Georg Nigl, barítono; Henry Waddington, bajo; John Graham-Hall, tenor. Orquesta Sinfónica de La Monnaie / Franck Ollu. Escena: Andrea Breth.
Alpha ALPHA717 (DVD)
CLAVE DE UN DELIRIO
“A medida que la figura histórica de Lenz estaba más presente en mi intelecto en cuanto a datos y situaciones, iba perdiendo peso como tal figura histórica y se fortalecía como clave de un delirio, que es como la acabé entendiendo”. En esos términos se refería a su segunda creación operística un joven Wolfgang Rihm que apenas había cumplido 27 años cuando en 1979 estrenaba Jakob Lenz, un acontecimiento que en buena medida supuso la consagración, tan temprana como definitiva, de su nombre como el de una de las figuras capitales del panorama compositivo alemán.
Sorprende hasta qué punto los rasgos principales de la creación de Rihm estaban ya presentes en una ópera que no tiene nada de tentativo. El interés del compositor por la escena como un espacio privilegiado de su poética creativa coincide con el momento en que los preceptos vanguardistas que habían anatemizado el género empiezan a resquebrajarse. La propia elección del argumento establecía una cierta genealogía que también se percibe en términos musicales. Y es que el poeta Jakob Lenz, una de las figuras principales, junto a Goethe, del movimiento Sturm und Drang, que emergió en la Alemania de finales del siglo XVIII como una reivindicación del sentimiento frente al modelo racionalista ilustrado, significaba para Rihm un modelo creador y vital que encarnaba una postura análoga a su propia oposición a los dictados seriales. El libreto está basado en la espléndida novela corta de Georg Büchner. No es casual, pues, que la herencia de Wozzeck de Alban Berg, también concebida a partir de un texto de Büchner, sea tan acusada en la partitura de Rihm. A ello hay que añadir que Lenz fue asimismo el autor del drama Die Soldaten que Bernd Alois Zimmermann utilizaría para componer su ópera homónima. Ambas referencias compositivas gravitan sobre una partitura que, sin embargo, exhibe unos rasgos ferozmente distintivos.
La historia que pone en escena Rihm es la de un sujeto trastornado que colapsa ante las presiones devastadoras de sus atroces perturbaciones mentales. El proceso de progresiva enajenación del soldado de la obra de Berg es sustituido en Jakob Lenz por la figura del joven poeta que, desde los primeros compases de la ópera ya se nos aparece como la “clave de un delirio”. El compositor emplea seis descorporeizadas voces para convocar ese quebrantamiento psíquico, cuyas fracturas son registradas asimismo mediante unas asombrosas deformaciones y requerimientos vocales, especialmente límites para el protagonista, lo que converge con una extraordinaria escritura instrumental de enorme variedad, donde los ecos del pasado no son ya sino retazos, necesariamente dislocados, que indican el colapso y los desgarros de una subjetividad alucinada.
La presente versión es musicalmente portentosa, con una magnífica caracterización del barítono Georg Nigl y una dirección ejemplar de Frank Ollu al frente de la reducida plantilla, apenas quince instrumentos, requerida por esta ópera de cámara, mientras que a la propuesta escénica, deliberadamente feísta y oscura, tan sólo se le podría reprochar en ocasiones un excesivo componente grotesco que resulta redundante frente a una soberbia partitura que ya revela con suficiente contundencia las sombrías tensiones de una inquietante, angustiosa y terrible disgregación psíquica. Con todo, una producción absolutamente necesaria para aquel que quiera adentrarse en el panorama de la creación operística contemporánea.
David Cortés Santamarta