Con Abel Sánchez-Aguilera nos encontramos ante el investigador de la música, ya que su también profesión de bioquímico le lleva a realizar experimentos con el repertorio menos usual, pero por ello no menos fascinante. Hablamos de un pianista que acaba de regresar de ofrecer la Toccata seconda per pianoforte de Sorabji, que ha interpretado recientemente en León y Oxford. Precisamente de Sorabji, ese gran genio desconocido, hablamos en esta entrevista, pero también de esas músicas de entre siglos (XIX y XX) que alimentan sus interesantísimos programas de conciertos.
Abel Sánchez-Aguilera no es solo un pianista vinculado a repertorios poco estándares, es también bioquímico, especializado en biomedicina y en algunos tipos de cáncer…
Durante mucho tiempo compaginé mis dos pasiones, la música y la ciencia. Estudié al mismo tiempo bioquímica y el grado superior de piano, y al terminar ambos, por diversas razones, me embarqué durante bastantes años en una intensa carrera en la investigación biomédica. Trabajé en varios laboratorios de España y Estados Unidos haciendo investigación sobre los cánceres sanguíneos, una actividad que culminó en el descubrimiento de un fármaco contra algunos tipos de leucemia que actualmente se está probando en un ensayo clínico en hospitales de Reino Unido. Lejos de abandonar la música, durante esta época llevé una especie de doble vida en la que un día podía estar realizando un complicado experimento y al siguiente dando un concierto a miles de kilómetros; corría a casa a estudiar piano cada vez que el trabajo del laboratorio me dejaba unas horas de pausa; y pasaba las vacaciones de verano estudiando en la Mozarteum Internationale Sommerakademie de Salzburgo, a la que asistí durante seis años y donde recibí varios premios. Mantener simultáneamente al más alto nivel las actividades científica y musical exigía un equilibrio casi imposible, ya que ambas demandaban una dedicación completa, y mi objetivo fue siempre encontrar el momento idóneo para regresar a la música, movido además por la buena aceptación de mis interpretaciones. Hace unos dos años consideré que ese momento había llegado, y decidí colgar la bata de laboratorio para dedicarme plenamente a la música.
¿Es Abel Sánchez-Aguilera un talento oculto para el mundo de la música en España?
Podría decirse que, tras graduarme en el conservatorio, prácticamente desaparecí de la vida musical española. Durante años me dediqué a estudiar el piano en solitario y en un relativo silencio que sólo interrumpía intermitentemente para dar conciertos. He actuado en once países de Europa y América, pero casi siempre fuera de España; esto, unido al hecho de que viví una larga temporada en Estados Unidos, explica que sea prácticamente desconocido como pianista en nuestro país. En parte, no estar sujeto a una agenda regular de conciertos me permitió explorar libremente un repertorio poco convencional, prácticamente nuevo para el público español, que me siento llamado a difundir.
Porque su perfil se mueve por aguas turbulentas del mundo del piano, con algunos compositores llamados “malditos”…
No los llamaría “malditos”, excepto en el sentido de que han sido injustamente ignorados por causas ajenas a la calidad de su música. La historia tiende a separar la música sublime de la mediocre, pero otros factores, como las circunstancias históricas, la falta de difusión de algunas partituras, la simple inercia que lleva a la repetición de las obras más populares, han jugado un papel no despreciable en la consolidación del repertorio estándar, provocando que música de altísima calidad permanezca en el olvido (y que otra, no siempre tan meritoria, se perpetúe). Otras veces el obstáculo es la complejidad de la música, cuya asimilación exige un esfuerzo adicional de concentración, estudio y paciencia, tanto en el intérprete como en el oyente.
Parece que llega el momento de hablar de Sorabji…
Cierto. Compositores como Sorabji están rodeados de un aura de impenetrabilidad, de “intocabilidad”, que sólo paulatinamente está comenzando a disolverse. Me interesan mucho ciertos repertorios que no han recibido suficiente atención por parte de los intérpretes y que apenas tienen tradición interpretativa en España. Hay obras casi ignotas como la Sonata de Sabaneev (que programo en concierto siempre que puedo), que nos dejan boquiabiertos por su belleza, misterio y fuerza dramática, y que merecen contarse entre las obras más notables de principios del siglo XX. Pertenece a una generación de compositores rusos de vanguardia (Roslavets, Mosolov, Feinberg...), autores de una música de gran riqueza y originalidad, de una escritura pianística exquisita, que fueron silenciados por el régimen político del momento y han permanecido en el olvido hasta tiempos muy recientes. Pero no sólo los compositores “raros” sufren este destino; se da la anómala situación de que genios indiscutibles de la historia del piano, como Busoni o Scriabin, en especial sus producciones tardías, se resisten a integrarse plenamente en el repertorio más habitual. Obras maestras como la Fantasia Contrappuntistica o las Sonatinas de Busoni, o la Octava Sonata de Scriabin (por citar la más enigmática de las Diez), se tocan mucho menos de lo que merecen. Mi objetivo es hacer que estas músicas se escuchen lo más posible, familiarizar al público con ellas, tratar de transmitir en mis interpretaciones su intensa expresividad.
¿Cuánto más raro o más difícil es este repertorio, mejor para usted?
La dificultad o la rareza carecen de interés en sí mismas si no van acompañadas de un valor estético; por ejemplo, rehúyo cualquier música cuyo principal propósito sea el exhibicionismo técnico. Pero sí es cierto que mucha de la música que encuentro interesante resulta ser compleja, densa, altamente elaborada y con un gran componente intelectual; además, y a veces como consecuencia de lo anterior, tiende a tocarse poco. Me parece muy atractiva aquella complejidad que forma parte indisoluble de la idea musical, que es el resultado inevitable de la manera en que el artista moldea su materia prima para dar expresión a su pensamiento; la complejidad que crea un universo sonoro casi ilimitado. Recuerdo la gran fascinación que me produjo descubrir y aprender la Segunda Sonata de Boulez (que he tenido oportunidad de tocar en bastantes ocasiones) o más recientemente las obras de Sorabji. Hay un paralelo entre estas creaciones y obras como el Ulysses en literatura o las detalladas composiciones de El Bosco en pintura. Suele existir el prejuicio de que es difícil transmitir esta música al oyente; sin embargo, mi experiencia es que el público reacciona con semejante calidez a una obra vanguardista o compleja cuando se interpreta con emoción y sensibilidad, y a una pieza más tradicional.
Hay un nombre que ya toca desarrollar, que es Kaikhosru Shapurji Sorabji…
Sorabji es un compositor fascinante e inclasificable a cuyo estudio he dedicado los últimos años, tanto desde el punto de vista musicológico (he editado y publicado varios de sus manuscritos inéditos) como el interpretativo. Lo primero que llama la atención sobre muchas de sus obras es su enorme duración (de varias horas), más propia del drama wagneriano que del piano. Son, además, extraordinariamente complejas en su textura, ritmo y polifonía; su escritura pianística elaboradísima desafía los límites de lo que se puede tocar con dos manos y diez dedos. Las grandes exigencias de esta música para el pianista hacen que se interprete muy raramente, y casi no se ha escuchado en España. Pero, al mismo tiempo, es una música de una originalidad y riqueza incomparable en la que se unen la tradición occidental (la estética de Busoni en particular) y la influencia oriental.
Porque usted la ha interpretado en vivo recientemente…
Exacto, recientemente he interpretado en León y en Oxford su Toccata seconda per pianoforte (1934), que no se había escuchado en Reino Unido desde que el propio Sorabji la estrenara en 1936, y nunca en nuestro país. De sus obras de grandes dimensiones es probablemente la más accesible para el público por el énfasis en el lirismo, sus movimientos lentos de increíble belleza y los variados contrastes entre estos y las secciones virtuosísticas. Es un vasto lienzo de unas dos horas y media de duración en el que está condensado todo el estilo de Sorabji, y representa una de las mejores introducciones posibles a su música.
¿Qué música no tocaría en un recital? ¿Y cuál cree que debe estar en su imprescindible elección?
Evito cualquier obra que ponga el énfasis principal sobre el malabarismo técnico, o aquellas basadas principalmente en efectos tímbricos con escasa sustancia musical. Quizá frecuento menos que otros pianistas el repertorio clásico-romántico más habitual, pero hay una serie de obras con las que he desarrollado una relación íntima y que toco con frecuencia. Venero a los clásicos, no oculto mi admiración por Schumann, considero a Chopin alimento espiritual y pianístico indispensable, pero mi principal campo de interés comienza a principios del siglo XX, con predilección por músicas poco frecuentadas que considero valiosas. La música que ejerce mayor fascinación sobre mí es aquella en la que se combinan perfectamente emoción y fantasía con el rigor intelectual y el conocimiento del instrumento; aquella en la que se unen una sólida concepción formal, armonía innovadora, polifonía, timbre y pianismo al servicio de una idea musical conmovedora. No se me ocurre mejor ejemplo entre los compositores modernos que Scriabin, a cuya música he estado fuertemente ligado toda mi vida (he interpretado la integral de sus Sonatas, aparte de muchas piezas menores, y tuve la suerte de actuar en su antigua residencia de Moscú, actual Museo Scriabin). Me siento muy identificado con su estética y con su idea de la música como acontecimiento místico, espiritual, que creo que es posible capturar y transmitir, particularmente en vivo, en la sala de conciertos.
https://abelsanchezaguileraes.wordpress.com/
por Gonzalo Pérez Chamorro
Foto: Lo primero que llama la atención sobre muchas de las obras de Sorabji es su enorme duración (de varias horas), más propia del drama wagneriano que del piano”, afirma el pianista.