Krystian Zimerman, piano.
DG 028947975885 (CD)
A LA BÚSQUEDA DEL AUTÉNTICO SCHUBERT
Después de un largo período de silencio, alejado de los estudios de sonido para realizar una grabación en solitario para su sello de siempre, Deutsche Grammophon (en este caso en un auditorio japonés), el gran pianista polaco Krystian Zimerman, uno de los mayores músicos de nuestro tiempo, dominador como pocos del gran repertorio y al que debemos inolvidables registros de Chopin, Brahms, Debussy, Rachmaninov, Ravel, Lutoslawski, etc., se acerca en esta ocasión al piano de Schubert, en particular a dos de sus más grandes obras maestras: sus Sonatas para piano D 959 en la mayor y D 960 en si bemol mayor, ambas auténticas joyas de la literatura pianística universal, por su complejidad y belleza.
El resultado puede resultar desconcertante para muchos melómanos y, para otros, absolutamente revelador. Se trata de una grabación cuidadosamente planificada por Zimerman, muy estudiada en todos sus aspectos, con el rigor que le caracteriza en cuanto al análisis de las obras y el afán de perfeccionismo que siempre le ha perseguido y que nos ha proporcionado en vivo conciertos memorables. A tal punto, quiere Zimerman acercarse a un concepto schubertiano puro, el del caminante solitario errante, pero a la vez soñador, lírico e incluso fantasioso y despreocupado (sabe que la muerte le acecha pero no cree que llegará tan pronto), que incluso el formidable pianista polaco modifica el teclado y los macillos del gran piano Steinway moderno para que adquiera un sonido, un ataque y una pulsación más acorde o similar con el fortepiano schubertiano (quizá en cuanto a timbre hubiera sido más adecuado utilizar un Bösendorfer, más dulce).
En todo caso, Zimerman nos ofrece una formidable recreación de estas Sonatas, austera, clarísima, de un rubato contenido, pero con abruptos contrastes y de tempi que en muchas ocasiones nos deslumbrarán y en otras nos dejarán perplejos. Así, el primer movimiento de la D 959 puede no ser del gusto de todos por su excesiva sobriedad (aquí Lupu, Dalberto, Andsnes o Paul Lewis son más líricos), si bien en los pasajes dramáticos Zimerman despliega su técnica apabullante, lo cual desnivela y desiguala la concepción global. Como ocurre también en el maravilloso Andantino de la D 959, cuyo primer tema es iniciado a un tempo bastante rápido y con un fraseo deliberadamente prosaico. Sin embargo, cuando en la tormentosa parte central se abre el abismo, asistimos a una colosal y reveladora interpretación de este pasaje, verdaderamente formidable y a una coda del movimiento con los silencios debidamente marcados, absolutamente espeluznante. Por contra, tras el delicioso Scherzo, el Rondo final se nos antoja un tanto convencional, porque Zimerman no varía el fraseo del tema del rondó (como sí hace Lupu), si bien el pasaje dramático contrastante resulta asimismo estremecedor.
En esta Sonata es cierto que Lupu, Andsnes, Leonskaja (mi colega José Luis Arévalo habla de su último Schubert en la página contigua) o Dalberto son alternativas muy interesantes, si es que se busca un Schubert no tan ascético o en algunos pasajes no tan tormentoso y desde luego más lírico. En este sentido hay que precisar que el pianismo de Zimerman es esencialmente romántico y cuando la música de Schubert mira hacia el futuro, el pianista polaco resulta más convincente.
Sonata D 960
Respecto de la maravillosa Sonata D 960, que tuvo (y tiene en disco) a Sviatoslav Richter (sello Olympia) a su más grande intérprete, por la hondura y misticismo que alcanzó como ninguno en esta obra maestra, Zimerman construye una interpretación en conjunto sobresaliente (muy distinta de otros grandes pianistas en esta página como Lupu, Pollini o Brendel), pues el devenir de la música es mucho más natural y fluido en el primer movimiento, con un fraseo asombroso del primer tema (Zimerman, en contra de Brendel, no omite la repetición, desde luego con buen criterio), un desarrollo extraordinario, austero pero tierno, íntimo, que luego se torna agreste, pero nítido al máximo.
El maravilloso segundo movimiento es absolutamente conmovedor, una auténtica pero delicada y dolorosa “marcha fúnebre”, sólo superada en veracidad y dolor por Richter. El Scherzo, siendo muy bueno, decepciona en el Trio, al que le faltan acentos y contrates. Y llegamos al cuarto movimiento, absolutamente memorable, el mejor y más perfecto grabado en disco, con una amarga y despreocupada alegría que ningún otro pianista ha sabido transmitir de esta forma, con una elección de tempo cercana al ideal de tempo giusto, y un fraseo contrastante fabuloso, detallista, cambiante y una coda ajustadísima al carácter de esta bella obra. Solo por este movimiento merecería la pena escucharse este registro, sin duda polémico y sobre el que la crítica internacional mantiene una encendida controversia. Pero ahí está la grandeza de Krystian Zimerman, este oculto coloso, del que disponemos de tan pocas grabaciones (más numerosas con orquesta, pero relativamente escasas en solitario), en comparación con su larga carrera.
Y un último apunte: aquellos que conservamos como una joya los Impromptus de Schubert que Zimerman grabó en 1990, podremos apreciar la transformación intensa del gran virtuoso que siempre fue y será y que hoy se plantea renunciar a lucirse y se expone a duras críticas para intentar acercarse a la verdad musical, casi siempre esquiva o inalcanzable para el resto de los pianistas o figuras convencionales. Toma de sonido discutible, un tanto seca, pese a la tecnología de 32 bits.
Luis Agius