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Viaje musical a Viena

(Konzerthaus, Theater an der Wien…)

Marzo 2020

La idea de que Viena es sinónimo de música es tan fuerte entre cualquier persona medianamente culta, que sobra el afirmar que ciertamente esta idea es verdadera. Si usted es de los que enfoca su turismo hacia la cultura, sin lugar a dudas debiera seleccionar la capital austríaca como un destino en el que la música en particular, y el arte en general, se puedan disfrutar dentro de una amplia oferta.

El día 28 de febrero tuvo lugar en la sala grande del Konzerthaus un concierto de la SWR Orchester bajo la dirección de su alabado titular Currentzis dentro de una serie llamada Zyklus Teodor Currentzis, del cual este era el tercer programa. El programa, el mismo que ha interpretado en Barcelona y en Madrid en días posteriores, constaba de dos obras, Tod und Verklärung Op. 24 de Strauss y una segunda parte íntegramente dedicada al ciclo que viene desarrollando sobre las sinfonías de Mahler, en el caso que nos ocupa la Primera.

Sobre las virtudes de Currentzis no es necesario extenderse: todo aquel que lo ha visto dirigir ha observado que sale de la norma en cuanto a su gesticulación, su acercamiento a cada obra, siempre con ideas nunca antes oídas, e incluso su atuendo informal, de negro pero con cordones rojos. Alto y desgarbado, de pelo lacio largo que le baila, sus manos son un prodigio de precisión. Solo con ese inicio en pianissimo del poema sinfónico de Strauss ya nos atrapó para ir tejiendo una progresión ascendente de belleza con un sonido cuidadísimo.

En cuanto a la Primera de Mahler, con una atención al detalle exquisita, no hay frase musical que no esté bien cincelada, en gran medida por el buen trabajo en el equilibrio sonoro entre secciones y la enorme calidad artística de los diferentes solistas de sección, empezando por la contrabajo solista con su solo del segundo movimiento, o el concertino con el suyo del poema de Strauss. Quizá como único detalle en el debe, los tiempos demasiado rápidos en el Finale y en algún otro momento. Obviamente la técnica de la orquesta le permite tocar a esa velocidad, pero el oído no puede atender a todo lo que sucede dentro de la música. Aplausos generosísimos en la sala llena que condujeron a algo insólito: el propio Currentzis anuncia en defensa de la música actual que se hará una nueva pausa de veinte minutos tras la cual algunos miembros de la orquesta interpretarán una obra contemporánea para aquellos que quieran escucharla. Así sonó en esta sección Nach(t)musik (música nocturna/música posterior) la obra de G. Scelsi Okenagon para Arpa, Contrabajo y Tamtam.

El día siguiente fue el turno para ir al famoso Theater an der Wien, aquel teatro situado fuera de los bastiones de la ciudad en el que el propio Beethoven fuera compositor residente durante los años 1803-1804 y que viera el estreno de Leonore en 1805, años en que su director fuera Schikaneder, el libretista de La flauta mágica mozartiana. Dentro de casi el millar de actividades en torno a la figura de Beethoven que Viena ha organizado en este su 250 aniversario de su nacimiento, la Beethoven Orchester Bonn presentaba un concierto también con dos obras: Ein Brief de Manfred Trojahn, y el único Oratorio beethoveniano Christus am Ölberge Op.85.

Lamentablemente el barítono solista, único solista por otra parte, de Ein Brief, con texto de Hofmannsthal, Holger Falk cayó enfermo y tuve la primera parte que ser sustituida por la Obertura Fidelio, los movimientos tercero y cuarto de la Quinta Sinfonía de Beethoven y el primer movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven. El director fue Dirk Kaftan, que es el director de la ópera de Bonn también y que ofreció versiones llenas de energía de estas archiconocidas obras.

Más interesante fue la segunda parte con el infrecuente Cristo en el Monte de los Olivos, donde se contó con un plantel de solistas de desigual nivel. Rainer Trost como Jesús evidenció grandes problemas de colocación de voz pasando de un Sol-La agudos, con una voz metálica y tensa; Ilse Eeerens como Seraph lució con brillo en su aria y dúos, mientras que el bajo coreano Johannes Seokhoon Moon como Petrus tiene solo una breve intervención al final en la que se mostró solamente correcto. Mucho mejor el coro, que era el Coro Titular de la ópera de Bonn, con buen empaste y articulación rítmica. La Beethoven Orchester Bonn, sin ser de una gran finura, sí tiene un nivel excelente, y la versión de Dirk Kaftan de nuevo tendió más a lo enérgico, manteniendo un adecuado pulso dramático en todo momento.

Los domingos en Viena guardan uno de los mejores tesoros de la ciudad: la música religiosa. Aún se mantiene la tradición católica de cantar la misa del domingo, y para ello cuentan las iglesias y la famosa y recién restaurada Catedral de San Esteban con coros estables. Si tiene la oportunidad le recomendamos encarecidamente la Hofburgkapelle (entradas Hausoratorium, para estar enfrente del coro): cada domingo una misa distinta con los archifamosos Wiener Sängerknaben, los hombres del coro de la Ópera de Viena y componentes de la Wiener Philharmoniker, más la Schola Gregoriana de la Wiener Hofburgkapelle, que es la Iglesia de los emperadores al lado del Museo Albertina.

En esta ocasión, le correspondió el turno a la Missa Dolorosa de Antonio Caldara, que fuera Vicemaestro de Capilla en el reinado el Emperador Carlos VI. A pesar de algún despiste -justamente en el inicio del Kyrie-, explicable porque la orquesta y el coro de hombres va a primera vista, es toda una experiencia escuchar a estos Niños Cantores, que además encarnan los solistas de soprano y contralto. La Misa Dolorosa, en mi menor, es de gran belleza y contiene unos cromatismos que la hacen digna de ese nombre. Como propina, y tras la misa, nos regaló el organista un Ricercar de Froberger, el FbWV405, y los niños, ya en el altar y no en el coro arriba, el maravillosa Ave Maria de Franz Biebl. Esta misa nos impidió asistir a la Catedral de San Esteban que tenía en cartel la Missa O quam gloriosum, y en la Iglesia de San Pedro la más ignota Missa brevis nº4 de Robert Führer.

Como despedida, no podía faltar la Ópera de Viena, que junto a sus hermanas menores la Komische Oper y la Kammeroper constituyen el epicentro de la música de escena. El modelo Staatsoper de Viena, que al igual que otros teatros que a diario abren con un título operístico, funciona de la siguiente manera: tú, cantante, te sabes el papel, yo, director, me sé la ópera, y la orquesta también por lo que nos vemos al abrir el telón. Y créanme que esto es así: son todos estos artistas de una categoría tal que defienden cada día el espectáculo.

De esta guisa asistimos a la Turandot a la inhabitual hora de las 4 de la tarde con enormes expectativas por la pareja protagonista. Y realmente las cumplieron con un Roberto Alagna que se acerca a la sesentena con una voz que sigue conservando ese color especial y timbre único y que en teatro proyecta de maravilla, aunque en el tercer acto mostrara signos de fatiga y su Nessun Dorma no fue de lo mejor por él ofrecido. Pankratova como Turandot está impecable. Dudamos que en la actualidad haya más cantantes con esa presencia vocal, registro homogéneo, flexibilidad para los matices, y timbre dramático idóneo para este personaje en el escenario operístico. También sobresalió la sudafricana Golda Schultz como Liù, un personaje que cantado como lo hizo ella, suele cosechar los aplausos finales más sonoros. Recién llegada a la división de honor de la ópera -debutó como Condesa en Viena el año pasado- en este su segundo papel y con esa técnica depurada y canto emocional no hay que ser muy profeta para ver la gran carrera que tiene ante ella. Acertados el resto del elenco, destacando el bello color de bajo del americano Ryan Speedo Green como Timur, y el todoterreno Boaz Daniel que dotó al secundario Ping de una entidad rara vez encontrada en estos roles.

La puesta en escena del suizo Marco Arturo Marelli estrenada en 2015 y que va por su vigésimo primera representación -en esta temporada va cuatro veces con la dirección de Ramón Tebar-, funciona bien y aporta algunos elementos de interés: no solo por ubicarla en los años en que Puccini la compone planteando la identificación de Puccini-Calaf y Liù con su criada Doria Manfredi que también se suicidó, sino con un coro sentando en butacas que ve el drama de la escena como público casi televisivo distanciado de la emoción al mismo tiempo que disfrutando de esos príncipes-concursantes decapitados.

La dirección de Ramón Tebar enfatizó los aspectos líricos de la obra, también con un férreo control de los tempi e intentando ayudar a todos los cantantes, al mismo tiempo que controlando el sonido de la orquesta. No es de extrañar, por lo tanto, que empiece a ser un habitual en estas últimas temporadas en Viena. Es un milagro que cada noche pueda bajar el telón en la ópera de Viena sin que haya mayores desastres musicales.

Pero Viena es mucho más. En el Leopold Museum, de visita obligatoria, había el domingo 1 de marzo a las 11h un concierto de canciones de Schönberg junto a músicas de cabaret. Y todo esto sin descender a niveles más amateur o de grupos jóvenes, universitarios o de conservatorio. Si añadimos que este 2020 Beethoven está redivivo, y que tiene exposiciones únicas como la que se puede ver en la magnificente y bellísima Prunksaal de la Biblioteca Nacional Austríaca, y la visita al Museo-Casa de Beethoven en Heilingenstadt, barrio en el que también se puede ver la habitación que ocupó en el heuriger Mayer, ya tienen todos los ingredientes para disfrutar del arte, la cultura y la música en la Capital musical europea por excelencia.

por Jerónimo Marín

Foto: Konzerthaus, Viena.

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