LA VOZ QUE VINO DEL CIELO
El uno de noviembre de 1923 nació en Barcelona Victoria de los Ángeles. El centenario de una de las artistas más importantes de la segunda posguerra ha provocado, afortunadamente, una serie de homenajes, recuerdos y semblanzas que se han prodigado por la infinidad de soportes que la diversidad tecnológica actual pone a nuestro alcance.
Una de las últimas iniciativas viene de la mano de Warner Classics, que ha reunido en un atractivo cofre de 59 CD el corpus más importante de grabaciones de la mítica soprano barcelonesa que se recuerde. Este formato, lejos de otros de mayor inmediatez, nos permite acercarnos al arte de Victoria de los Ángeles con el tiempo y el sosiego necesarios que nos llevarán a paladear y disfrutar de la exquisitez de su arte.
Los CD contenidos en este cofre del tesoro han sido tratados con el mimo y el cariño que semejante centenario demanda. Las remasterizaciones nos devuelven un sonido espléndido en el que se han primado, con buen criterio, los formatos originales que se mejoran con los procedimientos técnicos actuales, pero sin acudir a falsas e indeseables soluciones. Por tanto, el respeto impera y sea enhorabuena. Este respeto y cuidado se ha extendido a las portadas, que son aquellas originales que se hicieron en su momento, entonces en LP, y que sin duda harán las delicias de los más mitómanos. Los CD están acompañados de un cuaderno que contiene un artículo en francés, inglés y alemán, no en español, y que personalmente encuentro un poco escaso en la oferta de datos que nos ayuden a clasificar tan ingente información sin tener que acudir a las contraportadas de cada ejemplar. En la parte positiva se incluyen además una notable cantidad de fotos de la artista con los extraordinarios compañeros que la acompañaron a lo largo de su gloriosa carrera.
Concertista y operista
Hechas las presentaciones, vayamos a lo sustantivo, porque es mucho y suculento. Victoria, en realidad, hizo dos carreras y en ambas fue superlativa, una como concertista y otra como cantante de ópera. Esta dualidad, tan rara en el sur de Europa, nos informa ya del talante interpretativo de nuestra singular protagonista, en la que se dan cita, simultáneamente, la intimidad, el recogimiento y la elegancia propia de la canción, con la acción dramática, la construcción de un personaje y la mayor amplitud que demanda el escenario teatral. El flujo de talento se vierte de forma bidireccional manejado por la inteligencia y el formidable instinto musical de esta artista tan singular. Así, en la ópera, encontramos momentos de esa elegancia e intimidad que antes aludíamos y en la canción el acento y la autoridad que provienen de la ópera.
Los primeros diez y nueve CD están dedicados a sus grabaciones que reflejan su actividad concertística con alguna incursión (menor) en arias de ópera. Desde los primeros registros de 1948 a los últimos Cantos de Auvernia de 1974, el arco temporal e interpretativo que abarcan es formidable. Encontramos canciones en español, alemán, italiano, francés, inglés o catalán. Sola o en la compañía de artistas como Dietrich Fischer-Dieskau o Elisabeth Schwarzkopf, por ejemplo en el concierto de despedida a Gerald Moore. Acompañada por grandes del teclado como el propio Moore, muy frecuentemente, Gonzalo Soriano, Ivor Newton, Miguel Zanetti o Alicia de Larrocha. Grandes orquestas pilotadas por Giulini, Adrian Boult, Georges Pretre o Rafael Frühbeck de Burgos. Canciones que van desde la Edad Media y el Renacimiento hasta el siglo XX, con una panoplia diversa de autores que ponen a prueba la versatilidad, casi infinita, de la intérprete y la amplitud de sus posibilidades vocales. Decir que Victoria triunfa en la prueba sería quedarse muy corto. Esa voz que parece venir de un más allá, sólo por ella habitado, y del que pone a nuestra disposición sus deslumbrantes y misteriosos secretos, merced a su exquisito arte, tienen en la canción un lugar privilegiado en el que mostrarse. Hacer una crónica de cada momento, canción o ciclo es algo que excede este trabajo, pero si les puedo confirmar que el picoteo ejercido sobre estos diez y nueve CD auguran grandes momentos a disfrutar en un futuro próximo.
La ópera
La ópera ocupa el resto del cofre con grabaciones que van de su espléndido primer Barbero de Sevilla de 1952, junto a Gino Bechi, Nicola Monti y Nicola Rossi Lemeni, bajo la batuta de Tullio Serafin, hasta ese Orlando furioso de Vivaldi al lado de Marilyn Horne y con Claudio Scimone en el podio de 1977. Por tanto, veinticinco años de grabaciones operísticas, que una vez más abracan desde el barroco hasta el siglo XX.
Esto demuestra, una vez más, no es que hiciera falta, la inquietud y la curiosidad filológica de nuestra gran Victoria, y esto en un tiempo en el que no estaba de moda. Si hubiera querido podría haber tenido una cómoda carrera de súper diva de la ópera cantando Bohème, Butterfly, Fausto y algunos títulos más, pero esa no era el gran músico que fue Victoria de los Ángeles. Ella estaba completamente alejada del divismo y cerca del arte, sirviendo a la música que tanto amaba.
Tenemos, por tanto, los dos Barberos, ambos excelentes, recordemos que en el segundo empuñaba la batuta Vittorio Gui; los dos Faustos, con el mismo reparto y director (a quien se le ocurre) y las dos Butterfly, una con di Stefano y otra con Björling (cualquiera elije…).
Pelleas, Carmen, Manon, Werther y Hoffmann completan el repertorio francés. El español está escuetamente representado por La vida breve; Verdi por Simon Boccanegra y Traviata; Puccini, además de la citada Butterfly, nos regala su imprescindible Bohème junto a Björling y sus deliciosas Gianni Schicchi y Suor Angelica. Incluso tenemos el barroco inglés con aquel Dido y Eneas al lado de Barbirolli y dos piezas veristas, Cavalleria y Pagliacci. Los compañeros de reparto y directores son tan rutilantes y maravillosos como cabría esperar de una época, la de la segunda posguerra, que fue un territorio fecundo en grandes voces y grandes artistas.
En resumen, una estupenda iniciativa que nos permite disfrutar en extensión y profundidad de una de las sopranos más singulares de la segunda mitad del siglo XX, que supo triunfar en un momento, donde la competencia, con Callas, Tebaldi o Schwarzkopf, por citar sólo a tres, era apabullante y que sin duda ya está en la historia, y lo que es más importante, en nuestros corazones.
Ricardo de Cala