Obra orquestal. Obra para piano. Música de cámara. Melodies completas. Pelléas et Mélisande. Martirio de San Sebastián.
Boulez, Haitink, Abbado, Ansermet, Chailly, Beinum, directores. Zimerman, Uchida, Michelangeli..., etc.
DG, 4790056 (18 CDs)
NUBES Y SIRENAS
En esta Edición Debussy del sello amarillo, aunque los colores se disgregan con el paso de los años (en esta caja también hay grabaciones originales de Philips y Decca), está todo el Debussy, el que hay que conocer, el que hay que conocer muy bien y el que si no se conoce no pasa gran cosa. El mayor acierto es que la obra fundamental del francés, sus Nubes y sus Sirenas, están adjudicadas a intérpretes fundamentales ya asociados a la interpretación debussysta, como Boulez, Zimerman, Uchida, Michelangeli o Abbado, sin apenas interpretaciones correctas que podrían mejorarse, que las hay, pero insisto, muy pocas. El acierto, por tanto, es total, estando todo el Debussy posible, con leves excepciones, además de contar con un bonus con grabaciones históricas de la deliciosa La Boite à joujoux por un sensacional Ansermet (1957), breves obras para piano ligeras por Daniel Éricourt (1961) y mélodies con orquesta por un elegante Souzay y una descomunal Inge Borkh (Air de Lie de L’Enfant prodigue).
Debussy siempre estuvo en la mente de Pierre Boulez, hasta en sus años de experimentación en Darmstadt, Debussy perseguía a Boulez en sus sueños. De aquella extraordinaria integral orquestal grabada para Sony, Boulez grabaría posteriormente para DG dos de los más perfectos discos dedicados a la música orquestal del francés con la Orquesta de Cleveland. “Para él (escribió Boulez en un ensayo dedicado a Debussy en la década de los cincuenta), la forma nunca es algo otorgado; toda su vida ha sido una búsqueda de lo que no puede analizarse; de un desarrollo que, en su movimiento mismo, incorpora la sorpresa a la imaginación”. Nocturnes, Jeux, Printemps e Images son de una belleza suprema, con cierta frialdad estática que se nutre del propio curso de la música, que no escarba para relamerse en sus bellezas, y que surgen y se desvanecen para dar paso a otras, como ocurre en el Prélude à l’après-midi d’un faune o en La Mer, dos maravillosas interpretaciones ausentes de retórica, solo música, eso sí, descomunalmente tocada (ejecutada). Podrá haber interpretaciones aisladas tal vez superiores o distintas (pienso ahora en Martinon, Haitink o Giulini, o incluso el incomparable Celibidache), pero el esencialismo del Debussy de Boulez alcanza una perfección en su integral que dudo que alguien se le iguale. Por concluir con el Debussy de Boulez, este es el Debussy que no grabó Klemperer, ya que se sabe de su admiración mutua, que se enriqueció en los ensayos del Gruppen de Stockhausen en 1968 en Londres.
Del resto de la obra orquestal, es bastante discreta la Fantasía para piano y orquesta (la obra en sí ya lo es) de Jean-Rodolphe Kars con Gibson, una interpretación de la que desconocía su existencia, muy preferibles Ciccolini-Martinon o Duchable-Plasson (ambas EMI). Excelente el resto, como Khamma por Chailly o las preciosas Danses para arpa por Badings-Haitink, entre otras cosas.
Entramos en terreno pianístico, ojo, tal vez la mejor música escrita para el instrumento en el siglo XX y sin duda la mejor música del francés, al menos en los Preludios, Estudios e Images. Universal tiene en catálogo interpretaciones de los Preludios como para abrir un museo, desde Arrau, Michelangeli o Zimerman hasta los Freire, Thibaudet, Rogé o Kocsis. Inteligentemente han optado por Zimerman, posiblemente la interpretación más perfecta de los Preludios de Debussy que haya dado el mundo del disco, Michelangeli aparte, o Michelangeli incluido, vaya usted a saber. En principio la técnica de Zimerman es perfecta para una música de saltimbanqui como esta, mientras que el sonido, tan bello y redondo (no el de mayor armónicos, Barenboim, solo Libro I en DVD o Arrau), se adaptó como un guante a cada preludio, una exhibición de principio a fin. Puede parecer evidente que Zimerman haga maravillas con La Sérénade interrompue, Ce qu’a vu le vent d’ouest, Feux d’artifice o La cathédrale engloutie, pero aun mayor genialidad logra cuantas menos notas por segundo, como en Feuilles mortes o Des pas sur la neige, las Nuages grises de Debussy. Histórico, perfecto e inexplicable. Algo así ocurre con las Images y el Children’s Corner de Michelangeli, que es como zambullirse en una laguna de nenúfares de Monet o en una merienda campestre de Renoir. De nuevo, interpretaciones históricas, como son los Estudios de Uchida (existe la grabación en vídeo, no sé si editada en DVD), una exhibición y posiblemente la única interpretación que en el libro de familia debussysta se los ha llamado Libro III de Preludios. Del resto de la música pianística se encarga Zoltán Kocsis, excelente pianista pero que no alcanza la excelencia de estos tres aunque se les acerque en ocasiones (L’Isle joyeuse, Images oubliées o Pour le piano). La obra para dos pianistas está tocada por los Kontarsky, interpretación irreprochable a la que le falta un plus de brisa del Sena.
La música de cámara rescata una interpretación que no había escuchado y que me ha fascinado, como es el Cuarteto de cuerda por el Melos (1979), intensísima versión (Andantino) repleta de detalles y curiosidades, una referencia, por “extraña” y necesaria. En el resto de la música de cámara, todo son excelencias, desde la Sonata para violín (Dumay-Pires), la Sonata cello (Maisky-Argerich), la Sonata en trío para flauta, viola y arpa (Schulz-Christ-Süss) a la portentosa Syrinx para flauta sola (Schulz).
Los cuatro discos dedicados a las mélodies cuentan con la delicadeza de Véronique Dietschy y los pianistas Philippe Cassard y Emmanuel Strosser, excelentes. El caso es que se grabó entre 1993 y 2002, desvelando cierta fatiga en Dietschy con el paso de los años y un frenillo que afea la pronunciación. Aun así, a pesar de ser un tocho de canciones para pensárselo, da la sensación cuando se escuchan que uno pesara menos, que se dejara llevar por su atmósfera flotante.
Otro de los aciertos de esta edición es el Pelléas de Abbado (1991) con una Filarmónica de Viena excelsa y un reparto bien escogido como es el caso del Golaud de van Dam (casi igual de bien que con Karajan), el Pelléas del intenso Le Roux (un baryton martin de los de antes), la Geneviève de la sabia Ludwig o la Mélisande de Maria Ewing, de inusuales giros y expresiones insospechadas. Si Karajan trazó un camino nuevo para el Pelléas, Abbado toma el testigo y lo lleva más allá, dejando a un lado las delicadezas y la ensoñación, que la hay, cómo no, pero otorga más wagnerianismo a una partitura difícil de coger donde las haya.
Para acabar, se ha escogido una antigua versión (1954) del extraño Martirio de San Sebastián, música irregular que en esta interpretación de Ansermet con su Suisse Romande me ha recordado el ambiente de las Carmelitas de Poulenc de Dervaux, una interpretación áspera, poco cuidada en el refinamiento sonoro, ese que Tilson Thomas bordó con la London Symphony y el mismo que obtiene Gardiner de su Coro Monteverdi, para cerrar la edición, de las 3 Canciones de Charles d’Orléans.
G. P. C.