la reforma pasarán a ser optativas. Lo mismo sucede en la educación secundaria obligatoria.

Sin la suficiente educación musical los niños y los jóvenes perderán los enormes recursos intelectuales que ofrece su estudio, aplicables posteriormente a otras materias, quizá más valoradas por este gobierno. Si se rebaja la presencia de la educación musical, tanto en primaria como en secundaria, no tendrá mucho sentido la inversión y el trabajo realizado para y por la música en los últimos 30 años. Sobrarán auditorios, teatros, compositores, intérpretes… La música seguirá siendo algo “chic” que funciona cuando “llueve el dinero”, que no la cultura. Quizá deberíamos aprender de nuestros amigos suizos que, conscientes de su importancia educativa, han votado mayoritariamente incorporar la formación musical a su Constitución.

Corren malos tiempos para la cultura musical en España. Nuestros políticos siguen teniendo una gran falta de sensibilidad cultural y de visión de futuro. Veamos si los ciudadanos, con sus votos, pueden remediar la situación a lo largo de este interesante año electoral.

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