Un filme de Peter Rosen.
RCA, 88843013269 (DVD)
PETER ROSEN: EL MONTAJE COMO EXPRESIÓN MUSICAL
Nacido en 1943, el estadounidense Peter Rosen cuenta ya en su obra con más de un centenar de documentales. Cantos visuales sobre la belleza del Arte en cualquiera de sus expresiones. De la pintura a la arquitectura, del concierto de masas al íntimo recital, de la naturaleza arbórea al universo musical, caudaloso y recurrente río en su filmografía. Multipremiado realizador tanto televisivo como cinematográfico, posee un ramillete de películas de esas que jamás cubrirán el polvo. Ahí están: The Golden Age of the Piano, Claudio Arrau: The Emperor, Khachaturian, Leonard Bernstein: Reflections, Shadow in Paradise o Toscanini: The Maestro. Si en algo se destaca Rosen es como maestro en el corte y confección de la imagen. La sala de montaje la transforma en una portentosa máquina de coser donde hace manar a chorros su oficio, capaz de extraer la cáscara y ofrecernos así la esencia más pura de lo que se relata. Lo auténtico y lo verdadero presentado sin artificios ni tramposas artimañas. Cuesta creer que su cine algún día palidezca, pues uno duda que aquello que se alza bajo los cimientos del esfuerzo pasional y humanista se convierta algún día en barro. Sirvan como ejemplo estas dos fábulas con final feliz, cuyas partidas de bautismo están ampliamente separadas por el tiempo.
Vuelve a la vida Rubinstein Remembered (1987), producto televisivo que homenajea al pianista polaco en su centenario (narrado en inglés con subtítulos en francés y alemán). Un filme que huele a manual de vieja escuela, a una forma de entender la narrativa que hoy anda en extinción, pues los resortes que le dan vida y la hacen andar son más literarios que visuales (la palabra tiene a veces mayor importancia que la propia imagen). El cronista que nos adentra por la vida y milagros del artista es John Rubinstein, hijo menor y testigo privilegiado a la hora de explicar cómo fue su progenitor. Viajamos hasta la fría y pequeña Lodz donde (con John a la batuta) sus paisanos preparan un concierto de cumpleaños con la Filarmónica de la ciudad, en la misma sala donde diera su padre el primer recital con apenas diez años (hacía un lustro ya del fallecimiento de Rubinstein). Exclusivas imágenes caseras y de filmoteca se fusionan con multitud de fotografías y retratos, en un montaje ágil y ensoñador que consigue trasladarnos hasta las luces y las sombras del siglo pasado.
Los invitados a rememorar su infinita figura van desde su esposa y prole, pasando por Barenboim (lo escuchó con 7 años en el Teatro Colón) o Max Wilcox, su ingeniero en la RCA (afirma que se grabó 51 Mazurcas en tres días). Rubinstein (con su habitual y contagioso sentido del humor) cuenta a cámara infinidad de anécdotas vitales y profesionales. Desde su encuentro en Berlín con el que fuese padrino artístico, el brahmsiano Joseph Joachim, quien después de tocarle Mozart con 11 años le premió con una onza de chocolate, hasta su frustrado intento de ahorcamiento cuando creyó deambular por un callejón sin salida. Vestido de torero evocamos su revitalizadora gira por España, donde vino para dar cuatro recitales y terminó ofreciendo ciento veinte.
Rosen pulveriza por todo el metraje ese halo sentimental y melancólico que provoca la ausencia. Añoranza de unos tiempos y una forma más visceral de entender la música. Todo concluye en Ginebra el día en que, al irse a la cama, su cuerpo (con 95 años, o lo que es lo mismo, con 85 de carrera) decidió no despertar jamás. Hoy está enterrado en una boscosa colina de su amada Israel. Como él mismo firmara en un telegrama enviado al espantajo de Mussolini donde rechazaba una oferta laboral: “aquí se despide un pianista judío”.
Javier Extremera