Orquesta de Cámara de Europa / Paavo Berglund. Dir.: Aarno Cronwall.
ICA 5162 (2 DVD)
EL PENÚLTIMO SIBELIUS DE PAAVO BERGLUND
Lo primero que llama la atención cuando vemos a Berglund sobre el podio es la mano con la que empuña la batuta, no ya porque ésta sea la izquierda, sino porque además asigna a ese brazo las labores que habitualmente corresponden al derecho. Esto no es nada nuevo, ya ha habido otros directores que, sin ser zurdos (y aunque empuñasen la batuta con su mano derecha), también intercambiaban las funciones de uno y otro brazo, ahí están Szell o Karajan, sin ir más lejos. Después está su gesto, casi siempre severo, aunque en ocasiones su boca deje esbozar cierta sonrisa, de una concisa concentración que transmite la sensación de que lo que se trae entre manos ha sido meditado antes en profundidad, llegando a la conclusión de que lo que se hace debe ser así, y no caben otras alternativas. Un gesto que define muy bien su forma de dirigirse a la orquesta, pero también nos revela el exigente trabajo de preparación previo al concierto, incluso su propia relación con los diferentes atriles. Sin duda, el finlandés parece querer decir en todo momento que ahí quien dirige es él, y las cosas deben hacerse según su criterio.
Berglund y Sibelius
Es importante apresurarse a decir que, si bien su nombre siempre ha estado relacionado con el de Sibelius, nunca ha sido ajena para él la música europea del siglo XIX y primera mitad del XX. Decimos que es importante, porque, en cierto modo, su propia visión del compositor finlandés se ve condicionada por este hecho. Quizás pueda decirse que, del mismo modo que el propio Sibelius se encuentra influenciado por la música de compositores como Bruckner o Brahms (algo que él mismo se preocupó de admitir sin ningún problema), Berglund tiene muy presente esta particularidad, si no en el Sibelius que ha acostumbrado a transmitir en épocas anteriores de su carrera, sí de modo muy especial en las versiones que nos ocupan. Ahí está, sin ir más lejos, esa especie de Parsifal nórdico que es el tercer movimiento de la Cuarta Sinfonía, probablemente la obra mejor conseguida de esta integral.
Hacia 1998, el sello Finlandia publicó un álbum de cuatro CD que incluía las siete Sinfonías de Sibelius por el mismo director y la misma orquesta que ahora nos ocupan. Se trataba de registros de sesiones llevadas a cabo entre 1996 y ese mismo año. La edición que ahora publica Ica incluye los tres conciertos en vivo celebrados en el Festival de Helsinki entre el 23 y 25 de agosto de 1998, de modo que se trata realmente de versiones diferentes a aquellas publicadas en audio. Con esto, debemos dejar claro que son cuatro, y no tres, las integrales que Berglund dejó de las sinfonías del compositor antes de retirarse el 1 de junio de 2007: la primera, con la Sinfónica de Bournemouth, de los años setenta; la segunda, con la Filarmónica de Helsinki, de los ochenta (ambas para la extinta Emi); y las dos últimas al frente de la Orquesta de Cámara de Europa, de las cuales damos cuenta en el presente comentario.
Después de estos dos últimos ciclos, el finlandés nunca dejó de dirigir las Sinfonías de Sibelius, aunque (salvo error) ya no llegase a registrar ninguno otro completo. Sí hemos de mencionar algunas de las Sinfonías sueltas publicadas en los primeros años 2000 por el sello de la London Philharmonic, que contienen algunas joyas, como unas espléndidas Sexta y Séptima, además de un antológico Cisne de Tuonela. Y, por supuesto, aquel concierto de despedida en la Sala Pleyel del primero de junio de 2007 que incluía, además del Concierto para violín de Brahms, la Cuarta Sinfonía del compositor finlandés.
El ciclo de agosto de 1998
Es muy difícil ponerse a escuchar estas obras sin que acuda a nuestra mente lo que Barbirolli y Bernstein hicieron con ellas. Ni Berglund, ni ningún otro, por acertados que hayan estado, lo han conseguido por el momento. Ahora bien, el Sibelius que nos ofrece el director finlandés lleva marcado un muy distintivo sello personal que también le hace único en cierto modo. Es un Sibelius dicho, sobre todo, desde el intelecto, antirromántico (o más bien a-romántico), con la transparencia como único fin; como si se intentase despojar esta música de cualquier aditamento que pudiera enturbiar su pureza. Según todo esto, es evidente que las Sinfonías en las que Berglund tiene más dificultad para sacar a flote su propuesta son las dos primeras y, en cierto modo, también la Quinta y, algo menos, la Séptima; esta última es en la que más se perciben las personales anotaciones incluidas por el propio director. En cambio, las versiones de Tercera, Cuarta y Sexta son de una claridad excepcional, muy especialmente las dos últimas.
En la Tercera, resulta muy ilustrativo observar cómo va mutando el gesto del director, a medida que unos temas parecen surgir de los anteriores, primero como en una confusa nube que poco a poco va esclareciéndose hasta que el dominante se muestra esplendoroso; sin duda, una característica muy propia de la música de Sibelius y, sobre todo, de esta obra fundamental en el contexto del finlandés.
Es indudable que él mismo consideraba la Cuarta como la cima de todo el ciclo sinfónico del compositor; es la obra que eligió para despedir su carrera, una partitura plagada de preguntas que tan sólo encuentran medias respuestas o, simplemente, el silencio. Berglund lo demuestra así en este ciclo mucho más acertadamente que en los anteriores. Junto a la versión de la Cuarta, la de la Sexta también se encarama hacia los lugares más altos de la fonografía. Es una versión contundente, si bien no llega en este aspecto a la posterior con la London Philharmonic, muy analítica y de una transparencia cristalina.
En fin, como decimos, la penúltima lección sobre Sibelius de uno de sus más fieles apóstoles.
Rafael-Juan Poveda Jabonero