Anna Netrebko, soprano. Staatskapelle Berlin / Daniel Barenboim.
DG, 4793964 (CD)
MEMORABLE VIDA DE HÉROE
En este concierto benéfico grabado en público en la Philharmonie de Berlín el 31-VIII-2014, llama la atención la asombrosa calidad de grabación, a cargo de ingenieros vinculados a los Estudios Teldex. La primera de las Canciones, Frühling, me gustaría cantada algo más piano. A partir de ahí, las tres restantes están estupendamente dichas por la soprano rusa, que luce una voz plena, ancha y muy timbrada, de una belleza extraordinaria. Su canto es fluido, con un legato espléndido y una notable capacidad para regular el sonido, y su interpretación es bella y sentida, cada vez más conforme avanza la serie. Aun así, creo que Strauss no es territorio natural para Netrebko, que se halla un poco ajena al estilo. Barenboim (que había dirigido estas Canciones a otras sopranos) se inclina más hacia la sensualidad (de, por ejemplo, Kanawa/Solti, Decca, 1991) que hacia la espiritualidad (representada por mis dos versiones favoritas: Schwarzkopf/Szell, Emi, 1966; y Fleming/Eschenbach, RCA, 1996).
La introducción orquestal de la última canción no me convence, pues la encuentro apresurada. Sin embargo, el extenso postludio orquestal con que concluye sí es admirable: meditativo, teñido de una melancolía infinita y a la vez de una emotiva aceptación de la muerte.
Vida de héroe es el gran triunfo del disco, aquello por lo que me parece imprescindible. A estas alturas, con no pocas versiones magníficas ¡aún he podido descubrir texturas nuevas en el complejísimo entramado orquestal de la partitura! Ello se debe, sin duda, a la labor clarificadora de la batuta y a la diáfana grabación. ¿Peculiaridades de la versión? En “Los adversarios del héroe”, las punzantes maderas son muy onomatopéyicas: hay una clara referencia a risas sarcásticas. “La compañera del héroe” es de temperamento en extremo variable: lirismo y ternura, capricho y hasta frivolidad (estupendo el violín de Wolfram Brandl). La “Escena de amor” es enormemente apasionada y envolvente. En “El campo de batalla” la entrada del gran tambor es tremenda, áspera y salvaje, muy diferente de la grandiosidad épica de un Karajan. La telaraña motívica está esclarecida de modo pasmoso; el final del fragmento es de una elocuencia arrebatadora. Aunque no excede en duración a otras importantes versiones, la sensación que se tiene en el número final (de difícil traducción: algo así como “Huida del mundo y plena realización del héroe”) es de una maravillosa dilatación temporal. La transfiguración final pone cierre con una increíble elevación a esta versión excepcional, más personal (más madura pero también más apasionada) que la anterior de Barenboim (Chicago, Erato, 1991, no muy bien grabada). Colosal actuación de la orquesta.
Ángel Carrascosa Almazán