Música clásica desde 1929


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José Luis Perez de Arteaga

Cuánto te vamos a echar de menos

febrero 2017

La revista RITMO, en su número de marzo, ha querido dedicar su recuerdo y homenaje a la figura de José Luis Pérez de Arteaga, fallecido el pasado mes de febrero, con unas páginas especiales en las que varias destacadas firmas recuerdan al gran crítico, musicólogo y comunicador que fue; un personaje lleno de carisma que ha dejado su huella generosa e inconfundible en la vida musical española. José Luis formó parte del equipo de RITMO que modernizó e internacionalizó la revista, aportando gran número de estudios, ensayos, opiniones y críticas discográficas, tan vigentes hoy como en el día que se escribieron.

En este espacio reproducimos el homenaje que RITMO dedica a José Luis Pérez de Arteaga en su revista del mes de Marzo.

 

Despedida a un amigo

 

 

Mi padre siempre mantenía que en la vida hay personas que marcan tu destino; personas que, sin saber por qué, han sido fundamentales en tu desarrollo profesional y personal. José Luis Pérez de Arteaga fue una de esas personas clave en mi vida. Creo recordar que le conocí en la redacción de RITMO, cuando él era un veinteañero y yo acababa de llegar a la mayoría de edad. Mi padre, entonces director de la revista y siempre atento a mi formación, me comentó que deseaba presentarme a un joven entusiasta de la música clásica, descubierto por mi abuelo unos años antes, y que estaba despuntando en la crítica musical de la revista. El flechazo fue instantáneo, aunque teníamos dos personalidades muy distintas, pero en seguida se estableció un interesante nexo entre ambos que, más tarde, forjaría una larga amistad.

Desde el primer día José Luis me deslumbró por su fantástico conocimiento de la historia de la música y de sus protagonistas, por su capacidad de trabajo y de análisis, por su facilidad de palabra, por su increíble y ordenada memoria. Él acababa de terminar sus estudios y yo estaba en medio de los míos, pero muchas tardes encontrábamos un hueco para charlar y hablar de proyectos de futuro. Yo siempre mostraba mi espíritu emprendedor y empresarial, mientras que él aportaba su conocimiento del producto (la música) y de los aficionados (el mercado).

Recuerdo sus sabios consejos y apoyos en la creación de mi primera empresa, Ferysa, con los discos importados de la Fonit Cetra, de Unicorn, de Harmonia Mundi…, consejos siempre contrastados con otros miembros de la redacción de RITMO, como el añorado Angel Mayo y el otro gran crítico Ángel Carrascosa, con el que luego hice varias ediciones del catálogo español de discos Polcar, de lo que derivó una profunda amistad y colaboración hasta hoy.

En aquellos años de juventud siempre me gustaba asistir a las reuniones de la redacción de RITMO, que solían convocarse a última hora de la tarde, una vez por semana. En ellas, José Luis participaba siempre con vehemencia, ofrecía un torrente de propuestas de artículos, peleaba los discos a comentar y siempre aportaba su profundo conocimiento de la música, de sus intérpretes y, extrañamente en el medio, ponderando el interés de los aficionados, de los lectores. Su capacidad de comunicación siempre le permitió ponerse en la piel del aficionado y saber escoger las obras y los intérpretes de mayor interés para el mercado. Quizá por ello luego haya tenido tanto éxito a lo largo de la vida en sus colaboraciones en medios más populares como la radio y la televisión.

También recuerdo, con mucho cariño y agradecimiento, su apoyo incondicional cuando venían a Madrid los directores de las empresas discográficas independientes que yo distribuía para España. Solíamos invitarles a comer (siempre a los extranjeros les ha fascinado nuestra gastronomía) y, entre los dos, les demostrábamos que en este país había gente con la suficiente altura para entender y distribuir sus discos. Un gran admirador de José Luis ha sido el presidente de Naxos, Klaus Heymann, con el que tuvimos varios memorables almuerzos, alguno de ellos ante el mejor arroz de la capital.

¡Y qué decir de su boda con Almudena de Maeztu! Una magnífica ceremonia, con música en vivo incluida, a la que siguió una estupenda cena, en La Favorita, con espectáculo lírico a la carta. José Luis me decía constantemente: “¿verdad que está guapísima Almudena?”. Era una persona tremendamente enamorada. Estoy seguro que Almudena ha sido, hasta sus últimos momentos, la razón de su existencia, junto a la música.

Labor en RITMO

De su etapa en RITMO siendo mi padre, Antonio Rodríguez Moreno, el director, se podría escribir todo un libro, con multitud de anécdotas, como cuando el perro de mis padres, un enorme mastín llamado Tristán, casi se lo come en la redacción. Pero anécdotas aparte, creo que José Luis Pérez de Arteaga fue en RITMO la persona que modernizó e internacionalizó la redacción de la revista, dando a la sección de discos una dimensión europea nunca antes vista en nuestro país

Años más tarde, cuando yo llegué a la dirección tras la muerte de mi padre, intenté recuperar a José Luis para nuestra revista, pero sus múltiples compromisos con la radio, la televisión, otras publicaciones, conferencias, etc., no le dejaban tiempo, José Luis ya era una estrella. Me prometía una y otra vez la entrega de los artículos que yo le intentaba “pescar”, pero la verdad es que llegaban con cuentagotas. Y en los dos últimos años, cuando ya se encontraba un poco pachucho, su ritmo de trabajo tuvo que ralentizarse.

Querido amigo, cuántas aventuras hemos emprendido juntos, cuánto te voy a echar de menos..

 

Por: Fernando Rodríguez Polo
Director de RITMO

 

Recordando a José Luis 

El tremendo golpe que ha supuesto para tanta gente la noticia de la muerte de José Luis Pérez de Arteaga ha puesto en marcha la máquina de los recuerdos para quienes fuimos colegas y amigos en los inicios de nuestras trayectorias, allá en los años setenta y en el ámbito de la Revista RITMO, donde empezamos a publicar (él un poco antes que yo, aunque yo era tres años mayor) críticas de discos, entrevistas, crónicas y hasta sesudos artículos, labor que, con otras características, seguimos en la Revista “Reseña”. Nuestras trayectorias siempre fueron paralelas, con períodos no paralelos, sino de convergencia, como aquél primero o el penúltimo, o sea, los años en que coincidimos en la Radio, medio en el que yo había empezado bastante antes y del que me desvinculé laboralmente hace unos años por mor de un ERE que, para bien de la audiencia, no le afectó a él.

Debo confesar que los recuerdos que se me han agolpado con fuerza en las horas y días inmediatamente posteriores a la fatal noticia, han sido mayoritariamente los de aquella primera época en que los dos, jóvenes veinteañeros, también coincidíamos en estar pagando a nuestros padres el tributo de hacer una carrera universitaria mientras dedicábamos la mayor parte de nuestro tiempo a disfrutar de la Música y a estudiarla, que era lo que nos atraía con fuerza irresistible. En lo que no coincidíamos era en posibilidades económicas: él era hijo único (y mimado) de una familia muy adinerada, con doncella en la puerta del piso y chófer (mecánico, decían ellos) en la puerta de la casa, mientras que yo acababa de llegar del pueblo y era el mayor de ocho hermanos de una familia de economía modesta. Cuento esto para subrayar el primer rasgo positivo de la singular personalidad de aquel muchacho: la generosidad.

Porque José Luis, en efecto, puso a mi disposición su tesoro más preciado (una discoteca que a mí me parecía mareante), no solo para disfrutarla en su casa, sino para prestarme discos en tiempos en que se corría el riesgo de que volvieran con indeseables ruidillos incorporados por haber sido hollados los microsurcos por zafiros menos finos de lo debido. Me invitaba a lo que fuera menester, por ejemplo a asistir a óperas o a conciertos (¡Karajan en el Teatro Real!) de precio disuasorio para mí (sobre todo en las localidades preferentes que él frecuentaba), y lo hacía sin ostentación, como la cosa más natural del mundo, cuidando de que no me creara incomodidad.

Pero la apoteosis de este proceso se dio en el verano de 1975, cuando me llamó al pueblo para contarme que se iba a ir al Festival de Salzburgo un par de semanas con su madre (doña María de Arteaga, a la que traté y me distinguía con su afecto) y que, de repente, a ella no le apetecía el viaje. Tenían contratados desde tiempo atrás los vuelos, dos habitaciones en un espléndido hotel a orillas del Salzach, así como dos entradas preferentes para un cúmulo de eventos operísticos y concertísticos cuya enumeración resumida me puso la carne de gallina. Según me dijo, no era cuestión de desaprovechar un gasto ya hecho, así que se me invitaba a sustituir a doña María: ya habían hecho el cambio de titular en los billetes. Pero el último susto estaba por llegar: “salimos pasado mañana”. En unas horas (con la ayuda de mi padre, que conocía al jefe de policía de la ciudad) me saqué el pasaporte, hice la maleta con el único traje de verano existente en mi nada espectacular ropero, me fui a Madrid, dormí donde pude y me personé a la mañana siguiente en su casa de la calle Velázquez.

No menos de cuatro maletas de variados tamaños estaban preparadas junto a la puerta. La doncella, viéndome con mi maletilla, me preguntó por el resto de mi equipaje: “no, esto es todo”, le dije… Y he aquí cómo, sin comerlo ni beberlo, pasé unos días inolvidables en los que disfrutamos lo que el lector puede imaginar: Las bodas de Fígaro (Karajan), Così fan tutte (Böhm), La mujer sin sombra (Böhm), el estreno absoluto de la producción de Don Carlo firmada por Karajan; recitales de Gilels, de Fischer-Dieskau, conciertos sinfónicos dirigidos por Previn, Böhm y Ozawa, con solistas como Gilels o Arrau…

Nuestra capacidad de disfrute parecía ilimitada, pero, al margen de los conciertos, la generosidad de José Luis se ponía de manifiesto en el día a día de la vida en Salzburgo en la primera quincena de agosto, que no era precisamente barata. Hicimos una escapada en tren a Múnich, por cierto viajando en el mismo vagón que Curd Jürgens, el actor que protagonizaba las representaciones de Jedermann en la Domplatz de Salzburgo, a una de las cuales también asistimos.

En aquellos días nuestra amistad se estrechó y, dada su muy peculiar personalidad de “niño grande”, un poco caprichoso y consentido, el anecdotario vivido pensé en fijarlo por escrito, pero no lo hice en su momento y ya es tarde, porque la memoria flaquea. Pero sí recuerdo, por ejemplo, que se enfadó mucho conmigo porque puse alguna pega a la versión de Las bodas de Fígaro dirigida por Karajan y Ponnelle, y se vengó días después poniendo a parir la versión del Tercer Concierto de Beethoven que había hecho mi venerado Claudio Arrau. Y recuerdo también cómo, en la noche del 9 de agosto, cuando volvíamos al hotel después del espectáculo correspondiente, se paró junto a la acera por la que andábamos un coche y su conductor, sacando la cabeza por la ventanilla, nos espetó: “Vosotros seréis músicos o aficionados a la música, ¿no?”. “Sí”, contestamos. “Pues acaba de morir Dmitri Shostakovich”, y se fue a toda velocidad dejándonos turbados con la noticia. Yo creo que aquella impresión tuvo su influencia en la profundización del estudio de la música de Shostakovich en el que José Luis ya había hecho algún camino, pero que intensificaría después hasta convertirse en uno de los principales especialistas de nuestro país, como lo ha sido de Mahler.

Mucho cambió la vida para José Luis al transcurrir de los años, pero el trabajo incansable, riguroso y brillante, así como su capacidad comunicativa, fueron siempre los mismos: por eso, al ambiente profesional no trascendieron sus altibajos vitales, que fueron considerables. Como no habían trascendido (salvo para los más próximos) los serios problemas de salud que le afectaron en los últimos meses de su vida, porque despachaba con el móvil desde la cama, enviaba guiones a la Radio por e-mail desde el hospital y trataba de escaparse a Prado del Rey para grabar, como alguna vez hizo.

Mi tocayo, colega y amigo José Luis Pérez de Arteaga era hombre generoso y trabajador incansable: estas dos facetas de su compleja personalidad son las que más revivo en estos días tristes.

Por: José Luis García del Busto

 

Ya no quedan

Ya escribí en caliente, arrojando mis emociones como pude, sobre la desaparición de José Luis Pérez de Arteaga (web de Beckmesser -  http://www.beckmesser.com/adios-maestro-2/ ). Lo haré ahora de otra manera, aun insistiendo en que debería estar prohibida la muerte a los 66 años si se ha llegado a albergar sabidurías mentales como las que acopiaba él en su cabeza. Lo haré ahora intentando recordar los méritos musicales de esta figura indispensable para la música española del último medio siglo.

José Luis Pérez fue una especie de hombre del renacimiento musical en la España de nuestros días, porque las actividades que abarcó en su carrera no solo fueron inagotables, sino que se desarrollaron bajo una evolución de admirable riqueza. Se podría hablar de etapas, o quizá de las temáticas con las que se involucró, en ambos casos yo creo que muy visibles, pero un tanto inabordables por su variedad y, repito, formidable riqueza. Las más fructíferas, desde el punto de vista discográfico, de repertorio, de analista y de crítico, fueron la primera y la última, es decir, la que le vio nacer, la revista RITMO, y la que Radio Nacional de España le brindó al aceptar que uno de los más grandes inventos de José Luis, ese indispensable y único programa radiofónico llamado “El mundo de la fonografía”, saliera al aire cada semana mostrándonos  a todos algo tan sencillo como que hay más músicas que longanizas.

Entre medias, José Luis llenó muchas páginas en la revista Scherzo (recuerdo un artículo titulado “Revisionistas, contra-revisionistas y anti-contra-revisionistas”, en el dosier de la revista en 2006 dedicado a Shostakovich, poniendo puntos sobre íes, y que no olvidaré jamás) y algunas, memorables, en el boletín de Diverdi (un ejemplo: ¡qué maravilla los dos largos artículos sobre Klaus Tennstedt!). Sin embargo, mis recuerdos más destellantes acerca de lo que ha dejado escrito José Luis se remontan a sus trabajos para RITMO, y en varias facetas.

La primera, como entrevistador. Pérez de Arteaga habló con Tilson Thomas (1972), Karajan (1972, 1976), Solti (1974), Böhm (1975), Brendel (1975), Karl Richter (1975), Colin Davis (1976), Giulini (1977), Issac Stern (1977), Celibidache (1978), Muti (1980), Berganza (1980), Popp (1980), Tennstedt (1981) o Tippett (1981), entre otros, trazando sus perfiles siempre de manera humanamente penetrante e intelectualmente irresistible.

En segundo lugar, como crítico, estudioso y analista, sus opciones entonces eran bastante poco rutinarias, aunque ya exhibían una fuerte vena divulgativa, aspecto que se acrecentó en las últimas décadas de su vida, ya fuera como presentador del Concierto de Año Nuevo o a través de sus programas de radio, incluido aquellos en los que desplegó otras erudiciones. Por ejemplo, su exhaustivo conocimiento de la música cinematográfica. Pero es necesario insistir en la versatilidad de sus gustos e inquietudes, que eran muchos y variadas (un día, en 1992, me lo encontré en la EXPO de Sevilla y me dijo: “vengo todos los fines de semana; es fascinante; a este país no lo va a reconocer nadie a partir de aquí”).

Gustos e inquietudes que, naturalmente, en lo musical eran especialmente destacables. Por ejemplo, hablar hoy de Nielsen no tiene ningún mérito. Pero en 1973 nadie sabía nada de este señor, salvo leyendo a José Luis en RITMO. O de Shostakovich, sin ir más lejos: son de una actualidad rabiosa sus tres estudios sobre las Sinfonías, publicados en la revista en tres números consecutivos en ¡1975! Ahí él se despachaba a gusto con la hoy adorada por todo el mundo Sinfonía Leningrado (en el tanatorio, Alfonso Aijón me dijo que Volkov le había dicho que la mejor traducción de sus famosas Memorias era la de José Luis; pero por las notas de a pie de página).

U otro idilio. Con Mahler, hoy hasta en la sopa, pero no en los años 70 del siglo pasado. En el 72 andaba ya José Luis haciendo recopilaciones discográficas, algunas de las cuales se guardan en RITMO como las más valiosas joyas, antecedentes de lo que nos contaría más tarde en su exhaustiva biografía del compositor. Pérez de Arteaga nos descubrió algo también sobre ópera; sobre la ópera que nadie entonces conocía; sobre Pfitzner, sobre Hindemith… y fue el primero que habló en España acerca de la Lulu de Berg/Cerha: estreno en París, 1979; allí se fue él, para escribir un potente artículo para RITMO que recuerdo como si lo estuviera leyendo ahora, como si hubiera sido escrito hoy, documentado hasta la médula…

Sí; fue un hombre que no buscó el límite al conocimiento de la música. No he conocido a nadie que se interesara por tanta música. Su último síntoma de intelectual de casta fue la poca empatía que sintió en sus últimos años por lnternet y las redes sociales. Es decir, se había convertido en un señor que habla de música sin consultar Internet. Ya no quedan.                                                

Por: Pedro González Mira

 

Adiós a una época 

Aún tengo muy presente aquel verano de 2008 en el que conocí en persona a Pérez de Arteaga, esa figura carismática, de sabiduría inconmensurable, a la que admiraba desde niña. Compartir redacción con alguien así hacía más valioso aún formar parte de la gran familia de Radio Clásica. “El Pérez” tenía el don de establecer la comunicación radiofónica en ese inasible punto intermedio entre lo elevado y lo coloquial, de hacerte sentir espectador privilegiado de un concierto a través de sus comentarios sagaces (e irónicos) y de entablar conversaciones de tú a tú con los primeras espadas de la música. Estos ingredientes, junto a su colosal capacidad de trabajo, hacían de José Luis un profesional irrepetible. Todos nos hemos preguntado alguna vez con temor: ¿qué pasará con Bayreuth, con los PROMS, con Granada, con la OCNE o con Santander cuando Arteaga se jubile? ¿Cómo sustituir a alguien insustituible? Su “mala salud de hierro”, como él mismo decía siempre, nos ha fallado antes de tiempo.

La cercanía de su enfermedad y muerte con las celebraciones de la treintena de El mundo de la fonografía en 2014 y del medio siglo de Radio Clásica en 2015 nos puede hacer pensar que las casualidades no existen. Su despedida implica el fin de una etapa, el fin de una manera de crear radiodifusión a la que no le hacía falta ni internet ni redes sociales para marcar la diferencia, el fin de su peculiar invitación - a la vez noble y desenfadada - a un fenómeno que sigue estando muy desconectado de la calle como es la música clásica. Pérez de Arteaga era la última voz de nuestro día a día que permanecía en activo de aquella etapa gloriosa que vivió la emisora en los años 80, cuando tanto contribuyó a contagiar la pasión por el gran repertorio a la sociedad española. La misma pasión que era el motor de vida de nuestro José Luis. Sí, nos hemos quedado huérfanos porque su vacío es irremplazable.

Por: Eva Sandoval

 

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