Andábamos preocupados el mes pasado por la posibilidad de que el –en aquel momento presumible– Gobierno de Mariano Rajoy llegara a prescindir del ministerio de Cultura. Hoy ya conocemos el resultado de tal especulación. Pero desde que se escribieron aquellas líneas hasta el momento de redactar estas hemos recibido en nuestra redacción información oficial sobre un asunto que, para nosotros, sobrepasa con mucho la cuestión planteada entonces. Para nosotros y para muchos más: todas las publicaciones culturales españolas; no solo musicales, sino, decimos bien, culturales, o sea, de música, pero también de arquitectura, de danza, de diseño, de cine, de teatro, de literatura, de poesía, de pintura… ¿A qué información nos referimos?
Pues, sencillamente, a que, de un plumazo, dejamos de ser proveedores de la dirección general del Libro, Archivos y Bibliotecas, porque, al parecer, no sirve de nada que nuestra revista, como las de nuestros colegas de los demás ámbitos culturales de prensa escrita, estén presentes en las bibliotecas públicas de España para que determinados ciudadanos puedan disfrutar de su lectura sin necesidad de gastarse el dinero que cuesta su adquisición. Se nos ha dicho que es una decisión técnica, que se toma por razones de legalidad, pero que el próximo gobierno podrá asumir el asunto con criterio político para dar una respuesta, afirmativa o no, a una posible solución al problema que tal decisión pueda (¿) causar a la prensa cultural.
Quede claro que el concepto que para la Cultura encierra la antipática palabra subvención no tiene nada que ver con el problema que aquí se plantea. Sucede que somos prensa especializada, y prensa especializada musical, para más inri y lamentación, pues no vivimos precisamente en un país de grandes orejas. Por ello, nuestra supervivencia pende de muchos factores espurios, entre otros de negociar con los poderes públicos nuestra presencia en las bibliotecas públicas para que nuestras ventas sean las justas (no más; una revista de música clásica en nuestro país, ni antes ni ahora ni nunca ha sido, es o será un negocio, una obviedad que no sería necesario recordar). Las justas, que quiere decir las justas para poder sobrevivir. Habrá, seguro, quienes en un furibundo ataque de liberalismo, pensarán que todo esto es literatura barata; que cada palo ha de aguantar su vela, y ya está. Bien. Pero sepan tales geniales tecnócratas del mercado libre que, así, la probabilidad de que las revistas culturales se vayan al garete no es que sea altísima; es que se va hacer realidad en uno o dos meses.
Nos parece muy injusto que a una publicación como RITMO, medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes; una revista que lleva bregando en el triste mercado musical español hace más de 83 años, dando un servicio a la música clásica en España absolutamente encomiable, se le vaya a negar de pronto tal pan y tal sal. Pero no solo nos parece injusto para la revista; también para la vida cultural de las propias bibliotecas de las que van a desaparecer nuestra publicación y las de nuestros colegas. Nos preguntamos: ¿si a una biblioteca pública se le niega la parte escrita más actual qué le queda, las obras de Blasco Ibáñez? ¿Saben los señores que van a tomar tal decisión que si no fuera por RITMO no se sabría nada de lo que le sucedió a la música española entre el año 1929, fecha de publicación de su primer número, y la década de los ochenta del siglo XX?
Hemos pasado más de 30 años construyendo algo que no teníamos y que es parte indispensable de la vida de todo un país: infraestructura cultural. Nosotros, RITMO; y nuestros compañeros de viaje, el resto de las revistas culturales, somos parte de esta infraestructura. La crisis se puede llevar por delante una carretera o un tren; puede –y debe– exigirnos trabajar más y mejor; puede –y debe– pedirnos sacrificios. Pero lo que no puede es matarnos.
¿Una decisión técnica? A nosotros nos parece un verdadero asalto a la Cultura. ¿Que esa decisión va a acabar siendo política? Pues que las nuevas autoridades tomen nota de esta página. ¿Tendrán el valor de convertirse en cómplices de la desaparición de la revista de música clásica donde escribieron Anglés, Salazar, Landowska, Joaquín Rodrigo o Béla Bartók? ¿De la publicación que supo sobrevivir a una guerra civil? ¿De la revista con más años de existencia de cuantas se publican hoy en España, sean o no de música? La malas –e irresponsables– lenguas afirman que sí. A nosotros no nos cabría en la cabeza.