Pianista asociado muy íntimamente al lenguaje contemporáneo, Alfonso Gómez, que es entrevistado en este mismo número de RITMO, también siente especial predilección por la música francesa. Tras Debussy y Françaix, el vitoriano dedica su octavo disco a Ravel, en lo que parece ser el inicio de la integral pianística. Gómez, como ya demostrara en anteriores registros como el de Ibarrondo, es dueño de una técnica superior, que le permite abordar Ravel sin problemas. Sí, es obvio que para tocar estas músicas hace falta tener muchos “dedos”, pero no me refiero únicamente a la “prestidigitación”; Gómez es capaz de desmenuzar las texturas y poner cada plano sonoro donde corresponde con suma facilidad. Sus Jeaux d’eau resultan en este sentido ejemplares. Además de ser conocedor de la tradición interpretativa y extraer lo mejor de ella, el pianista afincado en Friburgo aporta personalidad a la música. Por ejemplo, su Pavana para una infanta difunta es emotiva sin ser lacrimógena, y profunda sin caer en la parsimonia. Por otro lado, los Miroirs constituyen en sus manos un perfecto ejemplo de versatilidad pianística e interpretativa, y el Gaspard de la Nuit, también es bueno, aunque aquí viene inevitablemente a la cabeza Martha Argerich (como con todos…). La Valse cierra un disco estupendo que merece una escucha.

Jordi Caturla González