Boris Giltburg, piano.
Naxos, 8.573469 (CD)
Giltburg, un fino pintor
Acertadamente el sello Naxos continúa apostando por el joven pianista ruso israelí, que cuenta ya con dos grabaciones con programas dedicados respectivamente a Beethoven (Sonatas ns. 8, 21 y 32; número de catálogo 8.573400) y Schumann (Carnaval, Davidsbündlertänze, Papillons; número de catálogo 8.573399), ambos con críticas muy favorables, y que ahora entra en el mundo tardorromántico de Sergey Rachmaninov, especialmente adecuado a sus dotes pianísticas (el disco se grabó en Wyastone Leys, Reino Unido, en junio de 2015).
Si el despliegue técnico resulta asombroso, no lo es menos el grado de expresividad con que matiza los nueve números que componen los Estudios-Tableaux Op. 39. Aunque en las excelentes notas que escribe el mismo interprete (sólo en inglés) confiesa concebir esta obra como secuencias cinematográficas, en realidad Giltburg actúa mas como un fino pintor que, manejando variedad de pinceles y gama de colores, clarifica unas piezas de texturas complejísimas a las enriquece e ilumina nuevamente con máxima destreza, precisión y elegancia de un artesano.
El manejo de amplísimas dinámicas, una rítmica impresionante, la falta de ruptura de las tensiones con excelente control de los reguladores, la manera de sombrear el sonido, la fluidez con que se desencadenan el torrente de notas y el modo aristocrático de decir la música, convierten esta lectura en referencial.
El diseño etéreo de delicados contornos del n. 1, el bello sonido del n. 2, el festival de tonalidades del n. 4, el potente dominio con que se ejecuta el n. 5 o la exquisitez con se lee el n. 8, son ejemplos de altísima calidad interpretativa.
El contrapunto de esta exhibición técnica llega con los Momentos Musicales Op. 16, donde Giltburg nos traslada en los números impares a un mundo puramente emotivo, en el que, con gran riqueza de sonido y sin caer nunca en el sentimentalismo, comunica de manera directa la intensa expresividad de los más líricos y modela con fantasía los más virtuosos. En ningún caso es el virtuosismo el que llama la atención; por el contrario, quedamos atraídos solamente por un modo de transmitir la música en el que la fidelidad a los detalles musicales se combina perfectamente con la pasión por unos pentagramas que se encuentran entre los más extraordinarios de su autor. Un disco que por derecho propio merece ocupar un espacio en las estanterías de todos los amantes del piano.
José Luis Arévalo