Música clásica desde 1929

Editorial

Rebelión cultural
Diciembre 2014 - Núm. 880

Rebelión cultural

Las renuncias de Jordi Savall al Premio Nacional de la Música, de Isabel Steva Hernández, “Colita”, al de Fotografía, sumadas a las anteriores de Javier Marías al Nacional de Narrativa (2012) y de Josep Soler a la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2013), vislumbran el nacimiento de una seria protesta intelectual ante la política cultural del actual gobierno de nuestro país en los últimos años, protesta compartida por la gran mayoría de la sociedad civil.

Ya hemos comentado en esta misma página editorial la necesidad que tiene toda actividad cultural de recibir ayuda directa de los gobiernos. La creación cultural, su gestión y difusión no puede ser vista exclusivamente como una actividad comercial o empresarial. La cultura no se rige, o no se debe regir, por un balance económico y una cuenta de resultados. También es cierto que tiene que estar sujeta a una disciplina económica pero, en ningún caso, puede sobrevivir sin el apoyo del Estado. Nos vienen a la memoria ahora aquellos años en los que cualquier actividad cultural, que no fueran las tradicionalmente admitidas, era el resultado del trabajo heroico de “elementos extraños al sistema”.

RITMO, en sus 86 años de periodismo musical, ha sufrido muchas vicisitudes en los distintos  regímenes políticos en los que ha desarrollado su trabajo, así como con los diversos gobiernos y autoridades competentes resultantes de los mismos. Una revista de música clásica, como actividad cultural que es, siempre ha precisado y precisa de la ayuda del Estado para poder llegar a los centros públicos de promoción y difusión cultural, naturalmente dependientes de él. Recordamos, por ejemplo, en una época previa a la democracia, cómo un alto responsable del organismo oficial de turno puso en entredicho la viabilidad editorial de esta revista por el mero hecho de solicitar ayuda del Estado. ¿Cómo era posible que una empresa cultural necesitase de las “muletas de papa estado”? Y, lógicamente, nos quedamos sin la ayuda solicitada. Ahora, de forma recurrente, nos viene esta anécdota a la memoria.

Llegó la democracia y un golpe de aire fresco sobrevoló la vida cultural española. La música empezó a recorrer toda nuestra geografía. Nacieron orquestas, teatros y salas de ópera; mejoró la educación musical en colegios, institutos, conservatorios y universidades, y se ayudó a los medios de comunicación musical a llegar a las bibliotecas públicas, a las universitarias, a los conservatorios... El resultado de esa época de gran inversión en cultura ha sido una joven generación de excelentes músicos, nuevos empresarios y gestores culturales; fantásticas infraestructuras, teatros, auditorios, revistas de música, nuevos aficionados… Incluso se llegó a reconocer la labor de RITMO con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. España se había colocado, en pocos años, al nivel de la vida musical de nuestros vecinos europeos. Todo esto fue posible gracias al apoyo de un Estado que veía la música como un elemento cultural de primer orden, imprescindible para la mejor educación del ciudadano.

Pero llegó la crisis económica mundial y, por supuesto, la española. Los gobiernos de turno tuvieron que afrontar los problemas económicos derivados de la crisis y tomar sus decisiones y ajustes presupuestarios. Para la cultura en general, y la música en particular, el ajuste está siendo largo y duro. Se han tenido que reducir drásticamente las programaciones de las temporadas de ópera, conciertos y festivales por la escasez en las ayudas oficiales. Nuestros músicos se han visto forzados a buscar mercados exteriores, reduciendo su presencia en la vida cultural del país y sus expectativas económicas a la mera supervivencia. Siempre hemos defendido la necesidad de que la cultura quede al margen de los recortes en épocas de crisis. Un pueblo sin actividad cultural es un pueblo enfermo. Podemos perder en pocos años todo lo conseguido en varias décadas de esfuerzo, imaginación y trabajo.

Estando así las cosas, parece ser que ya surge una reacción cultural de rebeldía. La gente de la calle, los artistas y los gestores culturales empiezan a mostrar su malestar y disgusto. Que grandes nombres de la vida artística del país renuncien a los honores de un Estado que les está oprimiendo es una buena señal. No es de recibo recortar e ignorar con una mano y buscar la foto del éxito con la otra. Eso nos recuerda tiempos pasados que nos gustaría no volver a vivir.

La gente de la calle, los consumidores de la cultura, ven con perplejidad cómo se les piden tremendos sacrificios económicos en sus rentas, con arbitrarios repartos en los recortes económicos, mientras que la faraónica estructura administrativa del Estado, y la de todos sus apéndices, ni se reforma ni se recorta. Y cómo los presupuestos de los partidos políticos siguen en el “limbo” informativo; cómo la corrupción se extiende a lo largo y ancho de toda la geografía política, y, por otro lado, cómo se reducen continuamente los presupuestos para la cultura, dejando todo lo hecho durante años en un camino sin retorno.

No, queridos políticos. No renunciamos a la democracia. No renunciamos ni a la cultura ni a la educación para todos. No queremos volver a las castas sociales y culturales de antaño. Necesitamos que la música vuelva a la senda del crecimiento y de la difusión social, que tanto esfuerzo nos ha costado y que tan excelentes resultados han producido en nuestra sociedad. No hay que rasgarse las vestiduras por subvencionar la cultura, por aprobar una ley de mecenazgo, es una inversión imprescindible para una sociedad sana. En todo caso, quizá todo se pueda reducir a una simple cuestión de sensibilidad cultural y social de nuestros políticos, cuando gobiernan. Tal y como apuntaba Jordi Savall en su carta de renuncia dirigida al ministro José Ignacio Wert, “Como decía Dostoyevski, que la Belleza salvará al mundo, pero para ello es necesario poder vivir con dignidad y tener acceso a la Educación y a la Cultura”.

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