Esta es una pequeña historia dentro de la gran historia de la música. Esaias Reusner (1639-1679) fue un laudista del Barroco medio que llegó a publicar un par de libros de músicas para laúd: música íntima para este instrumento de 11 cuerdas, músicas de danzas estilizadas agrupadas en suites, música sin oropel de escritura sencilla, que no simple, música de fraseo canónico (las Sarabandes son todas de 8+8 compases a dos voces), música sin mirada al horizonte de la posteridad. Y tiene que llegar un laudista japonés, Toyohiko Satoh, con su laúd Greiff de 1611, para posar su mirada en este oculto autor, desempolvar sus manuscritos y con toda la pasión que precisa la artesanía de las pequeñas cosas, resucitar estas cuatro suites de entre 6 y 8 movimientos para decirnos: “¡Eh, vosotros, escuchantes, prestad atención a la belleza fugitiva de estas miniaturas danzadas!”. A sus 39 años, Reusner despojó de artificio a su música en la búsqueda de una esencia similar a la que su coetáneo Basho buscara al escribir sus haikus a miles de kilómetros de distancia. La toma sonora es de una presencia escalofriante, con todos los armónicos de las once cuerdas revoloteando a nuestro alrededor.