Drama y poesía 

La música para piano solo de Tchaikovsky no es muy conocida ni tampoco difundida, hasta el punto que algunos textos dedicados exclusivamente al piano no incluyen ni una sola entrada al compositor ruso. De este olvido se libra parcialmente la Gran Sonata Op. 37, que especialmente ha sido servida en excelentes condiciones por los grandes virtuosos rusos (Gilels, Richter, Postnikova y Pletnev), en una estela que recupera Lugansky con un esmero y atención como si se tratara de una de las grandes sonatas románticas. Al igual que en ocasiones la dificultad y sentido de un complejo texto literario solo queda desvanecida cuando alguien aporta la necesaria claridad, en las manos de Lugansky esta Sonata se convierte en una obra maestra de la que se descubren momentos maravillosos.

Como los obstáculos técnicos pasan a un segundo plano, de lo que queda constancia en la resolución del último y complejísimo movimiento final, Lugansky opta por un enfoque puramente sonoro y coloristas del piano y de la música, en el que ofrece una debida ponderación entre fuerza e intensidad emocional al primero de los movimientos, Moderato e risoluto, de manera que suena con la precisa majestuosidad orquestal sin alzar excesivamente la voz; la hermosa estructuración del Andante es seguida por claridad y destreza en la resolución del técnicamente dificilísimo Finale.

Del conjunto destacaría, tanto la capacidad para diferenciar entre las distintas secciones de los movimientos sin perder nunca el sentido global de cada uno de ellos y un equilibrio natural de las dinámicas, reservando siempre fuerza para alcanzar sin extravagancias las más fuertes o capacidad expresiva en los pianísimos, así como la comunicación de la arquitectura de los distintos movimientos con excelente claridad, lo que le permite incorporarse a las grandes versiones antes mencionadas.

Las Estaciones Op. 37b, un conjunto de piezas de salón encargadas al compositor ruso por el editor de la revista donde ejercía de crítico musical con destino a pianistas amateur y que finalizó en 1876, son 45 minutos que nos trasladan a través de los meses del año reflejando situaciones, momento y estados de ánimo que Lugansky acomete profundizando en sus aspectos melódicos y sentimentales, con una mirada más cercana al mundo del salón al que estaban destinados que a la sala de conciertos. Plenamente acertada la expresión casi schumanniana de que impregna a los números más introspectivos de Marzo, Abril o el medido balanceo de Junio, o la maravillosa exhibición en legato de las líneas cantábiles de Octubre, observando escrupulosamente todos los matices y coloreando levemente algunas texturas para dejar una sensación natural de nostalgia y melancolía. 

José Luis Arévalo