En tierras lejanas, inaccesibles
La relación de Wagner con Dresde acabó con una orden de búsqueda y captura dictada por la policía local el 16 de mayo de 1849. Antes, Wagner había estrenado en la capital sajona la Obertura Fausto, Rienzi, El holandés errante y Tannhäuser. Sus ideas y actividades revolucionarias y su amistad, entre otros, con Bakunin, mientras Wagner era director de la corte real sajona (Hofkapellmeister), tampoco le permitieron estrenar allí Lohengrin, que compuso en Dresde y que se estrenaría en Weimar, convertido el propio Richard, durante esos años, en el músico errante, acusado de participar en la “revuelta” de mayo.
Christian Thielemann, también heredero de la tradición de directores de la capilla sajona (al menos se sigue peinando del mismo modo) y más pacífico que su honorable predecesor, le rindió homenaje en el bicentenario del nacimiento del compositor (22 de mayo de 2013, un día después), contando con Jonas Kaufmann y seleccionando páginas estrechamente relacionadas con Wagner-Dresde, por tanto, sin rastro de Tristán, Maestros, Parsifal y demás pequeñeces. Este “primer” Wagner tiene en el sonido de esta gloriosa orquesta un vehículo incomparable donde lucir su deslumbrante romanticismo, el más puro de su producción. La pequeña Semperoper fue el acogedor teatro para este memorable cumpleaños.
La fiesta comienza con una cuidada Obertura de El holandés errante, cuidada por la belleza de las texturas, por la rugiente cuerda que exhala humedad salitre y por la bellísima dinámica para la sección de cuerda, que aparece y desaparece ondulante como las mismas olas del mar. En su libro “Mi vida con Wagner”, Thielemann apuntaba cosas muy interesantes sobre cada página orquestal. Respecto a la orquesta de El holandés, decía: “El hecho de que la orquesta más pequeña de las diez óperas de Wagner sea, con diferencia, la que más ruido haga, no deja de sorprenderme”.
En los últimos tiempos, la Obertura Fausto (Eine Faust-Overtüre) ha cobrado mucha vida, siendo dirigida por Chailly, Boulez o el mismo Thielemann (la incluyó junto a una maravillosa y parsifaliana Sinfonía Fausto de Liszt, también DVD C Major). El problema de esta música es su volumen, siempre excesivo, que oculta su bello discurso y su apasionada riqueza melódica. No sabría decir cuál de las dos, si aquella junto a la Fausto de Liszt o esta de la gala me gusta más, pero Thielemann siempre sabe darle un toque refinado y exquisito.
La Obertura de Rienzi (“diez minutos que rebosan voluntad de canto y expresión”) adquiere un poder narcótico tremendo, el sonido orquestal es sencillamente embriagador, no hay atisbos de glotonería orquestal y de retórica ligera (la coda se presta a). Nos encontramos con una interpretación tirando a oscura, menos gloriosa que de costumbre, preparada al mínimo detalle (crescendi y decrescendi variados). Una joya, una maravilla de la elegancia.
“Puro erotismo hecho música…” afirma Thielemann sobre Lohengrin, ópera que ama como pocas y de la que defiende la escena “roedora” de Hans Neuenfels, la actual que se monta en el Festival de Bayreuth. Para Thielemann, dirigir este Preludio (un anticipo orquestal, más que una obertura propiamente dicha) es entrar en el mundo de la fluidez y la dulzura, inteligentemente diseñada para ir en progresión desde el primer compás (no es especialmente su comienzo el más refinado y delicado), alcanzando una densidad orquestal de una belleza fascinante.
“Platillos, triángulo, pandereta, bombo… Un gran aparato, para una partitura en absoluto ruidosa”. La Obertura de Tannhäuser tiene un común con la de Rienzi que los malos directores sacan de ella lo peor y más ruidoso, más que la excelsa música que se esconde tras el colorido orquestal. Evidentemente, Thielemann no es uno de ellos. El tempo es ágil, facilita la articulación compleja de los metales (trombones), que se lucen, así como toda la orquesta, que está soberbia. Curiosamente, el aspecto maléfico de la Obertura, todo su fuego incandescente (en otras palabras, el vicio de Venus, del que es difícil escapar), se ha escuchado con mayor nitidez en otros directores (Solti, Barenboim). Quizá sea este un “debe” para el director alemán, que a veces pisa el freno cuando hay que quitarse la ropa.
Kaufmann
Es un acierto que el Wagner seleccionado sea el primero, antes de Tristan, terreno que Jonas Kaufmann domina con una seguridad apabullante. Donde otros se desgañitan, él sonríe. Dónde otros se esfuerzan, Kaufmann canta con total naturalidad, a pesar de que su timbre, a medio camino entre tenor y barítono (Melchior), que recuerda a su maestro James King (vuelvan a escuchar su Lohengrin con Kubelik) y no menos al doliente Jon Vickers, desprenda cierto esfuerzo en la emisión (aunque hablando de cantar Wagner, el esfuerzo siempre es evidente). En la “Oración de Rienzi” cuenta con la complicidad de Thielemann, que dirige de modo mayúsculo (me ha recordado al reciente Barenboim de Berlín en el Tannhäuser de Sasha Waltz, que dirigió inconmensurablemente a Peter Mattei en el “Aria de la estrella”, cosa que ya hizo en su grabación en Teldec con Hampson).Si la “Narración de Roma” es todo un prodigio que te hace levantar del asiento (como todo buen heldentenor, debe provocar como mínimo un respingo), lo verdaderamente irrepetible es su “In fernem Land” (“En tierras lejanas”) de Lohengrin. Kaufmann “es” Lohengrin, asimila con tal grandeza la majestad de su canto y de su texto que cuesta pensar en otra interpretación mejor (tal vez la de la Scala con Barenboim, en el Lohengrin que abrió la temporada 2012/13).
Este tipo de homenaje wagneriano fue repetido en otras ciudades, pero sin la presencia de Kaufmann, sustituyéndolo Johan Botha, buen tenor, pero sin comparación física y artística, dicho sea de paso, ya que me creo más a un Tannhäuser macizo que a un protagonista sudoroso y pasado de kilos.
Invitado sorpresa
Tal vez, para digerir los platos wagnerianos, Thielemann presentó un Henze, Fraternité, Air pour l’orchestre, obra de 1999, creación de una belleza serena, que convierte la atmósfera en un dulce sueño instrumental, guiado por un sutil contraste de tensiones. Todo un guiño a la celebración wagneriana, aplaudida con la mayor energía posible (estamos en Alemania), y que dieron lugar a dos bises que se han omitido en este DVD, el Preludio del Acto III de Lohengrin y Einzug der Gäste de Tannhäuser, sin coro, claro.
Gonzalo Pérez Chamorro