Cura, Röschmann, Alvarez, etc. Staatsoper Dresden Chor, Salzburger Festival Chor, Staatskapelle Dresden / Christian Thielemann. Escena: Vincent Broussard.
CMajor 740008 (DVD)
Celos de una batuta
Lujosa producción del Festival de Pascua de Salzburgo de 2016, con un elenco estelar (José Cura, Otello; Dorotea Röschmann, Desdémona y Carlos Alvarez, Yago), bajo la dirección de un especialista en el repertorio wagneriano, Christian Thielemann, titular de la Staatskapelle Dresden, maravillosa orquesta que es otro de los atractivos de esta versión. Nos encontramos ante una visión dramática excepcional de la mano de Thielemann, que se nos aparece sorprendentemente como un avezado y experimentado director verdiano, en la mejor línea de los grandes directores del pasado (Giulini, Karajan, Kleiber, etc.) y del presente (Muti). Lo cierto es que su planteamiento de tempi amplios pero ajustados, detallismo, majestuosidad, vis dramática, fraseo depurado, intención y lirismo funciona y convence, arrastrando a los cantantes consigo para dar lo mejor de sí mismos.
Así, José Cura (un tanto nasal y en ocasiones sobreactuado), que va de menos a más, con un comienzo un tanto estridente y engolado, sin embargo, termina haciéndose con su complejo personaje y da lo mejor cuando el papel se vuelve más introspectivo y oscuro, esto es, cuando Otello está ya dominado por unos celos patológicos que le impiden discernir el bien del mal. En lo estrictamente vocal, si bien no le falta potencia, tiene tendencia al grito y no nos hace olvidar ni al gran del Monaco ni más modernamente a Kaufmann. Röschmann está magnífica como Desdémona, en su punto justo de expresión y luciendo una espléndida dicción y técnica del “bostezo” con gran claridad de articulación y fantástico fraseo, a medio camino entre la inocencia y la resignación (en la mejor línea de una Tebaldi o una Freni, las grandes Desdémonas de la historia). Excepcional en su maldad el Yago de Carlos Alvarez, irónico, maldito, fatuo, dramático y teatral en el mejor sentido del término. Muy bien los comprimarios y sensacional el Coro.
En cuanto a la escena de Vincent Broussard, un tanto pretenciosa y con ínfulas minimalistas, no acaba de convencer. Si bien hay momentos donde el claroscuro está explotado dramáticamente y satisface al espectador mostrándonos la ambigüedad o la claridad dramática de los personajes, en otros momentos las proyecciones distraen la atención (al igual que la introducción de un mudo personaje, un ángel, que no es sino un elemento de distracción de la acción dramática) y en otras cae en lugares comunes ya sabidos y convencionales. En lo que respecta al lujoso y variado vestuario, no ayuda a concretar el sentido de la puesta en escena, pues es una amalgama de varios estilos y épocas (la acción sabemos que se desarrolla en el renacimiento en el siglo XVI, pero en esta puesta en escena o no se sabe, o se quiere más bien confundir al espectador). Por último, la iluminación es a veces tan escasa, que se echa de menos una de esas estupendas linternas de los acomodadores de cine de barrio de antaño, o focos que arrojen luz sobre tanta oscuridad o claroscuro forzado (no por haber menor iluminación, Monsieur Broussard hace más ominosa la patología otelliana o la maledicencia o maldad o miserabilidad de la condición humana personificada en Yago: se hace más evidente.
En definitiva, triunfo absoluto de Thielemann, de la que más de un director especializado en ópera italiana sentirá unos totalmente justificados y devastadores celos. Espléndida toma de sonido, buena calidad de imagen y subtítulos en castellano.
Luis Agius