Falstaff en Salzburgo

He disfrutado mucho escuchando esta Falstaff. Y en algunos momentos también viéndola. Pero menos. Hacía tiempo que no me gustaba tanto un trabajo de Zubin Mehta. Lógicamente, nadie se vuelve loco de repente para perder el talento, algo de lo que este señor hace aquí gala como en sus mejores momentos, demostrando que, efectivamente, sus tendencias últimas a dirigir superficialmente se deben a otras cosas. La pareja Mehta-Filarmónica de Viena es aquí perfecta, todo sale natural, y muy bien. La inspiración fluye sola. Un 10 para los dos.

Otra gran virtud de esta función (Salzburgo, 2013) es la redondez del equipo vocal; normalmente no sucede. Comenzando por el rol principal, encarnado por un Ambrogio Maestri que parece haber nacido para interpretarlo. Su aproximación es poco intelectual, pero de un poderío físico y vocal magnífico. Canta muy bien, la voz es la correcta para el papel y físicamente es de catón para el mismo. ¿Le falta algo para ser el mejor? Pues seguramente subtexto, ese punto amargo que al final ha de dejar, al fin y al cabo un maltratado de libro que, en su obvia ridiculez, nunca llega a ser un peligro para sus crueles castigadores. Y los otros, todos excelentes, las chicas, las cuatro; Ford, un estupendo cantante y actor, y, sobre todo, ese lujo para Fenton llamado Javier Camarena, sencillamente sensacional.

Lo discutible de esta versión es la puesta en escena. Como es bien sabido este género está repleto de títulos en los que ha muy poco teatro. Es estupendo que los directores de escena hagan esfuerzos serios para resolver ese problema. Pero lo que me parece un poco bobo es hacer lo contrario. Falstaff es una obra maestra del teatro lírico; el trabajo de Boito es insuperable, todo está en su sitio, y perfectamente en su sitio. Y funciona como en pocas óperas funcionan estas cosas. ¿Para qué cambiar entonces? Ejemplo: el famoso cesto en el que tiene que esconderse el tripudo. En esta puesta en escena no existe, y eso, además de ir abiertamente contra el texto de Boito, complica lo suyo teatralmente. Esto es así porque se ha decidido que en vez de estar en una hostería estamos en un geriátrico, y a su vez que un viejito sueña a Falstaff. Después habrá que llenar el salón de plantas para suplantar al parque de Windsor marcado en el libreto para el segundo cuadro del tercer acto… ¡Cuánto esfuerzo para nada! ¿Y por qué? Pues por una poderosa razón: hoy por hoy el director de escena se ha convertido en un señor que añade o cambia lo que está escrito. Cobra por ello, y a veces bastante. Y en ocasiones se transforma en el dueño de todo sin que nadie proteste. Vale. Pero entonces ya no se puede hablar del Falstaff de Verdi-Boito; habrá que añadir un tercer nombre. En este caso sería: Verdi-Boito-Michieletto. ¿Cuál me gusta más? Sin duda el de Verdi-Boito. 

Pedro González Mira