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Editorial

La paradoja de Wagner
Mayo 2013 - Núm. 863

La paradoja de Wagner

Mes a mes (y en lo que llevamos de año) los titulares de los contenidos de RITMO se están viendo inundados por un nombre que, a su vez, va a seguir acaparando las conmemoraciones culturales de 2013: Richard Wagner. Comparte aniversario con Verdi, también nacido en 1813, pero, como podemos comprobar hasta ahora, lo está “superando” con creces en relevancia y protagonismo. En esta publicación el alemán siempre ha ocupado un lugar de honor, pero al parecer este año se va a incrementar con creces su presencia. Afortunadamente.

¿Qué ocurre con Wagner? ¿A qué se debe la fascinación que su Obra provoca en el público? ¿Por qué una extensa ópera de más de cuatro horas que exige una concentración extrema agota las entradas con más facilidad que otra que dura la mitad? Aunque la música no se deba medir con el reloj (“El tiempo se convierte en espacio”, dixit Gurnemanz, el orador del Parsifal), la de Wagner se ha convertido en una verdadera paradoja en la sociedad que vivimos. Comenzando por las extensas duraciones de sus óperas, sus dramas musicales, como él los definía, chocan con una época en la que la impaciencia lo devora todo. Vivimos en un momento en el que esa impaciencia encuentra cobijo en las redes sociales, que distribuyen información sin descanso y sin reflexión (¿cuántos miles de “twitts” desafortunados se envían al día por la falta de reflexión y paciencia?). De manera que, primera paradoja: vivimos en la sociedad que más deprisa se mueve de la historia, mientras que Wagner es el compositor que lo hace más despacio. Sin embargo, la fascinación por sus obras no disminuye en el siglo XXI; más bien sigue aumentando.

Los teatros de ópera, aun con importantes reducciones en sus presupuestos, apuestan por subir al escenario títulos de Wagner. Los montajes wagnerianos, más sencillos o más complejos escénicamente, son más costosos que cualquier otro. Requieren orquestas abultadas con a veces contrataciones extras, por lo que los precios de las entradas se disparan, lo que en tiempos de precariedad económica supone un problema. Resulta paradójico, así, realizar los costosos montajes de las óperas de Wagner, con elevados precios en las entradas (necesariamente), y sin embargo la respuesta del público es clara: nunca quedan localidades libres, todas se agotan. Segunda paradoja.

La música de Wagner se escucha grabada desde hace cien años con pasión; desde los tiempos del teatrófono (audición en tiempo real) que empleaba Marcel Proust para “tragarse“ todo un acto de Los Maestros Cantores, hasta el actual Blu-ray. Ninguna música necesita más la imagen que la operística, y ninguna música operística necesita más la imagen que la de Wagner, por lo que tanto el DVD como el Blu-ray son los soportes ideales para difundir sus óperas. Además, el soporte de DVD (y más el Blu-ray) admite duraciones largas, cosa que no sucede con el CD: el primer acto de Tristan no entra en un solo CD en algunas ocasiones, con lo que hay que dividirlo en dos, cosa que no ocurre con el DVD, en el que la fragmentación es, en el peor de los casos, por actos completos. En fin, con estos maravillosos sistemas de sonido e imagen domésticos que hay hoy en el mercado, el espectador puede alcanzar estados de compenetración muy parecidos a los obtenidos estando presente en el teatro.

Y de nuevo nos topamos con otra paradoja. Grabar Wagner es complejo, muy complejo. No quedan muchos John Culshaw por el mundo, pero se siguen registrando sus óperas, especialmente en directo, que luego se editan en soportes audiovisuales, siendo en casi todos los casos discos de precio muy elevado. De hecho, es muy difícil encontrar en el mercado ediciones de series económicas de óperas de Wagner, cosa que quizá facilitaría su venta. Conclusión: Wagner se sigue grabando porque se sigue vendiendo. Cuando el disco ha bajado sus ventas alarmantemente, los registros de Wagner se siguen comprando a precios muy altos. Posiblemente, en comparación con su producción, es el compositor del que más discos y DVDs se venden. Tercera paradoja.

Tal vez el asunto más delicado cuando hablamos de Wagner (y probablemente una paradoja que no es tal) sea la utilización política de su música por el nacionalsocialismo del Tercer Reich. Verdi también fue politizado, pues él mismo empleó su música para enaltecer la independencia de su país, pero Wagner fue masacrado por los nazis, a los que inevitablemente, y desgraciadamente, su nombre ha quedado unido (hace unas semanas una conocida emisora de radio, de cobertura nacional, utilizó la Obertura de Tannhäuser como música de fondo mientras hablaban del nazismo...). Pero, ¿cómo es posible que judíos como Mahler o Schoenberg, que rechazaron su religión vernácula y que fueron víctimas del antisemitismo que proclamó Wagner en su desafortunado “El judaísmo en la música”, defendieran a Wagner por encima de cuestiones políticas y “raciales”? Pues por la misma razón que lo hicieron otros grandísimos músicos judíos a lo largo del siglo XX: la música de Wagner convence por encima de cualquier otro tipo de vinculación. Tal vez esta sea la clave: que la grandeza suprema de la música de Wagner debe estar, y está, por encima de cualquier vinculación de orden político. Intentemos escuchar su música sin las ataduras de sus paradojas.

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