Seiffert, Petersen, Mattei. Coro de la Ópera Estatal de Berlín. Staatskapelle Berlin / Daniel Barenboim. Escena: Sasha Waltz.
Bel Air, BAC422 (Blu-ray)
Sasha Waltz en Venus
Esta versión filmada es una de las mayores aportaciones al repertorio wagneriano hechas en los últimos años, tal es la categoría artística de la interpretación y su calidad técnica. Si contase con subtítulos en español, sería un acierto total. Viene a llenar un importante hueco, pues en DVD no había una sola versión de Tannhäuser realmente redonda: tanto la de Mehta como la de Welser-Möst o Philippe Jordan, por no hablar de la de Levine, tienen elementos, más o menos importantes, que dejan bastante que desear. La que comentamos no solo posee un elenco vocal prácticamente a pedir de boca, sino una dirección musical arrebatadora. Es uno de los más logrados Wagner de Barenboim, lo que no es poco decir, pues se halla por delante de cualquier otro intérprete actual del sajón: la pasión que impulsa la batuta es incesante, lo mismo en la escena en el Venusberg más ardiente y voluptuosa que se recuerda (y por cierto, la única que visualmente no produce bochorno), que en la intensa aria de entrada de Elisabeth, en el ferviente Coro de peregrinos, en la grandiosa Entrada de los invitados o en la angustiosa Narración del viaje a Roma, etc.
El soporte orquestal, realmente celestial, en y tras la famosa Aria de la estrella, está más allá de todo lo escuchado hasta ahora. El Coro de la Ópera, valiente y pujante, sufre en algún momento la típica vacilación propia de los coros sobre las tablas, mientras la Staatskapelle está entregada hasta el límite, resultando sensacional. La clarividencia, la sabiduría y el fogoso empuje del argentino-israelí (“¿un judío el mejor intérprete de Wagner?”...), propician este enorme logro.
Es posible que a ciertos operófilos les desagrade la escena, con diversos episodios danzados. La directora escénica es la reconocida coreógrafa Sasha Waltz (1963), que ya había escenificado, por ejemplo, Dido y Eneas (2005), Romeo y Julieta (París, 2007), Medea (2007) y Jagden und Formen (2008) y que en marzo programó en el Teatro Real. Disto de ser un experto en coreografías, pero sí puedo decir que, salvo en algunos pasajes en los que creo que tal vez sobra o estorba el baile, me ha parecido acertado que lo haya hecho, y cómo. Además, Waltz demuestra ser mucho más que una coreógrafa: creo que es también una muy lúcida directora de escena en todo lo que esto conlleva: actuación de los personajes, movimiento del coro, escenografía o iluminación. No suele chirriar que se coreografíe (en ballet moderno) una Cantata de Bach, un Concierto de Mozart o los Cuatro Últimos Lieder de Strauss, pero sí chirría a muchos que eso se haga parcial (como en este caso) o totalmente con una ópera, y eso que hay antecedentes maravillosos de Pina Bausch: su Orfeo y Eurídice y su Ifigenia en Táuride de Gluck, por ejemplo, danzadas de cabo a rabo.
A cargo del demoledor papel de Tannhäuser está un Peter Seiffert algo mayor, lo que se le nota en las notas altas prolongadas, en las que asoma el casi inevitable trémolo de quien tiene 60 años cumplidos y ha cantado incluso Tristán. Pero las virtudes del tenor, que ha sido esposo de dos sopranos (Lucia Popp y Petra Maria Schnitzer) son muy potentes, pues es un gran cantante, extremadamente musical, y un gran intérprete, muy creíble en su personaje (físico aparte: ¿cómo Venus queda prendada de un señor tan corpulento?). No está, lógicamente, tan pletórico y restallante como en su grabación de audio, con el mismo director (Teldec 2001: han pasado trece años), o como en Zúrich dos años después, pero me resulta preferible a cualquiera de los otros tannhäuseres escuchados en las últimas dos décadas.
No conocía a la soprano danesa Ann Petersen, pero ha sido para mí un agradable encuentro: es una lírica ancha muy centrada en Wagner y en particular en el papel de Elisabeth, que evidentemente conoce a fondo y domina sin problemas vocales. El timbre es más bello y cálido que espectacular, y su encarnación de la sufrida y valiente enamorada del protagonista es muy intensa, soñadora y ardiente, desterrando toda traza del sentimentalismo o la dulzonería en los que caen algunas de sus colegas. Los tres siguientes personajes de este reparto son simplemente sensacionales: la mezzosoprano Marina Prudenskaya, de hermosísimo color lírico, pero de volumen nada desdeñable, es una Venus muy sensual, maravillosamente cantada. Queda, para mi gusto, muy cerca de Waltraud Meier. El barítono-bajo sueco Peter Mattei es, por este Wolfram, por su Amfortas o su Don Giovanni, uno de los mejores cantantes de nuestros días. Dotado de una voz muy bella y de una técnica asombrosa (qué emisión, que legato) es, para mí, el mejor Wolfram que he escuchado desde Fischer-Dieskau (Weikl, Andreas Schmidt, Hampson y Trekel incluidos). Y René Pape vuelve a repetir, sin el menor desgaste vocal, su incomparable proeza de la grabación audio con Barenboim: es, de lejos, el Margrave más convincente que he escuchado, tanto por el canto como por la interpretación. A destacar dos breves papeles que me han llamado la atención: el más que impecable (¡milagro!) Pastorcillo de la portuguesa Sónia Grané y el Walther de un tenor lírico de libro: Peter Sonn.
(¿Sabe usted alemán, inglés o francés?... Pues ya puede ir aprendiendo, porque con esto de tantas descargas ilegales -práctica en la que en España estamos en primera línea- cada vez menos óperas se publican con subtítulos en español).
Ángel Carrascosa