El Festival de Granada hace un claro intento de recuperar el glamour y esplendor de tiempos pasados en una programación llena de nombres propios, aunque con las limitaciones de los tiempos que corren. Aún así, se puede afirmar que ha habido noches excepcionales en las que los incomparables escenarios de la Alhambra han brillado por la calidad y esplendor de los artistas invitados.
No es fácil programar en tiempos de crisis, algo que Diego Martínez, actual director del Festival, tiene asumido y controlado, a juzgar por la programación llena de nombres propios que ha expuesto este año. Un Festival que se ha centrado en los dos ejes fundamentales de este evento cultural desde sus inicios: la música, centrada en el sinfonismo y los solistas de excepción, y la danza, conjugando tanto el ballet clásico como el baile flamenco. La fórmula parece haber surtido su efecto, a juzgar por la aceptación del público y el alto porcentaje de taquilla vendido. Sin embargo, haciendo una valoración más profunda de lo visto y lo oído, hay que admitir que se ha tratado de un Festival con luces y sombras, en el que el recuerdo de tiempos pasados de esplendor prestó un mal servicio en las comparativas.
El concierto inaugural estuvo a la altura de lo esperado en este Festival, que por su veteranía y amplia tradición sinfónica mantiene unas expectativas siempre elevadas. La Danish National Symphony Orchestra, dirigida por Jesús López Cobos, interpretó una muy correcta Sinfonía Fantástica de Berlioz, sacando el máximo partido a la fuerza expresiva de la formación; menos acertada estuvo la interpretación de las Cuatro últimas canciones de Strauss, en las que la orquesta por momentos ensombrecía a la soprano Juanita Lascarro.
La faceta sinfónica tuvo otros dos baluartes en la Joven Orquesta Nacional de España y la BBC Symphony Orchestra. La primera, la JONDE, celebró el treinta aniversario de su creación con un programa doble. Cabe destacar la magnífica interpretación que José Luis Estellés a la batuta y José Ferrero como tenor hicieron del Viaje de Invierno de Schubert en la recomposición realizada por el alemán Hans Zender; la entrega de los jóvenes intérpretes y su profundo sentido musical demostraron que la juventud no es enemiga de la calidad. Por su parte, la BBC Symphony Orchestra elevó el nivel del Festival hasta cotas a las que el público de siempre está acostumbrado. El conjunto británico estuvo dirigido con maestría por Sakari Oramo, quien recibió como solista a un Javier Perianes que se encuentra en su mejor momento interpretativo; juntos regalaron al Festival una genial interpretación del Concierto "Egipcio" de Saint-Saëns. El programa se completó con una perfecta versión de la Sinfonía núm. 5 de Mahler, que culminó una velada de las que hacen historia.
La danza, la otra parte esencial del Festival, tuvo un desigual balance. Pese a las grandes expectativas creadas por el Asami Maki Ballet de Tokyo, sus dos intervenciones dejaron un gélido sentimiento de indiferencia en el público. Una Bella durmiente de Tchaikovsky nada excepcional fue seguida de una algo más sugerente gala, en la que quizás se salvó La noche de Walpurgis, pasaje basado en el Fausto de Gounod con coreografía de Balanchine.
Más acertada fue la intervención del English National Ballet bajo la dirección de Tamara Rojo, que este año ha recibido la medalla de oro del Festival. Toda la gala mantuvo un alto nivel técnico y expresivo, si bien sorprendió por su originalidad la delicada y virtuosa creación que la propia Tamara Rojo y el bailarín James Streeter realizaron en Duet, una creación de Akram Khan con música de Joselyn Pook. En la parte flamenca, ni Sara Baras, sustituta del incompareciente Ballet Nacional de España, ni Lola Greco ofrecieron algo digno de mención.
Ainhoa Arteta prestó su voz al necesario homenaje a las Siete canciones populares de Falla en el centenario de su creación. Además de las canciones originales, interpretó siete canciones compuestas por Alfredo Aracil, Tomás Marco, Antón García Abril, Cristóbal Halffter, Juan Cruz-Guevara y Pilar Jurado, todas ellas sumamente originales y sugerentes y muy apropiadas para el fin. Más notable fue la aparición de Anne Sofie von Otter, una gran dama de la lírica que dejó boquiabierto al público con una lección de elegancia e interpretación; con un programa centrado en la música escandinava deleitó a los asistentes, y regaló una emotiva versión de la Nana de Falla, algo verdaderamente excepcional en una cantante foránea que demostró una loable aproximación a nuestro folklore.
Queda mencionar lo mejor para el final: dos nombres de excepción que convirtieron sus actuaciones en verdadero espectáculo. Phillip Glass, solo ante el piano, evidenció por qué es una de las figuras más emblemáticas de la música minimalista de los últimos cincuenta años, y leyenda viva del panorama compositivo. Por su parte, un grande de la interpretación, del jazz y del blues, el camaleónico Bobby McFerrin, deleitó al Teatro del Generalife, lleno hasta la bandera, en una noche mágica y moderna bajo la larga sombra de los cipreses.
Hubo más, mucho más; pero quizás no tan reseñable como para ocupar este breve espacio.
www.granadafestival.org
Gonzalo Roldán Herencia
FOTO: Anne Sofie von Otter dejó boquiabierto al público.
Acred.: Carlos Choin.