Offenbach, ese alemán hijo de un Kantor de Colonia, que representa hoy lo más auténtico de la opereta decimonónica francesa, llegó a componer un centenar de obras para la escena, todas ligeras de espíritu, de melodías simples y pegadizas y de un buen oficio orquestal sólido y consistente, excepto su última e incompleta ópera, que tornó a lo dramático, Les contes d’Hoffmann. Orphée aux Enfers fue su primera opereta en dos actos, de gran aliento, y le supuso un reconocimiento unánime y aclamación universal que no decaería en las tres décadas siguientes de su vida. Estrenada originalmente como “opera-bouffon” en 1858, y como “opéra-féerie” en cuatro actos en 1874, es el punto de partida de un nuevo género: la sátira musical con danzas y canciones de las costumbres modernas travistiendo los mitos antiguos. Aunque poco conocido este repertorio por aquí, se trata de una obra refinada, servida con estupendos cantantes, sobre todo el Júpiter de Dale Duesing, la Eurídice de agudos estratosféricos y buena línea de canto de Elisabeth Vidal, y ante todo y sobre todo, la puesta en escena imaginativa del añorado Wernicke en un café típico francés de mediados del XIX, con un Mercurio que baja del techo, y una acción dinámica que hace que todo encaje. Para no perdérsela.

Jerónimo Marín