Martha Argerich, piano. Orquesta West-Eastern Divan / Daniel Barenboim.
CMajor-Unitel 802008 (DVD)
ELECTRICIDAD PORTEÑA
No sabemos si por ahorrarse unos duros en derechos de autor o por mero capricho de algún cenutrio gerifalte, pero tendríamos que pedir daños y perjuicios por extirpar con hacha de este concierto del estival festival salzburgués (2019) la segunda parte del programa, cuyo protagonista fue el mordaz y sinuoso Concierto para orquesta de Lutoslawski, vetado aquí incomprensiblemente a nuestros oídos. ¿De verdad alguien cree que el polaco es veneno para los bolsillos? A cambio, comercializan los productos más trillados y cándidos para la escucha: la Octava Sinfonía de Schubert y el primer Concierto para piano de Tchaikovsky, ofrecido junto al fluorescente neón de Martha Argerich y una estupenda Orquesta del West-Eastern Divan, cada día de mayor corpulencia y relevancia artística (primorosas algunas de sus maderas, así como su esforzada y tupida cuerda).
Barenboim nunca ha sido un lector de referencia de la obra sinfónica del vienés, aunque en esta ocasión brinda una soberbia Incompleta, de bellos contornos, contemplativa, serena y equilibrada, con grandes y emotivos momentos, como ese susurrado Andante (desnudado sin rubor y con una acertada progresión dramática plagada de elocuentes silencios) en el que hace magia con su varita modelando una música que parece resoplada bajo sus bufidos en fino y delicado cristal (delicioso rubato). Un fraseo elegante y cálido, caudaloso en lirismo, sin recargar nunca la espesa negrura ni los tintes dramáticos que lleva impregnados esta melancólica sinfonía, pues el bonaerense apuesta por un Schubert de aires clásicos, optimista y esperanzador.
Todo lo contrario que esa alambrada electrificada que resulta ser el Concierto de Tchaikovsky que firma junto a su compatriota, aquí en plan tigresa saltando sobre los ardientes aros en llamas del teclado. Ambos convierten la obra en un épico fresco, expuesto como si de un pulso se tratara, cortante como el acero, intenso y efusivo, de remarcado y penetrante colorido orquestal. Una lectura marcadamente sinfónica, de pujante tempo y solidez, con un fuerte aliento brahmsiano, que lleva en su armazón una tensión y vigor a veces irrespirables. Dos músicos apasionados haciendo música apasionante. La torrencial Argerich, que en su longeva carrera ha convertido esta obra en una de sus más preciadas joyas, está muy comunicativa, profundizando en las entrañas de la escritura en una interpretación que es puro fuego (tal y como exige literalmente la partitura).
Como si estuvieran sentados en la salita de su casa, estos dos monstruos regalan de propina el delicioso Rondó a 4 manos en la mayor D 951 (con el hijo de Barenboim, que actúa como concertino, pasándoles las páginas), demostrando ambos que se puede nacer en Buenos Aires y hacer sonar con honores esta hermosa y delicada música vienesa.
Javier Extremera