Acaba de nacer una nueva forma de entender el ocio y la cultura bautizada como “Perelada”. No confundirlo con “Peralada”, el nombre de la hermosa localidad epicentro de este impresionante reclamo turístico y faro cultural del Empordá gironés, que nace de la mano de la familia Suqué Mateu. “Pereleda” es una nueva forma de entender un territorio, invertir en él y promocionarlo. Esta poliédrica “marca” es capaz de ofrecer un catálogo enorme de ofertas que van desde la música, pasando por el ocio, el juego, el arte, las playas, los paisajes, el patrimonio, los espacios museísticos e incluso, los vinos, pues “Pereleda” pretende englobar en un mismo reclamo tanto su Festival de Música (Semana Santa y verano), como su impresionante casino ubicado en un castillo de cuento de hadas, el convento del Carmen donde principalmente se ofrecen los conciertos y recitales, el museo de la fortificación, con su espectacular Biblioteca (reposan más de mil ediciones del Quijote, incluyendo una de 1605) o las áreas dedicadas a los “Hispano-Suiza”, la cerámica, el vidrio (posee la más importante colección privada de este país) o su recién inaugurado Celler, que se ha presentado al mundo como la bodega más ecológica del mundo, en una ejemplar apuesta arquitectónica y sostenible por el enoturismo. Vasos que se comunican con el fin de poder ser disfrutados por los cinco sentidos.
En espera de que concluyan en 2025 las obras del Auditorio de los jardines que proporcionarán un gigantesco espacio escénico al aire libre con más de 1.500 butacas, el Festival Perelada, tras su exitosa edición de Pascua, prosigue su andadura estival echando mano del esplendor gótico de la Iglesia del Carme. Este verano han pasado por allí personalidades como Freddie de Tommaso, Diana Damrau o Jordi Savall.
En esa continuada búsqueda de nuevos talentos canoros que siempre ha personificado este certamen, el 3 de agosto se programó el recital de Jonathan Tetelman, acompañado por el curtido Daniel Heide al teclado. Un programa, el propuesto, bastante desacertado, donde reinó el más puro libertinaje, pues fue capaz incluso de incluir entre dos Napolitanas, nada menos que el Adagio de la Sonata Op. 13 Patética de Beethoven. Una voz vigorosa, varonil y de amplios decibelios, a veces llegando incluso al alarido, para un tenor (más spinto que lírico) que solo buscó meterse al público en el bolsillo. Tras unos empalagosos y sobreactuados Sonetos de Petrarca de Liszt, el recital deambuló entre lo estupendo (el bien fraseado y elegante “Dein ist mein ganzes Herz” de Léhar o el Aria de Macduff de Macbeth, que venía de cantarlo en Salzburgo), hasta tocar fondo con algunas canciones napolitanas bastante sosas y sin chispa. Solo la descarada juventud hace que uno se atreva (tras el emblemático “Nessun dorma” -deslucido y fuera de estilo-) cerrar tu concierto con el ingenuo Funiculì Funiculà.
Ópera en el gym
Al día siguiente, una estupenda versión (ambientada en un gym) de la ópera El Teléfono o El Amor a Tres, donde Gian Carlo Menotti, ya a finales de los años 40, se vistió de revelador profeta para adelantarnos el mundo esclavizador y adictivo del teléfono que padecemos en la actualidad. Con la atenta dirección del pianista Iván Martín, entre la solazada música tonal del italiano destacó la voz elegante del barítono lírico barcelonés Jan Antem. A su término, el Festival apostó por tender nuevos puentes estilísticos con un atractivo concierto de canciones de The Beatles y David Bowie arregladas por Luciano Berio, entre otros, con la GIO Symphonia y la voz de Elena Tarrats.
Espléndido dúo
Pero lo mejor llegó con la clausura del día cinco, un recital a dúo (con muchísima química entre ellos) de la magnífica Serena Saénz y un sorprendente Jonah Hoskins (sustituyendo al indispuesto Xabier Anduaga), que dejó al público boquiabierto ya en su primera aparición. Un tenor lírico ligero que dará mucho que hablar y que posee un pulcro timbre, un envidiable registro agudo, una técnica prodigiosa, un encandilador colorido y una agilidad gatuna, como lo demostró en las exigentes “Ah! Mes amis” de Donizetti o el “Cessa di più” rossiniano. Muy bien acompañados por el experimentado pianista Maciej Pikulski, la soprano barcelonesa estuvo sobresaliente en la escena de la locura de Lucia de Lamermoor. Delicada, elegante, primorosa en el agudo, ágil y deliciosa como la Norina del Don Pasquale, en la divertida escena de la botella del L’elisir d’amore o en el “O mio babbino caro” del Gianni Schicchi, que pronto cantará en Viena. El brindis final de Traviata vino al pelo para cerrar esta exitosa edición repleta de vino y música.
por Javier Extremera
Foto: Brillante fin de fiesta del Festival Perelada con el recital de Serena Sáenz y Jonah Hoskins / © Miquel González