Peretyatko, Rachvelishvili, Martin Kränzle, Tomowa-Sintow. Coro de la Ópera Estatal de Berlín. Staatskapelle Berlin / Daniel Barenboim.
BelAir, BAC405 (Blu-ray)
Descubrimiento mayúsculo
Rimsky-Korsakov es una caja de sorpresas, en particular sus óperas, tan poco y parcialmente conocidas en Occidente, donde se topan (para ser representadas) con el decisivo problema de la lengua: en París, en Londres, Berlín, Viena o Milán han de importarse los cantantes, y tampoco abundan los directores no rusos que se aventuren con estas óperas, excepción hecha de Boris, Oneguin o La dama de picas. Hace años descubrí la maravilla que es El gallo de oro, particularmente en la soberbia versión de Kent Nagano en París con escena de Ennosuke Ichikawa (CVD/Blu-ray Arthaus, 2003), y hace poco otra joya, La leyenda de la ciudad invisible de Kiteg dirigida musicalmente por Marc Albrecht y escénicamente por Tcherniakov (DVD/Blu-ray, Opus Arte 2014).
Ahora añado a la lista La novia del zar, ópera estrenada en Moscú el año 1899, y que me ha parecido otro descubrimiento, particularmente en esta maravillosa interpretación (desconozco la versión en audio de Gergiev, Philips 1999, pero sería todo un milagro que se acercarse a esta que comento). Es una obra admirable, no solo por su fascinante orquestación, marca de la casa del compositor, sino por su a menudo extraordinaria belleza melódica, envolvente lirismo, por su sentido trágico y fatalista, y no en último lugar, por la magistral incardinación en ella de canciones populares (sean o no citas literales) verdaderamente conmovedoras en su sencillez y expresividad. Ya se sabe que Dmitri Tcherniakov es un director de escena muy desigual y controvertido, al que se deben sin duda llamativos fiascos. Pero nadie podrá negarle también aciertos sobresalientes: que yo recuerde, El Jugador de Prokofiev (Barenboim, Berlín), El Príncipe Igor (Noseda, Met), Diálogo de carmelitas (Nagano, Múnich) o la referida Ciudad invisible. Pues bien, en mi opinión, esta Novia del zar es otro de sus grandes aciertos: su planteamiento, muy personal, no es, por supuesto, necesario pero sí lógico y muy convincente. No me parece extravagante ni forzado, y desde el ángulo visual posee mucha fuerza y efectividad. Por no hablar de su magnífica labor dirigiendo a los actores.
Los tres protagonistas dan de lleno en el clavo: el barítono-bajo Johannes Martin Kränzle (enorme Alberich) encarna un Grigory Griaznoy tremendamente creíble y muy bien cantado. Marfa, la novia del título, está a cargo de la soprano lírica (tirando a ligera) Olga Peretyatko, que ya me había llamado la atención favorablemente en varias ocasiones y a la que había comparado con la joven Netrebko: su timbre radiante y dulce a la vez y sus acentos, que llegan a alcanzar un gran patetismo, me han encandilado (ha sido Gilda en el Rigoletto del Real). Ahora bien, los elogios más encendidos creo que los merece la mezzo Anita Rachvelishvili (Lyubasha), de voz bellísima, canto excelso y fuerza expresiva sin límites: para mí, después de escucharla en El Príncipe Igor citado y, sobre todo, aquí (hace años me gustó menos en Carmen o en Orfeo ed Euridice) la sitúo en el Olimpo de los mejores cantantes actuales. El resto del reparto está muy bien escogido, con la excepción de un Anatoli Kotscherga (Vasily Sobakin), un poco basto y primario, aunque parece que algo mejor de voz (salvo el extremo grave) que hace unos años. Muy bien tanto el joven tenor lírico (que tiene la pinta de evolucionar en breve hacia spinto) Pavel Cernoch, como el también joven bajo Tobias Schabel (Grigory Malyuta), el espléndido tenor Stephan Rügamer (Bomelius) o la mezzo Anna Lapkovskaya (un lujo para el breve papel de Dunyasha).
Ha sido, finalmente, una agradable sorpresa comprobar que a sus 72 años conserva Anna Tomowa-Sintow (Domna Saburova) un timbre aún hermoso y, pese al inevitable trémolo, un agudo espléndido. En una crítica que he leído (creo que no del disco, sino de una representación en el Teatro Schiller de Berlín) se elogia con fuerza la dirección de Barenboim, pero es tachada de germanizante. A mi juicio, esto responde a un tópico, por lo que será difícil de desterrar (también su Verdi es wagneriano, ya saben...). Lo que sí es sin duda es extraordinaria, muy fuera de lo normal, pues el formidable talento de este hombre (que en los últimos tiempos se está superando a sí mismo en repertorios muy dispares) arrolla con casi todo lo que interpreta: encandila, arrastra, conmueve con su sentido musical (¡qué cantabilidad!), su sentido dramático y teatral, su intuición para con la orquestación, y sí, también con su acierto estilístico... en fin, una gloria. El Coro de la Staatsoper, preparado para la ocasión por un ruso (Rustam Samedov) está espléndido, y sencillamente magnífica la Staatskapelle Berlin. Para redondear las cosas, la realización del cada vez más renombrado Andy Sommer es todo un acierto, por no hablar de la excepcional toma de sonido de los técnicos de los Estudios Teldex: René Moeller y Friedemann Engelbrecht. La nitidez de la imagen en el Blu-ray es perfecta. ¿Algún inconveniente? Sí: solo hay subtítulos en inglés, francés y alemán.
Ángel Carrascosa