Elming, Struckmann, Tomlinson, Meier. Coro de la Ópera Alemana, Berlín. Staatskapelle Berlin. Dir.: Daniel Barenboim
EuroArts 2066738 (3 DVDs)
PARSIFAL INTERGALÁCTICO
La colaboración entre Daniel Barenboim y Harry Kupfer ha sido - y seguramente lo seguirá siendo- objeto de críticas y comentarios de todo tipo en esta revista desde hace casi 30 años. Ambos han trabajado en Berlín todos los títulos wagnerianos, y es famosa su Tetralogía de Bayreuth, unos años posterior a este Parsifal, precisamente una de sus primeras colaboraciones tras coicidir ambos en Bayreuth: el año en que el argentino dirigió allí el Tristán de Ponnelle, Kupfer hacía subir a una plataforma de siete u ocho metros de altura a Senta, para que soñara desde allí a su holandés en una discutida puesta en escena. Fue el famoso “sueño de Senta”, una ensoñación que a partir de ahí empezaron a practicar por todos los teatros las más insospechadas protagonistas femeninas de tal o cual ópera. Antes, Kupfer siguió ideando otras en Berlín, las de Lohengrin o Tannhäusser, hasta llegar al ángel caído de Tristán (que vimos en Madrid), o a unos Maestros entre rascacielos que presagiaban posteriores ruinas bancarias. En fin, y este Parsifal post-nuclear, o ecológico si se quiere, del que desde luego el montaje es importante pero que tiene otros valores de, seguramente, mayor peso. Inspirado, aun vagamente, en una idea basada en “El planeta de los simios”, entiendo perfectamente que en su día gustara muchísimo a unos y fuera denostada por otros con similar convencimiento y fuerza.
En esta linea digamos futurista, o llámesele como se quiera, la verdad es que he visto cosas mucho peores. Esta es una concepción seria y fundamentada, porque parte de una idea con sustancia: casi todo ocurre en un mundo desconocido; o mejor dicho, no conocido, de naturaleza no evidenciada . Podemos estar en un cierto espacio exterior, o en el nuestro tras sufrir una transformación radical. Estamos en un espacio aislado del exterior (de lo auténticamente desconocido), esperando que alguien venga a salvarnos. Alguien de fuera. Alguien distinto. Y de manera que cuando eso suceda, quizá podamos regresar a nuestro mundo original para alcanzar la salvación. Es decir, Kupfer maneja un número suficiente de metáforas para esquinar el mensaje original de la obra, como es sabido, hondamente discutible. Bien, se puede aceptar o no, pero la propuesta es seria, y tiene que ver con el espíritu religioso de la obra, entendida la religión desde la práctica de un agnosticismo militante. Lo que es estupendo, por fuertemente intelectual. No me parece, insisto, un asunto descalificable. Pero vaya, como es de ley en todos los parsifales musicalmente interesantes (y este lo es sobremanera) , mucho más importante es centrarse en la música. Al fin y al cabo estamos ante una de las creaciomes musicales más sobrenaturalmente hermosas de la historia de la humanidad, con independencia de las masturbaciones mentales a las que, presumiblemente, tendría que someterse su autor para escribir un texto de esta guisa.
La versión musical de Barenboim es magistral. Pero además es de las que a mí me gustan. No me gustan las interpretaciones que convierten la obra en un canto del cisne romántico.Las hay a decenas, peores o mejoers. Me gustan las que llevan al extremo el discurso y la metodología que Wagner estableció para sus músicas: convertirlas en melodías sin principio ni fin, cuyo desarrollo se base en la búsqueda sistemàtica de los extremos armónicos producidos por las lecturas verticales sobre la linea fundamental. No hay solo puntos de tensión, altos o bajos; hay, a veces, renuncia a ellos, en busca del contraste extremo, del todo y la nada. O sea, modernidad radical. Esto quien lo hizo de forma hasta hoy insuperada fue Hans Knappertsbusch (particularmente en su versión de1951, en Bayreuth) . Y después Solti y Barenboim (en su registro de estudio), cada uno a su modo.
En esta ocasión, sin embargo, el director argentino da una importante vuelta de tuerca dramática a su versión, porque logra algo muy especial: dar una respuesta razonada a la evolución dramática de los dos personajes principales, Kundry y Parsifal, más desde su parte musical que desde el propio texto. Este logro se produce con especial trascendencia en el caso de Kundry, sin duda porque Barenboim dispuso de la mejor herramienta de las posibles para el empeño: una Waltraud Meier absolutamente estratosférica. Para mí, la más interesante y mejor Kundry, en todos los aspectos, que jamás haya escuchado y visto Incluido el físico, pues es milagroso cómo nos hace sentir de inigualable manera la locura, la piedad, la sensualidad con que Wagner concibió el personaje. En realidad, esta es la criatura femenina más humana de Wagner, la más polivalente y multidireccional, y por eso la más difícil de captar.Wagner ideó maravillosos y enormes personajes femeninos, pero ni siquiera Isolda tiene una interioridad tan intrincada y un espíritu tan complejo. Y todo esto, en el fondo, como no soy ningún profesional de la cosa operística, lo puedo afirmar por la pura experiencia de la observación; lo he podido experimentar y vivir gracias a la existencia de una intérprete, cantante y “pensadora” como Waltraud Meier. Es ella la que descrubre todo esto, la que nos da la oportunidad de poder profundizar en las claves de un personaje que hemos amado de muy diferentes maneras pero que raramente hemos podido entender en su integridad. Aquí lo tenenos expuesto, explicado y desarrollado como nunca. Y cantado y dramatizado como nunca. Sin la menor duda, solo por esta Kundry este Parsifal sería de obligado conocimiento.
Claro, cuando en un reparto hay una estrella así, todos los demás cantantes quedan eclipsados. Pero es injusto. Poul Elming hace un Parsifal si no pletórico de vocalidad sí plenamente satisfactorio escénicamente. Como Meier, entiende muy bien el recorrido del personaje, que desde el propio texto es bien difícil de encarar. Y John Tomlinson, un cantante de nada fácil valoración por su propensión a la heterodoxia vocal (cuando no estilística), se muestra contenido, nada exagerado y bastante discreto, en un Gurnemanz que al menos salva, lo que no es poco en un rol que la mayor parte de los cantantes convierten en una píldora eterna y soporífera. Struckmann como Amfortas, Von Kannen como Klingsor y Hubner en Titurel cumplen bien.
PGM