Eso de que el directo siempre es mejor que la grabación resulta, en el caso de Riccardo Chailly, una verdad a medias. Escucharlo en vivo o “enlatado” supone prácticamente la misma experiencia. El maestro posee una identidad sonora inconfundible, llena de fuerza y emoción, y consigue en directo ese milagro que consiste en que todo suene tan perfecto como en una (buena) grabación.

Para el Festival de Lucerna de 2022 regaló un programa dedicado a Rachmaninov (1873-1943), con dos de sus obras más justamente célebres, ambas segundas en sus respectivos géneros, el concertista y el sinfónico. Para el Concierto contó con el jovencísimo pianista japonés Mao Fujita, Medalla de Plata en el Tchaikovsky de 2019. Se trata de un prodigio que pone su virtuosismo, extraordinario, al servicio de la expresividad, y esta jamás resulta histriónica ni artificiosa. La orquesta, bajo la batuta de Chailly, no se limita a la de mera acompañante, y logra, a base de diálogo, una fusión con el discurso del solista que no se suele escuchar a menudo. Si durante el Concierto la orquesta no se encontraba ni de lejos constreñida por el fluir del piano, en la Sinfonía se halla todavía más pletórica. Todos los instrumentistas siguen a un Chailly que domina la partitura y disfruta con toda la gama de sentimientos que el ruso volcó en ella. Si Rachmaninov compuso su Concierto n. 2 como terapia anímica y la Segunda Sinfonía para desquitarse del fracaso de la primera, con un espectáculo así puede descansar en paz.

Juan Gómez Espinosa