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Primavera en Budapest

Festival de música en Pascua

abril 2013

Me recibió un Budapest nevado, impropio para la época del año, que en Pascua suele tener una temperatura bastante más templada. La nieve le causa al visitante la sensación de estar contemplando siempre el mismo paisaje, ya que la personalidad que imprime el blanco se adueña de todo lo que se observa, especialmente cuando no se conoce la ciudad. Cuando la nieve comienza a derretirse, la ciudad toma para los ojos del viajero su verdadera fisionomía, su propia belleza sin adornos. Y así, primero nevada, luego mojada, ya que la nieve dio paso a la lluvia, se presentó ante mí una ciudad esplendorosa, un Budapest mágico, cuna de algunas de las músicas más fascinantes de la historia y con un Festival de Música de Primavera (Budapesti Tavaszi Fesztivál) al que asistí desde el Jueves Santo al Sábado, Festival en el que, además de lo que más adelante podrán leer, también contó con Claudio Abbado y la Orquesta Mozart, Il Giardino Armonico, Patricia Petibon, Philippe Herreweghe, Mark Minkowski, Joshua Bell, Yuri Bashmet o Zoltán Kocsis y el Cuarteto Kodály, por citar en estos dos últimos a ejemplares músicos húngaros.

Con todas las facilidades que la Oficina de Turismo de Hungría puso a mi disposición, el jueves conté con la compañía de la encantadora Viktória Vadócz, guía turística que en español me desveló muchos de los secretos que encierra la ciudad. Anduvimos por el fascinante barrio del Castillo, donde se encuentran algunas de las casas más antiguas de Pest, visitamos la Iglesia Matías, que encierra un deslumbrante gótico con vestigios bizantinos en su decoración, embotando los sentidos del que la observa, mientras la nieve ya iba derritiéndose poco a poco en el exterior. Tras un deslumbrante almuerzo en el Pierrot y tras continuar la visita por Pest y cruzar el Puente de las Cadenas para visitar el Parlamento, nos dirigimos a la Casa Museo de Béla Bartók, construida en los bosques a los pies de las colinas de Buda. Las sensaciones para el que ama la música de Bartók se multiplican en esta casa, especialmente cuando se observan los objetos personales del compositor y todos los artilugios con los que grababa las canciones populares, “tecnología” que debía dejar asombrados a los campesinos mientras “actuaban” para él. Ocurre lo mismo en la visita a la Casa Museo Kodály, que conserva aún más objetos personales que la de Bartók, guiados por la responsable del mismo, Theodóra Sebestyén, que nos enseñó todo lo concerniente a Kodály que no pudiéramos conocer y que nos abrió un museo que tiene unas visitas muy restringidas.

Tras esta primera toma de contacto con la ciudad, en la que no respiramos ni un segundo, de Pest a Buda y de Buda a Pest continuamente, me esperaba el primer concierto en una pequeña sala, un espacio multicultural en pleno centro, el Eötvös 10. Se trataba del Ensemble Roma Hungaricum, un conjunto tradicional de música húngara, que trazó un programa en torno al Csárdás, danza tradicional húngara, con obras de Liszt, Hubay, Reményi, Farkas o Bartók. Estos intérpretes son estudiantes o se han formado en Escuelas de Música de Budapest, su juventud conlleva un desparpajo enorme y unas improvisaciones apabullantes (más y mejor en el friss, la parte rápida, que en lassú, la lenta), especialmente en los dos cimbalonistas, que colorean este conjunto con el peculiar timbre de este instrumento. Solistas todos, cada violinista aporta un color distinto y una personalidad propia. Sin lugar a dudas, este fue un concierto necesario para empaparme de la verdadera música húngara, de la que salí colmado. Otra cosa es que de vuelta a la normalidad en la calle budapestina, siguiera sin entender una palabra de este idioma, que me suena tan hermoso como indescifrable, y bien sabrán los lectores de esta revista la pasión que siente el que escribe por la música y la cultura húngara, pero…

Parsifal en la Ópera Nacional

El viernes tenía una cita concreta que condicionaba el resto de actividades: Parsifal en la Ópera Nacional de Hungría. La mañana la aproveché para dar un paseo por la ribera del Danubio, contemplar las maravillosas calles cerca de la orilla en Buda y para realizar una travesía fluvial en barco, donde los turistas fotografiaban tanto que apenas les daba tiempo a contemplar serenamente los majestuosos edificios. Tras otro deslumbrante almuerzo en el Spoon, un restaurante-barco, donde la exquisita cerveza Dreher no se intuía como buena compañera para las duraciones del Parsifal, caminé a través de la maravillosa Avenida Andrássy hasta llegar a la Ópera, sin duda una de las más bellas del mundo. El patio de butacas huele a madera, los asientos crujen, pero conservan la autenticidad de un teatro centenario. Las escaleras interiores, no es un edificio muy grande, son de una belleza perturbadora, las mismas que anduvo Solti en aquel documental en su regreso a Hungría.

Este Parsifal, con un reparto mayoritariamente húngaro, si exceptuamos a Eric Halfvarson (Gurnemanz), Yvonne Naef (Kundry) o Heiko Trinsinger (Amfortas), contó con la serena dirección musical de Stefan Soltész, de acusante falta de decibelios, pero muy lírica y progresivamente intensa, y la dirección escénica de András Mikó, sencilla y respetuosa. Y es que en Parsifal, como ocurre en El Ocaso o en buena parte del Anillo, el director de escena que no escuche a la orquesta, tal vez el principal personaje, mal anda. Algunos directores de escena han “descubierto” en Parsifal una obra nueva, que ambientan en una estación espacial en pleno espacio sideral. Mikó no se ha formado en la Nasa, pero sí parece un hombre de teatro, que con medios modestos, entendió la relación entre música y acción, que elevaba el tono cuando el Gurnemanz de Halfvarson, que lleva a Wagner hasta en la última gota de su sangre, hacía acto de presencia, es decir, en gran parte de los actos I y III. La Kundry de Naef, una de las más pujantes de la actualidad, es soberbia, mientras el Parsifal de István Kovácsházi poco tiene de los heldentenores que nos hacen levantarnos del asiento, pero tal como está el patio de parsifales, exceptuando Kaufmann, más que digno. Y sorpresa fue el Amfortas de Heiko Trinsinger, papel, ya se sabe, que con un poco de dominio es de lo más jugoso (lo opuesto: Gurnemanz). La orquesta de la ópera es bastante buena, no es de extrañar, dado el nivel habitual de los músicos húngaros, y realmente bueno el coro, de los mejores de los teatros estables de Europa. Las muchachas flor, todas de gran belleza, son una representación en escena de lo que el transeúnte ve por la misma calle…

Cada día que pasaba Budapest ofrecía un nuevo aspecto. Un poco de sol brillaba sobre los elegantes tejados de las casas señoriales. Desconocía que existían más de veinte denominaciones de origen vinícolas en Hungría, y pude degustar alguna en el Gerbeaud Bistro, un distinguido restaurante del centro (también fue una experiencia el día de mi regreso a Madrid, bajo una intensa lluvia que no hacía más que aumentar la sensación melancólica del regreso, el almuerzo en el encantador Café Gerlóczy). Tras pasar un buen rato en el balneario Gellért, el mismo de los cuerpos Danone, de los que no hay ni rastro (experiencia mágica bañarse en la piscina exterior, a 36 grados el agua y a 5 la externa), me dirigí al moderno Palacio de las Artes (Béla Bartók Concert Hall), un edifico con múltiples posibilidades y varios espacios acústicos. Me esperaba, como no podía ser menos en Pascua, una Pasión según San Juan de Bach a cargo de Le Concert Lorrain con la dirección de Christoph Prégardien. Hasta aquí todo correcto, ya que el que ha sido uno de los más grandes Evangelistas en las Pasiones de Bach se ha pasado a su dirección… ¡compaginándola con la del Evangelista! Es toda una experiencia ver a este señor, de aspecto profundo e inteligente, dirigir al excelente Real Coro Danés y a los músicos de Lorena, y acto seguido darse súbitamente la vuelta para cantar, realizando esta acción continuamente con la destreza sobre el podio de un bailarín, simultaneando dirección y narración (canto excelso el suyo, penetrante y doliente).

Ingeborz Danz conserva sus cualidades como profunda contralto, mientras que Dashon Burton arrolló con su potente voz de bajo (debería volver a Budapest para hacer el Barbazul de Bartók en escena, aspecto y vocalidad parecen los idóneos) y la delicada soprano Anna-Lucia Richter es un verdadero ángel, un limpio rayo de luz sobre una música, digámoslo de nuevo, para todos los tiempos, como esta ciudad, una experiencia inolvidable para una primera vez y para las que vengan.

Por: Gonzalo Pérez Chamorro

Foto: La maravillosa Ópera Estatal Húngara.

 

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