En algunas guías describen a la ciudad de Ravena (Ravenna) como “cofre de arte, de historia y de cultura de alta grandeza”. Y mejor no se puede describir, ya que esta atípica ciudad italiana (tiene todo lo mejor de Italia, como el trato al visitante, y carece de lo peor, como de las avalanchas de turistas y de los precios altos) fue capital del Imperio Romano de Occidente entre los siglos V y VIII, dejando un legado artístico incomparable en modo de mosaicos bizantinos por sus variadas basílicas, que el Festival de Ravena (con la presidencia honoraria de Cristina Mazzavillani Muti y la dirección artística de Franco Masotti y Angelo Nicastro) utiliza como elemento que acoge conciertos que se incrustan en la memoria de cada oyente como un elemento imposible de olvidar.
En la basílica de San Vitale de Ravena, los mosaicos más impresionantes de la edad paleocristiana nos muestran, frente a frente, y sobre el altar mayor, a Teodora y Justiniano, por los que no ha pasado el tiempo después de 1500 años. Este arte se funde con la intensa cronología anual del Festival de Ravena (este año por su XXXIV propuesta, llamada “Le città invisibili”), que además cuenta como cada edición con el reclamo del maestro Riccardo Muti, que ha hecho de Ravena su residencia italiana y que confecciona un programa anual rendido al director, que acaba de ser nombrado director emérito vitalicio de la Chicago Symphony Orchestra.
Precisamente Muti protagonizó un concierto con una simbología muy especial, ya que con la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini y músicos de la Sinfónica del Conservatorio Nacional de Amán, defendió un programa mediterráneo e intercultural, que se prolongaría en la ciudad romana de Jerash (Jordania) y en el Teatro Grande de Pompeya, dentro del proyecto del Festival de Rávena “Los caminos de la amistad”. Y gracias a este intercambio cultural y estos conciertos, con visitas de Muti al campamento de Zaatari, estos paisajes de nadie, olvidados del primer mundo, fueron recordados y ocuparon buena parte de portadas de periódicos italianos e internacionales.
El concierto ravenés contó con el contratenor Filippo Mineccia y la soprano Monica Conesa, el primero como un Orfeo con el segundo acto completo de la ópera de Gluck, con el Coro Cremona Antiqua, mostrando Muti su idilio con todo título operístico y el intenso teatro que se desprende hasta en una interpretación sin recursos escénicos (la dirección coral fue ejemplar). Y la segunda en una bella “Casta diva” de Norma, llevada con una dulzura exquisita por el maestro, para concluir con Das Schicksalslied Op. 54 de Brahms, una alegoría que confirmó que Muti siempre ha dirigido Brahms como pocos (su ciclo con la Philadelphia Orchesta es top). Y entre estas músicas, el elemento intercultural se mostró con músicos sirios y jordanos junto a la sección de cuerda de la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, ofreciendo piezas tradiciones y actuales árabes.
Soirée Rachmaninov
El día anterior el Festival ofreció una “Soirée Rachmaninov”, con los pianistas Beatrice Rana y Massimo Spada, además de la chelista Ludovica Rana, que interactuaron junto al recitador Ettore Volontieri (un self portrait de Rachmaninov) y coreografía para ballet con diversas obras del ruso (fantástica versión de las coreografiadas Danzas Sinfónicas).
La magia y la espiritualidad que rebosa en San Vitale acogió “Stabant Matres”, una parabola spirituale creada por Paolo Marzocchi (música) y Guido Barbieri (textos), sobre mujeres de la Biblia, en un estudiado concepto sonoro adecuado al templo, con instantes de muy bella música por un ensemble muy fino, cuidada tímbrica y una elegante puesta en escena (narradoras incluidas), siempre pensada para anonadar al espectador con la visión de los mosaicos impregnados, por unos momentos, de una música llevada por la memoria del tiempo.
por Gonzalo Perez Chamorro
www.ravennafestival.org
Foto: Riccardo Muti dirige a la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini y músicos de la Sinfónica del Conservatorio Nacional de Amán, en un programa mediterráneo e intercultural.
Crédito: © Zani Casadio