La vida musical alemana es para cualquier degustador de música clásica una invitación que propone gran variedad y riqueza en sus promesas. Aprovechando el pasado puente de Todos Los Santos, nos fuimos a visitar algunas ciudades principalmente de Hesse para asistir a conciertos y representaciones de ópera, tomando como premisa que no fueran espectáculos dominados por grandes nombres, o mejor dicho, nombres muy conocidos del firmamento clásico. La idea es tomar el pulso a la actividad cotidiana de ciudades alemanas que supuestamente no son de la primera división. Esta es la crónica del viaje.
El primer día, 31 de octubre, asistimos a un concierto dedicado a los jóvenes. Frankfort remodeló la Ópera Antigua en auditorio con dos salas- la Mozart Saal y la Grosser Saal-. El concierto previsto para los días 1 y 2 de noviembre se tocaba también el día previo pero destinado a un público joven -precios más baratos- y con la mitad del programa. La orquesta era la HR Orchestersinfonie bajo la dirección del oboísta François Leleux, y las dos obras que interpretaron fueron el Concierto para oboe en Do M de F.J. Haydn y las Variaciones sobre un Tema de Haydn Op.56 de Brahms. Ambas obras fueron explicadas por Leleux de una manera divertida y correcta, poniendo ejemplos musicales para su mejor comprensión, y en el caso del Concierto para oboe, en el que además de dirigir tocaba la parte solista, con ejemplos sobre la técnica del oboe como la respiración continua. Dotado de una técnica portentosa, este concierto, poco conocido dentro de su producción y poco tocado frente a su rival el Concierto de Mozart en la misma tonalidad de DoM, es una obra refrescante con dos allegros de original estructura, el primero por su introducción y el último por tener forma de tema con variaciones.
La interpretación fue refinada, aunque no es necesario llevar los tempi al extremo de no poder seguir ni la melodía plagada de semicorcheas del oboe. Como propina tocó el primer movimiento, La Cigarra y la Hormiga, de los Cinco Piezas para oboe solo que escribiera Antal Dorati, obra de dificultad superior y donde Leleux mostró su vis narrativa al mostrar claramente el desarrollo de la fábula sólo con su oboe. En cuanto a las Variaciones sobre un tema de Haydn, de nuevo dio la sensación de que Leleux atropellaba la música, de que no dejaba respirar las frases. Su estilo de dirección es grandilocuente, con gestos exagerados en todo momento que no dan reposo tampoco al espectador. Que la orquesta es de calidad y se ajustó en todo momento a sus indicaciones, va de suyo. Aunque no muy conocida, la Hessische Runkfunk Sinfonieorchester con su titular Andrés Orozco-Estrada, es de un nivel sobresaliente y con una temporada plagada de propuestas interesantes, como esta de hacer conciertos explicados y más cortos en duración destinados a los jóvenes, futuros asistentes de sus temporadas.
En la ciudad de Mannheim, hoy sin especial relevancia pero otrora sede de la famosa Orquesta de Mannheim que impulsara el estilo clásico con autores como Stamitz o Vanhal, tiene su sede el Nationaltheater Mannheim. Este tipo de teatros, que no funcionan “a la stagione”, tienen un cuerpo estable de cantantes -también en sus secciones de ballet y teatro- que son los encargados de sacar adelante todos los títulos. Algunos teatros se pueden permitir lo que se denomina Festliche Opernabende, donde en el título de ese día cantan artistas invitados de renombre. Además de las producciones que tienen rodando, van añadiendo -y quitando- títulos, quizá unos siete u ocho por año. El día 1 de noviembre tenían programado Meistersinger, segunda representación de la première del 28 de octubre. Vaya por delante que fue un espectáculo sensacional, extraordinario y que ojalá pudiera ser visto por cualquier amante de la ópera porque sin lugar a dudas se haría wagneriano al momento.
La producción es del londinense Nigel Lowery, apreciado regista desde su Anillo del ROH de 1994-95. Ambientada en la Nürnberg de Durero, tiene algo de la pintura de la época tanto en la perspectiva con columnas del primer acto como en el vestuario colorido de tonos mates, y también en las pelucas tipo ‘sota de oros’ de la baraja española. Especialmente atractiva es la caracterización de cada uno de los Maestros Cantores, alguno cojea, otro encorvado, el de más allá duro de oído, el de más acá barrigón y adormilado… además de asociar a cada uno con un objeto bien en el sombrero bien en la mano.
El movimiento escénico fue claro y preciso, quedando algo más borrosa la escena 2 del Desfile de los Gremios en el acto tercero. Todos los cantantes eran de la casa, y sorprende ver el buen nivel que tienen: aunque visiblemente fatigado al final, el Hans Sachs de Thomas Jesatko posee buen fraseo y color, aunque quizá le falta algo más de humanidad a su construcción del personaje. Sobresaliente también la pareja amorosa, la Eva de Astrid Kessler, con una magnífica caracterización de adolescente atolondrada en su andar apresurado, y el Walther de Tilmann Unger, de voz bella y flexible y al que auguramos una buena carrera, siendo quizá algo más confuso su caracterización como si de Lohengrin se tratara, melena rubia y traje blanco impoluto de capa corta, como si esperara el siguiente cisne. Otra gran sorpresa son el bajo Sung Ho como Veit Pogner, excelente color y prestación, y el Beckmesser de Joachim Goltz, con su atuendo de escribano y que en la escena de su clase con Hans Sachs fue acompañado en escena por una arpista tocando una pequeña arpa diseñada para la ocasión.
El David de Christopher Diffey recibió un caluroso aplauso de parte del público por su simpática actuación, vocalmente impecable. En cuanto a la orquesta, demostró su flexibilidad y buen hacer bajo el mando del titular del teatro desde 2016/17 Alexander Soddy, lanzado hacia el estrellato y con un bagaje importante de premieres en diferentes teatros, habiendo sido asistente de Simone Young y Kirill Petrenko. Tiene todas las cualidades necesarias, imaginación musical, buen gesto, buen fraseo, y capacidad de concertación para hacer una larga carrera, a pesar de que aún por aquí no suene su nombre mucho. En definitiva, solo por este Meistersinger ha merecido la pena el viaje musical.
El día 2 de Noviembre nos esperaba Ariadne auf Naxos en Frankfort, teatro que ha recibido por cuarta vez el premio según la revista Opernglas al mejor teatro de ópera alemán. Con sus 500 espectáculos anuales, de todo tipo y dirigido a todos los públicos, es una maquinaria de alta precisión de realizar espectáculos operísticos. Dentro de la rueda de estrenos, nuevas producciones y repeticiones de sus espectáculos, asistimos al título straussiano en la regie de Brigitte Fassbaender estrenado en octubre de 2013 y que cada año se recupera unas seis o siete veces. La producción, ambientada en los años 20 del pasado s.XX utiliza tres colores como base: negro, blanco y rojo, con un claro sabor a la arquitectura y publicidad de los años 20 en Viena y el grupo artístico Die Sezession. Con unos decorados monumentales y de gran profundidad, en el prólogo con los camerinos de los artistas en los lados y una gran escalinata en el centro, y en la ópera con una pared en perspectiva de fuga y cuatro sillas y puertas de mayor a menor de manera exagerada, es un acierto sobre todo la mezcla de los elementos cómicos con el drama de Ariadna en la segunda parte.
El elenco vocal tenía el gran aliciente del debut de la soprano sueca Christina Nilsson, soprano dramática de voz poderosa pero dúctil, que sonó brillante sin forzar en ningún momento y con un legato y musicalidad de alta cálida. Presten atención a este nombre que sonará con fuerza en los próximos años. También Paula Murrihy como Compositor mostró voz redonda y bien proyectada, además de buena actriz como mostró durante sus apariciones en el segundo acto. El papel más difícil de la ópera, Zerbinetta con su tremenda aria Grossmächtige Prinzessin, fue encarnado por la jovencísima Elizabeth Sutphen, hasta la temporada pasado miembro de la Opernstudio de la Ópera de Frankfurt, es decir, de la cantera. A pesar de contar con un voz pequeña, resolvió con pasmosa facilidad toda su intervención; sin mayor esfuerzo alcanzó los sobreagudos e hizo de las coloraturas una melodía bien trazada como si fueran de primero de canto. Además se movió por el escenario de forma totalmente natural sin entorpecer esto su desempeño. Algo más flojo el Bacchus de Vincent Wohlsteiner, tosco en sus maneras y sin mayor dinámica que el fuerte estentóreo. La dirección de Christoph Gedschold, un habitual de los teatros centroeuropeos, estuvo atenta aunque en algún momento tapara algunas voces.
Y finalizamos nuestro viaje en la preciosa Wiesbaden con un soleado día el 3 de Noviembre. La ópera de Wiesbaden no puede competir en medios con Mannheim ni por supuesto Frankfurt, pero la belleza del edificio de finales del x.XIX no tiene parangón. En el programa Alcina de Haendel en su vuelta a escena esta temporada en la producción de Ingo Kerkhof de abril de 2016. La producción es de una sencillez aplastante: escalinata que ocupa todo el escenario en el Acto 1, muro a pocos metros del proscenio en el Acto 2, y espacio vacío con el muro colgado en oblicuo en el Acto 3; pero funciona de maravilla y la ausencia de utilería y cualquier otro decorado u objeto hace que nos centremos en las emociones de los personajes, bien movidos por el escenario. También destaca la buena iluminación, sobre todo al final del segundo acto con Ombre pallide y los focos laterales en el tercer acto.
La versión realizada altera el original en algunos aspectos, siendo el más importante la ausencia del niño Oberto y su aria del tercer acto, la supresión de los Balli, y también de arias, en concreto cuatro en el primer acto, las dos de Oronte en el segundo, y algunas partes B y repeticiones en las arias da capo, como en la famosa de Ruggiero Verdi Prati del primer acto. Con esto se consigue que la duración, incluido el descanso, sea de 2h45’, lo cual es idóneo, en lugar de las 3 horas largas del original. No obstante, la historia se entiende perfectamente, cosa nada fácil en estos libretos de óperas haendelianos. Los solistas son todos del ensemble de la casa, muy jóvenes, sin ningún nombre afamado, pero de un nivel medio alto, con dominio de la coloratura y el estilo barroco, entregados a su papel y buenos actores. La parte más sobresaliente, por número de arias y belleza, es para Cristina Pasaroiu como Alcina, que cantó el punto culminante de la velada en el aria del segundo acto Ah, mio cor y el Ruggiero de Lena Belkina, aunque Marion Eckstein como Bradamante resolvió con brillantez la temible coloratura de sus arias del primer acto. La orquesta, propia del teatro y de unos 25 músicos incluidos los dos claves y tiorba para el continuo, tocó con estilo barroco depurado, y buena articulación y afinación bajo la dirección del experimentado laudista Konrad Junghänel, fundador de Cantus Cölln, al que aún le quedan unas cinco representaciones más de este título en su reposición.
PD. Alemania no es sólo óperas y conciertos. Si tiene la fortuna de visitar este país como destino musical, no olvide buscar por internet Kirchenmusik en la ciudad donde se aloje, y podrá encontrar sorpresas como la que escuché el domingo 4 de noviembre en la Misa de la Catedral de San Bartolomé, donde se cantaron las Musikalischen Exequien de Schütz dentro de la liturgia. Como despedida presenté mis respetos a Paul Hindemith, quien fuera nacido en Hanau, a 20 kilómetros de Frankfurt, estudiara y fuera miembro de la Orquesta de la Ópera de Frankfurt con solo 20 años, en su domicilio Kuhhinterturm transformado en pequeño museo dedicado a su memoria en 2011.
por Jerónimo Marín
Foto: Ariadne auf Naxos en Frankfort, en la regie de Brigitte Fassbaender (foto de Barbara Aumueller)