Daniel Behle, tenor. Oliver Schnyder Trio.
Sony Classical, 88883788232 (2 CDs)
Otros viajes
El propio sendero del Viaje de Invierno de Schubert parece abrir sus propios caminos, atajos que nos llevan al mismo destino final del organillero, pero con otro paisaje. Son dos caminantes los que recorren de modo muy distinto el viaje que aquí se propone. Por una parte, es un tenor quien se enfrenta al invierno schubertiano y, por otra, no es el piano quien le acompaña como fiel perro que no abandona a su amo aunque las adversidades del camino y el temporal arrecien con fuerza. En un caso, el piano se ha sustituido por un trío (el trío de toda la vida, violín, cello y piano) y, en el otro, por un cuarteto de cuerda. Ambas formaciones tienen una cosa un común, son propias del universo de Schubert, su sonoridad se asocia a su música, por lo que el caminante conserva el rumbo y no se desorienta.
Desde Liszt, que fue el primer Wanderer que transcribió el Winterreise, hasta Hans Zender, que volteó por completo el equipaje del viajero, los arreglos y adaptaciones de este ciclo insondable no han hecho más que agrandar la magnitud de esta música, tan colosal como sencilla, tan nocturna como limpia, tan única que es irrepetible. El único ciclo de canciones que mantiene parentesco con Winterreise es precisamente La bella molinera, que actúa como primera parte de un viaje. El Viaje es como el negativo de la fotografía, es la continuación de La bella, actúa como su reverso; ambos se necesitan y se complementan (Rafael-Juan Poveda nos lo explica con claridad en las páginas 10-13).
Este carácter definitivo y último es lo que ha hecho del Winterreise una fascinación de cantantes (¿estaría Fischer-Dieskau obsesionado con él, quizá soñaría con sus melodías y recitaría sus poemas…?) y compositores, que lo han versionado, citándolo en obras propias. El carácter de un viaje sin rumbo aparente, a través de un desolador paisaje helado, cuyo cortejo hace adivinar los peores presagios (cornejas, veletas desorientadas, etc.), adquiere en el trío con piano un mundo propio. Es como si el oyente, en lugar de dos ojos, tuviera cuatro, que le permiten intuir con mayor nitidez los fúnebres elementos que acompañan al Wanderer.
No es Daniel Behle un tenor de amplio poderío (no pensemos en Kaufmann, reciente Wanderer), pero sí es un fino estilista, recitador, un Evangelista de las Pasiones de Bach al que ahora le toca deambular por otro desolador universo de muerte y pena. El arreglo para trío amplía las posibilidades y sigue sonando a Schubert; cuida la palabra, la metáfora e incrementa los “efectos especiales”. Para ello necesita menos tiempo, ya que en su interpretación de la misma obra en la versión con piano emplea cinco minutos más. En “Gute Nacht”, “Rast”, “Der Krahe” o “Der Leiermann”, la espectral sonoridad del violín ejerce un poder hipnótico fuerte, el Wanderer se ha desviado por un atajo donde se hacen materiales sus peores pesadillas.
1985-2005
En un frío febrero de 1985, Peter Schreier, junto a Sviatoslav Richter, hizo su propio viaje a través del sendero helado. Aquella interpretación quedó grabada en Philips. Veinte años después, también en un frío marzo, en Dresde, el mismo tenor regresó al Winterreise, esta vez en el arreglo para cuarteto de cuerda de Jens Josef (2001). Entre medias, en 1991, había vuelto al ciclo con András Schiff. Esta nueva grabación que ahora ha editado el sello Hänssler, con un DVD entrevista de media hora solo en alemán, tiene un aroma a despedida y a homenaje. El libreto está repleto de fotos de la vida musical de Schreier. Lo vemos de niño con pantalones cortos, cantando en el coro de su iglesia; lo vemos cantando Bach, con su aspecto de sólido alemán con gafas de media pasta, aquellas que daban aspecto de agente secreto de la Stasi. Independientemente de gustar más o menos su timbre, seco y estrecho, en Schreier hay sabiduría y honestidad.
El arreglo para cuarteto de cuerda de Jens Josef, del que ya existía una grabación por Christian Elsner y el Henschel Quartett (CPO), no aporta los efectos especiales del trío con piano, es más dificultoso de comprender y su espíritu aspira hacia mayores metas instrumentales. Pero está Schubert, en especial porque el tenor mantiene un pulso con el texto, mientras el cantante se ha desgastado (“Wasserflut”), el poeta ha crecido.
La sordina en los violines suena lánguida mientras la nota pedal del cello es la zanfoña que huele a muerte. Emocionante despedida de Schreier en “Der Leiermann”, que parece decir adiós a más cosas. Como Mahler en sus “Ewig” de La Canción de la tierra, no hay vuelta atrás. This is the End.
Gonzalo Pérez Chamorro