Siempre es bueno que las orquestas y directores vayan dejando constancia de su paso por este sonoro mundo y, como huellas destinadas a preservar la relación y el estado de forma de orquestas y otras formaciones, que el futuro constate que existieron. Este disco del reciente titular de la Orquesta de Euskadi, Robert Treviño, para el sello Ondine, es toda una revelación de la fineza que director y orquesta están logrando, además, con un todo Ravel, autor especialmente difícil para tocar, sacar su esencia más allá de la partitura, y, sobre todo, para grabarlo, porque son tantos los matices y colores (perdón por el lugar común), que el equilibrio sonoro de las partes debe ser exquisito. Setenta minutos con gran parte de la producción orquestal de Ravel donde cada sección y cada solista, obviamente en el Bolero, demuestran que, a pesar de la penuria de la situación sanitaria, están en forma. El joven director norteamericano, disparado hacia las grandes orquestas y proyectos en su calendario, consigue un sonido irisado y multicolor, además de destacar detalles de la instrumentación, un arpegio en el arpa, una nota del glockenspiel, de gran nivel. 

Sorprende un poco el tempo de la Pavane pour une infante défunte, aunque mirando la partitura es justamente el escrito por Ravel. Las notas del cuadernillo proporcionan una lectura complementaria adecuada, aunque inciden exageradamente en las raíces vascas del compositor francés. En cualquier caso, como tarjeta de presentación de director y orquesta es sobresaliente el disco.

Jerónimo Marín