Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo FEBRERO 2018 - Núm. 915

SCHUBERT: Sonatas para piano. MOZART/GRIEG: Sonatas. Fantasía K 475.

E. Leonskaja, piano / E. Leonskaja y Sviatoslav Richter, piano.
EaSonus 29300 (4 CD + DVD Bonus)



La crítica

EL ESPIRITÚ DE RICHTER

Cuando al heterodoxo Pogorelich se le recordaba la ausencia en su repertorio de Sonatas de Schubert (RITMO n. 876, Javier Extremera), respondía: “para hacer de manera propia y revolucionaria una Sonata de Schubert necesitaría al menos un año y medio, solo para conseguir quitarle el azúcar. Todos echan sobre él una cantidad excesiva de glucosa”. Con Leonskaja no hay motivo de preocupación; la obra del músico vienes siempre ha estado acompañando su trayectoria profesional, hasta el punto que incluso podría establecerse una íntima conexión acreditada con su inclusión en numerosos recitales y las excelentes grabaciones parciales que ha dejado en Warner (Teldec entonces) donde, salvando el peligro al que apuntaba el pianista croata, nunca ha proyectado la imagen de esta música como producto lleno de dulzura y encanto.

El Schubert que nos trae Leonskaja no es revolucionario, pero sí es una concepción madura y también personal, aunque inevitablemente se respiren ecos del estilo de su mentor Richter, que asimila sin copiarlo, aportando poder dinámico y claridad rítmica, así como de un romanticismo incipiente en el que Beethoven tiene un papel principal. No es que la pianista de Tbilisi busque una igualdad interpretativa de ambos autores, cuando resultan evidentes las diferencias del pianismo de uno y otro, sino que no desconoce que a la fecha de composición de estas últimas 8 obras, entre 1823 y 1828, el de Bonn había finalizado con todos sus logros el conjunto de sus 32 Sonatas. Ambas sombras se proyectan en unos acercamientos en los que, sin complejos y temores, llegando al fondo de las posibilidades emocionales y dinámicas de esta música, se traza una visión humana, profunda y reflexiva del legado schubertiano, una veces triste, otras de alegría mezclada con el llanto y la nostalgia, pero siempre intensamente sensible en la búsqueda de una mayor cercanía al Viaje de Invierno que a la Viena del Biedermeier.

Leonskaja tiene las capacidades técnicas y expresivas para hacer funcionar esta música. Desde el inicio de la más oscura y sombría de las Sonatas (D 784), con la disposición de sus notas en forma coral, poniendo en juego un sonido de gran densidad enriquecido por un correcto empleo del pedal, ejerce una fascinación envolvente, captando ese sentido de intimidad, misterio y turbulencia en el que unos poderosos y acentuados tremolandos permiten entrar una delicadeza expresiva muy marcada, en la que no se abandona el carácter orquestal de algunos de sus pasajes; su Andante se desarrolla en tonos leves, estableciendo unos cambios dinámicos bien contextualizados para finalizar con un movimiento perpetuo de cierre, en el que reaparece el sentido orquestal de su concepción, a veces de tonos violentos, acompañado en su sección central de un excepcional sentido cantable lleno de elegancia. De la D 840 (Reliquia) solo se interpretan los dos movimientos completados, con un Moderato en el que, sin atreverse a alcanzar la duración épica de Richter, pero sin sonar apresurado, encuentra su propio camino, generando lentamente una continuidad en el estado de tensión a base de un tratamiento exquisito de la base rítmica y moviéndose alternativamente entre la ternura, la fiereza y la alegría, que le permiten desembocar en un coda de gran peso, excelentemente resuelta.

Las riquezas expresivas de las D 845 y D 850, dos de las tres Sonatas publicadas en vida del músico, son atendidas con la misma inteligencia musical y buen gusto, mereciendo destacarse, de la primera, el sentido menos juguetón y ligero con el que se tocan habitualmente las exquisitas variaciones (Andante), aunque en algunas se produzca algún exceso de prevalencia de los bajos, junto con un final en el que la fluidez de corcheas posibilitan la consecución de un sutil contraste con el episodio centra, y, de la segunda, esa virtud de transmutar la sonoridad completa y amplia al sonido más íntimo en el movimiento de apertura y su particular distinción en el entendimiento del Ländler del Scherzo.

El primer movimiento de la D 894 y las tres últimas Sonatas (D 958-960) nos trasladan a ese especial mundo de proporciones épicas, en el que el tiempo parece desvanecerse y que, como las arenas movedizas, puede acabar hundiendo a cualquier pianista, pues tocar estas obras a este nivel de creación musical resulta excepcional. Encontramos en ellas una solidez constructiva de altura, en la que todo está hecho con claridad acompañada de una escrupulosa y medida atención a los más mínimos detalles, ya sea en la serena exposición del primer movimiento de la D 960, con una sucesiva gradación del volumen del trino que András Schiff considera como “el más importante de la historia del piano”, la calma del Andante, también de la D 960, en la que sabe encontrar el justo equilibrio para dar paso a los restantes movimientos de un tono luminoso perfectamente integrados, o, por mencionar solo un detalle más, la impresionante concepción del Andantino de la 959, difícil de igualar en expresión.

Más allá de los detalles particulares de cada una de las obras, lo que verdaderamente convence del conjunto es la firmeza con la que se sirve de todos los recursos pianísticos para crear climas, sean o no trágicos, con el mayor control y sin abandonar nunca esa elegancia narrativa: manejo extraordinario de las dinámicas, formación de las líneas melódicas, energía en las secciones culminantes, rubatos naturales como medios de crear tensión y enfatizar y justa valoración de los silencios, que sirven en definitiva para la creación de los continuos cambios de atmósfera en unas lecturas de sonido suntuoso, que podrán convivir en nuestras estanterías durante largo tiempo junto con las de Richter, Uchida, Lupu o Barenboim.

La lujosa edición, completada con siete textos (solo en alemán e inglés) y una interesante entrevista, añade un DVD en el que se recogen unas lecturas llenas de claridad y distinción, procedentes del recital que ofreció junto con Richter en la Sala Tchaikovsky del Conservatorio de Moscú (1993), con cuatro de los cinco números para dos pianos que, partiendo de las Sonatas de Mozart, elaboró Edvard Grieg con fines pedagógicos.

José Luis Arévalo

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