Nos contaba Josu Okiñena el mes pasado en la amplia entrevista de portada el complejo proceso de entendimiento que le llevó a grabar este Satie, un Satie que quizás no pasea por las calles de París como el de Thibaudet, o aquel cuasi improvisado de Ciccolini, pero es un Satie que ha nacido con un profundo estudio del mismo pianista enfrentándose día a día a una música incómoda. Sí, incómoda, ya que su tempo, su equilibrada balanza de silencios y sonidos y su aparente falta de compromiso la hacen un territorio peligroso para el que la toque sin profundización, pensando que es nada más que “musiquilla”. Okiñena abre el disco con lo que es Satie en estado puro, las bellísimas, lánguidas y melancólicas Gymnopédies, cuya escucha sume al oyente en el estado de trance del que ya no se sale (se percibe un dolor en el intérprete), hasta que la Sonatine Burocratique, con sus delicadas y encantadoras frases, nos despide en el disco. Entretanto, escuchamos la lujuria de las Pièces Froides, esplendor sonoro pianístico, colores aquí y allá, gamas de tonos y estudio profundo del discurso, donde la modernidad alcanza estados de ebriedad; la hondura y polifonía de Embryons Desséchés; la ironía en Croquis & Agaceries; la joya de los Préludes du Fils des Étolis o el vals alcoholizado de Je te veux, piezas que conforman un disco imprescindible.

Gonzalo Pérez Chamorro