Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo JUNIO 2013 - Núm. 864

WAGNER: Great Recordings.

 

Varios Intérpretes, orquestas y directores.
Sony 88765435042. (40 CDs)

 



La crítica

EL PASADO ES FUTURO

Para soplar las 200 velas de su tarta wagneriana, Sony echa mano del catálogo de RCA y Eurodisc, extrayendo de su particular Rin discográfico un áureo cofre de 40 CDs con los que se podría escribir un extenso libro. Como el espacio es el que hay, vamos a quitarle la raspa e intentar comernos la chicha.

El mansurrón Lohengrin de Leinsdorf (con gravosas arritmias) es como esos polvorientos adornos de estantería que somos incapaces de arrojar al cubo de la basura, ya que mantiene intacta la belleza vocal de Sándor Kónya, en su único Caballero Cisne registrado en estudio. Su fino timbre (desgastado ya en 1965, pero aún repleto de varonil dulzura, que consigue parar los relojes cuando apiana) resulta indisoluble e ingrávido en el aire. De profesionalizada rutina se puede tachar el Holandés Errante del funcionario James Levine y sus escribientes del Met (la administración pública hecha Teatro de Ópera). Su incapacidad para recrear atmósferas o estirar la tensión dramática es desesperante (marineros de agua dulce sobre una tormenta transformada en chirimiri). Él nunca fue inventor, sino más bien un simple lector de lentes empañadas que hace de la falta de estilo su propio estilo. Un Wagner masticado “para todos los públicos“. Después de un cuantioso gasto en albañilería, el Teatro de la Ópera muniquesa reabría en 1963 con unos mortecinos Meistersinger conducidos por ese ario puro wagneriano que fue Keilberth (aquí algo despistado, superficial y sosegado en demasía, sin aliento, diluyéndose en divagaciones, frente a una orquesta sin rodaje ni empaste). Al único Pogner grabado por el Dios Hotter (con problemas de fiato, pareciendo gemelo de aquel Morosus de La mujer silenciosa), se le añade el desafortunado Sachs de Otto Wiener y un Jess Thomas (Walther) confundido de estilo (cree estar en el Acto III de Tristán).

Grabado cronológicamente (1980-83) el Anillo de Janowski (de aseado sonido) ha perdido mucho del verdor que le dio su tecnología digital. Pese a que su dirección no arrebata, ni produce estallidos de histeria (innecesario tener cerca un desfibrilador), si que se nota que su batuta macera y va cogiendo peso, sudor y volátil trascendencia a medida que va escalando los macizos, que arranca a pie cambiado (sonrojante Rheingold) y que con la caída del último telón produce la sensación de haber pasado el trago con más oficio que esmerada brillantez. Un Ring dirigido a pan y agua, sin electricidad, ni espacio para la excitación o el irascible celo, sin traspasar jamás la carne debido a su falta de contundencia y violencia. Si Solti iba a 220 voltios, Janowski lo lleva todo a 125 (el sadomasoquismo sonoro frente al sexo en la Tercera Edad). Lo que si perdurará son algunos nombres del reparto, en especial los modélicos Hagen y Fafner de Salminen (¡qué resonancias!), el noble Hunding de Kurt Moll, el juvenil Siegmund de Jerusalem, la ensordecedora Sieglinde de Jessye Norman (puro altavoz en el O hehrstes wunder!) o el recital histriónico de Peter Schreier como Mime (lección teatral apoyada en una nítida declamación). Lástima que existan dos brunos tachones, Kollo y su estéril Siegfried y la forzada e impotente Brünnhilde de Altmeyer, que por la trascendencia de sus personajes acaban ensuciando el resultado final.

Mehta siempre ha sido un wagneriano de mirada estrecha. Su neoyorquino Acto I de Walküre nacía ya en 1985 amortajado gracias a su somnolienta batuta, rítmicamente inaceptable (imposible encontrarle el pulso), consiguiendo incluso que las trompas suenen desafinadas por momentos. Hofmann (voz minúscula e inexpresiva) tuvo la suerte de estar en el momento de vacío oportuno, porque de no haber sido así jamás hubiera repuntado como heldentenor (la caja incluye también un repelente recital suyo con dirección de plastilina de Ivan Fischer). El Parsifal de Karajan en Viena (1961) procede de una penosa grabación privada radiofónica (el coro más que oírse se sugiere) por lo que solo se debe recetar a ultra devotos del salzburgués, que aquí vuelve a rizar el rizo del divismo al desdoblar a Kundry entre la inválida Elisabeth Höngen y Christa Ludwig, que da relumbre y encantamiento a la freudiana escena de seducción materno sexual. Fascinante Gurnemanz de carne y hueso del divino Hotter, que consigue (con esa expresividad capaz de calar la piedra) que sigamos sus luengos relatos sin pestañear.

Lo que daría por ver la cara de don Ricardo si oyera a la pareja Melchior-Flagstad, sin duda las dos mejores voces wagnerianas del siglo pasado, cada una en su sexo (aunque Melchior nadó entre ambos). La potencia sobrehumana de Flagstad se engrandece aún más en la Muerte de Isolda (una de sus inverosímiles cumbres). Ambos regalan media hora del sensual Acto II de Parsifal (memorables). Su Inmolación sigue siendo una referencia absoluta, consiguiendo con su magma canoro que nos olvidemos incluso de las deficientes tomas sonoras. Helen Traubel fue una solvente Isolda, como bien lo demuestran los fragmentos de su Tristán en estudio (años 40), donde Melchior vuelve a tocar el cielo en el mortuorio soliloquio final. Los primeros acercamientos wagnerianos de Leonard Bernstein, pese a que no poseen aires de grandeza, resuenan con legitimidad y fervor religioso, de esas de traspasar el corazón. Su brioso y espontáneo Tannhäuser, unos bellos Wesendonck-Lieder y el salto a la chispeante pira de Eileen Farrell, suenan fogosos y vivos, con resuello, llenos de puro nervio y una efervescencia capaz de acelerar pulsos. Y es que Lenny siempre parecía dirigir Wagner en un estado espiritual de enamoramiento.

El disco de la última gran frau wagneriana, Waltraud Meier, nos regala personajes no muy habituales en su carrera, como Elizabeth, Elsa, Senta (esforzada Balada) o esa camisa de once varas de nombre Brünnhilde, único patinazo de todo el magnífico recital (Inmolación fuera de estilo). Reverencial en el relato de Waltraute y bajo los hechizantes ropajes de Kundry, roles con los que ha conseguido pisar y repisar la alfombra roja del Walhalla. Lástima que la batuta de Maazel sea pólvora mojada. Del parisino (que nunca ha sido un gran arquitecto wagneriano) también se nos ofrece la chorrada de su Tannhäuser sin palabras y algunos voluntariosos fragmentos orquestales echando mano de la sublime Filarmónica berlinesa (incluido un musculoso y nada intimista Idilio, una de las pocas obras wagnerianas que me producen urticaria). Desprendiendo un agradable olor a vinilo está el Wagner humanista y cristalino de George Szell con la ostentosa Orquesta de Cleveland (pulcritud de texturas) y los legendarios registros del pirotécnico Stokowski al frente de la Sinfónica del Aire, tan difíciles de encontrar hoy en CD. Con algunas estridencias instrumentales y los inevitables “arreglillos” marca de la casa, sobresalen una espumosa y vibrante Cabalgata (cantada, entre otras, por Martina Arroyo y Shirley Verrett) y un denso Tercer Preludio de Tristán, de dolorosa y lánguida acentuación.

J.E.

 

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