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María Teresa Chenlo en “La Alhambra en Clave”

Música de España e Hispanoamérica - El eslabón perdido

octubre 2017


Acaba de dar un concierto en la Alhambra de Granada, en el bellísimo Palacio de Carlos V, dentro del ciclo “La Alhambra en clave, 2017”. ¿Nos puede explicar cómo ha sido este ciclo y su organización?

La Alhambra, como espacio de ensueño y creación artística, nos invita a recordar a tres grandes artistas y músicos enamorados de este lugar, Manuel de Falla, la clavecinista Wanda Landowska y su discípulo Rafael Puyana. Los tres estuvieron unidos por una pasión común: restaurar un repertorio olvidado que el romanticismo había desplazado. La feliz coincidencia del legado de Rafael Puyana de su excepcional biblioteca y tres valiosos instrumentos a la Fundación Archivo Manuel de Falla dieron lugar a que el Patronato de la Alhambra y Generalife y la Fundación, con gran acierto, crearan y patrocinaran este ciclo, del que se ha celebrado la segunda edición, en homenaje a estos eximios artistas.

El programa que usted presentó se tituló “Obras para clave españolas y americanas de los siglos XVII al XIX” ¿Cuál era su idea al presentar este programa?

Con motivo del día de la Hispanidad, la organización me pidió que el programa estuviera centrado en la música de España y de la América Hispana. No es la primera vez que hago esta combinación de músicas que, por cierto, siempre son recibidas con gran entusiasmo. El repertorio es tan rico y abundante que en cada concierto puedes variar completamente el programa. Para mí es una satisfacción integrar estas músicas en un mismo concierto, pues yo llevo en mí misma esa integración, nací allí y desarrollo mi actividad aquí.

¿Qué tienen de especial las obras y compositores españoles que usted seleccionó?

La música española de este periodo es abundante y de compositores reconocidos. Creí oportuno elegir compositores poco o menos interpretados. Seleccioné la Sonata V en fa sostenido menor de Manuel Blasco de Nebra. Posee una excelente escritura, con pasajes de virtuosismo, destacando sobre todo su movimiento lento que introduce la Sonata (un Adagio), de honda expresividad; verdadero adelanto al espíritu del romanticismo. Asimismo, elegí una obra de María Rodrigo (1888-1967), una de las primeras compositoras de finales del XIX y principios del XX tristemente olvidada (recientemente se ha recuperado su memoria con un concierto y un disco tras los trabajos musicológicos de José Luis Temes, nos recuerda María Teresa Chenlo). De La copla intrusa, original para piano, realicé una versión para clave. Es una brillante fantasía compuesta en 1931, donde hábilmente mezcla aires andaluces con temas de jota.

Hablando de aires andaluces, también interpretó una Soleá y un Tango  anónimos… ¿Cómo suena este flamenco en su instrumento, propio del siglo XVIII?

Es la primera vez que interpreto obras del flamenco en clave. Fue una inspiración que me provocó el lugar en que iba a tocar y un desafío que me planteé, arriesgándome a probar un estilo de gran intensidad emocional y fruto del mestizaje de las culturas gitana, árabe, judía, cristiana e indiana. Evidentemente, para asumir este riesgo realicé un trabajo previo de gran información y conocimiento del estilo. Tenía que mostrar toda la capacidad de comunicación, de emociones, de placer, alegría y dolor de este arte netamente andaluz. Por otra parte, la estética que fascina del flamenco es su relato verídico basado en su laberinto de melismas, nexo común con la borrachera ornamental del barroco. No olvidemos que ambos son artes que buscan una catarsis para transformar el dolor en alegría. Por otra parte, la sonoridad del clave es próxima a la sonoridad de la guitarra, el alma del toque flamenco.

Las obras americanas también tendrán sus peculiaridades y por eso las elegiría ¿Es así?

Ciertamente. Domenico Zipoli (1688-1726), formado en la escuela europea, desarrolló su actividad en Perú. Es uno más de los casos de trasvase de la escuela europea a América. La obra que interpreté, Sonata I en re mayor, tiene la estructura de la suite pero él ya la llamó sonata. Por otra parte, el cubano Manuel Saumell (1817-1870) en sus Contradanzas (La Siempreviva, La Suavecita y La Paila), transforma la contradanza europea, usando el ritmo hemiólico procedente de la habanera, que tan presente está en la música española. El sevillano Antonio Sáenz, activo en Montevideo, creó un cóctel de danzas criollas y andaluzas mezcladas con trozos de la tonadilla escénica, conjuntando lo de aquí y lo de allí (Boleras Jaleadas de la Media Caña, Trípili y Cachucha). Como broche final elegí un Fandanguito mexicano-huazteco, del que he realizado una versión para clave (Fandango Indiano), que no deja dudas que allí se originó el fandango que luego se transformaría, cuando entró orondo por las puertas del puerto de Cádiz.

Luego la interconexión e intercambio entre las músicas de las dos orillas es grande y fructífera…

Por supuesto. La música de los virreinatos de América, lamentablemente ha sido la gran desconocida, si bien hoy ya se está investigando bastante. Posee tantos ricos elementos que se erige como un auténtico cosmos de música con verdadera fuerza creadora, llena de fuego, fruto de una suma de elementos: imaginación, amplitud de formas, sutileza, refinamiento, sensualidad y, el primordial, la exploración de la tonalidad para mostrar sus posibilidades emocionales. Es un verdadero privilegio poder bucear en los archivos de los distintos países de América y encontrar partituras totalmente olvidadas. Por otra parte, es un sembrado de trampas ya que el material es tan abundante que obliga a decantar con mucho cuidado la selección de las mismas. De todo este rico acervo musical se ha nutrido la música española, así como la americana se nutrió de la que llevó la colonización. Fueron y vinieron. Lo que en musicología se ha dado en llamar músicas de “ida y vuelta”. La interconexión entre estos dos mundos musicales es haber encontrado el “eslabón perdido”. Así lo definió con gran lucidez al terminar el concierto Enrique Gámez, Coordinador de Actividades Culturales del Patronato de La Alhambra y el Generalife.

En este concierto ha usado un clave de tres teclados, nada frecuente, y que ya usó en otra ocasión. ¿Qué posibilidades o ventajas le ha ofrecido este instrumento al interpretar esas obras? Por cierto, este clave es uno de los que donó su maestro, Rafael Puyana, a la Fundación Archivo Manuel de Falla…

Así es. Lo usé precisamente en un concierto homenaje a mi maestro, también en Granada. Es copia de un original de Hieronymus Albrecht Hass de 1740; un ejemplar único en España. Gracias al Patronato y a la Fundación, se le ha hecho una puesta a punto y se conserva en óptimas condiciones. Ya ha sido y está siendo utilizado por diversos clavecinistas. Esa es la fantástica idea de la Fundación.

¿Y su sonoridad?

Su sonoridad y sus posibilidades, al tener los registros de 16 pies y de 2 pies, son innegables. Las investigaciones musicales son continuas y se sigue dando vueltas a cual es el tipo de instrumento idóneo para usar según el periodo o país. El intérprete debe seguir como norma principal e imprescindible el enriquecer la obra con los contrastes sonoros que la partitura le dicte. Es la obra la que pide a gritos los cambios dinámicos necesarios. Si queremos hacer MÚSICA, siempre debemos sentirnos libres de tomar las opciones que nos permitan hacerla en su más alto grado de belleza y no encorsetarnos con prejuicios ajenos a la misma.

¿Finalmente, qué reacción tuvo el público al programa del concierto?

Calurosísima, en los dos pases que se hicieron del mismo. Tuve bravos y, como no podía faltar, oles. Es la mejor recompensa que los intérpretes podemos tener por el trabajo serio y meticuloso con que preparamos los conciertos. En este duro camino del artista, que atraviesa momentos difíciles en nuestro país, comprobar que vale la pena seguir adelante con la seguridad de que el trabajo serio no es en vano, es muy reconfortante.

www.mariateresachenlo.com

Universo clavecinístico

La Alhambra, como espacio de evocación y creación artística, nos invita a recordar a tres grandes artistas unidos por una pasión común en su empeño por recuperar el universo clavecinístico: Manuel de Falla, su amiga la clavecinista polaca Wanda Landowska, y el discípulo de ésta, el afamado clavecinista colombiano Rafael Puyana, maestro de María Teresa Chenlo. Todos ellos mantuvieron una enorme fascinación por la colina roja en la que acabaría viviendo Manuel de Falla y que fue testigo de otras aventuras musicales, como la celebración del I Concurso de Cante Jondo de 1922, o los recitales (ese mismo año decisivo) de Wanda Landowska en el teatrito del Hotel Alhambra Palace.

Los extraordinarios instrumentos que han sido el eje central de este segundo ciclo “La Alhambra en clave”, fueron donados por Rafael Puyana, un músico estrechamente unido a nuestra ciudad como intérprete y como profesor de los Cursos Manuel de Falla, y han sido restaurados gracias al apoyo fundamental del Patronato de la Alhambra y Generalife.

(En la imagen, Manuel de Falla junto a Wanda Landowska, en Granada - foto cedida por el Archivo Manuel de Falla-).

por Lucas Quirós
 

Foto: María Teresa Chenlo
Acred: © Archivo Manuel de Falla

 

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