Cuando, en 1967, Shostakovich escuchó a Mieczyslaw Weinberg interpretar al piano la que era su primera ópera, quedó estupefacto ante la calidad dramática de la música y la potencia de su argumento, inspirado en el testimonio de una superviviente del Holocausto, Zofia Posmysz. A partir de él, el libretista Alexander Medvedev construyó una historia que se desarrolla en dos niveles que suceden en épocas distintas: en la década de 1960, durante un viaje en barco a Brasil, y en 1944 en un campo de concentración en Polonia. El nexo de unión entre ambas acciones es una alemana, Lisa, que cree reconocer en otra pasajera, Marta, a una de las reclusas del campo en que trabajó como supervisora.

La ópera es excepcional, sobre todo por el instinto teatral de que hace gala en todo momento Weinberg y su habilidad para integrar elementos muy diferentes (jazz, valses y marchas, ritmos y melodías judíos, la Chacona para violín solo de Bach…) que le sirven para recrear con precisión los dos ambientes y épocas en que sucede la trama. Aun así, y a pesar de las recomendaciones de Shostakovich, La pasajera no llegó a representarse en vida de su autor. Hubo que esperar a 2006 para que se viera en Moscú, aunque su verdadera resurrección llegó en 2010, cuando se escenificó en el Festival de Bregenz.

La presente versión fue grabada en vivo en Graz en 2021 y destaca sobre todo por su teatralidad, la calidad de sus dos protagonistas femeninas y la incisiva dirección de Roland Kluttig. Todo un descubrimiento.

Juan Carlos Moreno